Cultura

¿Quién era Sherlock Holmes, invitado de la Fiesta del Libro de Medellín?

El invitado de honor a la Fiesta del Libro, que comienza el viernes, es Sherlock Holmes. La carpa de Comfenalco albergará una escenografía con sus elementos.

Envigadeño dedicado a la escritura de periodismo narrativo y literatura. Libros de cuentos: Al filo de la realidad y El alma de las cosas. Periodismo: Contra el viento del olvido, en coautoría con William Ospina y Rubén López; Crónicas de humo, El Arca de Noé, y Vida y milagros. Novelas: Gema, la nieve y el batracio, El fiscal Rosado, y El fiscal Rosado y la extraña muerte del actor dramático. Fábulas: Las fábulas de Alí Pato. Premio de la Sociedad Interamericana de Prensa.

05 de septiembre de 2016

“Mucho me temo que el señor Sherlock Holmes vaya a correr la suerte de cualquiera de esos tenores populares, los cuales, después de haber triunfado durante la temporada que les competía en la vida, experimentan todavía las tentaciones de despedirse repetidas veces de sus indulgentes públicos. Esto tiene que terminar y el personaje debe seguir el destino de todos los seres humanos, lo mismo reales que imaginarios”.

Estas palabras son del creador de este personaje, sir Arthur Conan Doyle, en el prólogo de Los últimos casos de Sherlock Holmes (México, Ed. Diana, 1959) que en su momento —1927— apareció titulado como El archivo de Sherlock Holmes.

Cuando escribió tan destempladas palabras en contra del detective en las que seguramente se refería a que debía morir, el autor, tal vez por tener formación en medicina, carrera que estudió en su natal Edimburgo, confundió a Holmes con un simple mortal. Lamentablemente él no vivió hasta 1985 para leer el poema de Jorge Luis Borges que bautizó con el mismo nombre del investigador:

No salió de una madre ni supo de mayores./ Idéntico es el caso de Adán y de Quijano./ Está hecho de azar. Inmediato o cercano/ lo rigen los vaivenes de variables lectores.// No es un error pensar que nace en el momento/ en que lo ve aquel otro que narrará su historia/ y que muere en cada eclipse de la memoria/ de quienes lo soñamos. Es más hueco que el viento.

Y cuando dice: “nace en el momento en que lo ve aquel otro...”, Borges se refiere a ese día de 1891 cuando el doctor John Watson lo halló.

De modo que si no salió de una madre, no era humano o, por lo menos, no era un humano corriente. Y su muerte, si acaso le hubiera llegado —debía haberlo sabido sir Arthur—, no podía ser como la de cualquiera.

Intento de homicidio

El autor poco lo quiso. Nunca le perdonó que invisibilizara el resto de su trabajo que él creía de más seriedad e importancia, como esa novela histórica titulada La compañía blanca, que consideraba su mejor obra, o las Aventuras del Profesor Challenger, de ciencia ficción, dentro de las cuales celebraba El mundo perdido... —Por cierto, este profesor Challenger era primo de nuestro Sherlock Holmes—. Y por eso intentó matarlo.

Una de ellas consiguió llevarlo a un territorio muy parecido a la muerte: el silencio. Fue el lunes 4 de mayo de 1891, cuando lo lanzó a las cataratas de Reichenbach, en Suiza, junto a su querido enemigo James Moriarty.

Esto está escrito en El problema final, relato incluido en Las memorias de Sherlock Holmes, publicado en 1894.

Los personajes, el criminal y el detective, calleron abrazados por ese salto de agua de 250 metros de altura.

Todo intento de recuperación de los cuerpos era una imposibilidad, y allí, en la profundidad de aquella horrorosa caldera de aguas turbulentas, yacerán para siempre el más peligroso de los criminales y el más grande defensor de la ley de su generación.

Las presiones del público no se hicieron esperar. Muchos protestaron y vistieron luto. El Strand Magazine perdió de golpe 20.000 suscriptores. La familia real lamentó la muerte del detective y hasta la mamá del escritor, Mary Doyle, le recriminó por tal acto y dejó de hablarle por varios meses.

El académico Jesús Urceloy, encargado de la edición, introducción, notas y apéndices de Todo Sherlock Holmes, publicado por Cátedra, dice: “A Arturo se le debió olvidar aquella sentencia: «Si matas a un héroe, das vida a un mito».

Sir Arthur Conan Doyle trató de solucionar el asunto dándole contentillo a los seguidores del personaje. Publicó El sabueso de los Baskerville, en 1902, un conjunto de relatos con el célebre morador del 221 B de Baker Street, pero todos ellos con casos ocurridos antes del fatídico encuentro con Moriarty en las cataratas de los Alpes suizos.

En ese mismo prólogo
de 1927, el escritor se refiere al asunto así:

Me había propuesto decididamente acabar con Holmes en Las memorias, porque creía que mis energías literarias no debían estar orientadas en esa dirección. Aquella figura pálida, de nobles rasgos y de ágiles miembros estaba monopolizando la actividad de mi imaginación. Así lo hice, pero, afortunadamente, no hubo oficial forense ninguno que certificase la defunción del personaje y, después de un largo intervalo, me fue muy grato atender a la lisonjera demanda de mis lectores y darles explicaciones de aquella precipitada resolución mía.

No sabemos si de verdad le “fue muy grato”. Creemos, más bien que no aguantó la presión creciente. Las cartas de reclamos no siempre decorosos. De cualquier modo, en 1905 revivió al héroe en El regreso de Sherlock Holmes, conjunto de relatos que contiene La aventura de la casa vacía, en la que retorna Holmes:

Volví la cabeza para mirar la estantería que tenía detrás y cuando miré de nuevo hacia delante vi a Sherlock Holmes sonriéndome al otro lado de mi mesa.

A renglón seguido, el héroe le explica a Watson que aprovechó ese receso de tres años en el que todos lo creían muerto, para evitar que las fuerzas de Moriarty dieran con él y, efectivamente, lo asesinaran.

Y después de esto, ¡sí que vivió! Y opacó no solamente el resto de la literatura de sir Arthur Conan Doyle, sino al autor mismo, superándolo en popularidad. Y consiguió una existencia propia, que no terminó en una fecha desconocida después de 1914, como se infiere de los relatos, ni en 1927, cuando su creador publicó esos doce relatos y terminaba el citado prólogo diciendo: “Así, pues, lector, ¡adiós Sherlock Holmes! (...)” y ni siquiera el 7 de julio de 1930, cuando el propio escritor de Edimburgo murió a consecuencia de una angina de pecho: siguió viviendo —en la ficción y en la creación colectiva— retirado de las actividades detectivescas, alejado de la ciudad, tal vez unido a su amada Irene Adler, quien, según dijo Watson en Escándalo en Bohemia, relato donde ella apareció, “para Holmes, ella siempre fue la mujer”, y dedicado al apacible oficio de la apicultura.

El modelo de Holmes

Sir Arthur Conan Doyle siempre dejó claro quién lo inspiró para crear el personaje de Sherlock Holmes. Se trataba de un profesor suyo de medicina, Joseph Bell, a quien conoció en 1877.

Este sujeto, Bell, es uno de los pioneros de la medicina forense, a la que aportó métodos deductivos rigurosos, que dieron la base del que usaría Sherlock Holmes para resolver sus casos.

Según el portal Curistoria, curiosidades y anécdotas de la historia, este médico nacido en 1837, “rondaba la cuarentena cuando Doyle le conoció. Era capaz de determinar muchas cuestiones de una persona después de estudiar con detalle su acento, su forma de caminar, sus ropas... tal y como hace Holmes en sus casos. Solía decirles a sus alumnos el resultado de sus deducciones cuando tenían que reconocer a un paciente, dejando sorprendidos a unos y a otro con afirmaciones en torno al trabajo del paciente, sus orígenes...”.

Urceloy, por su parte, dice en el estudio citado, que Sherlock resulta de una amalgama donde estaría el propio Arthur onírico, es decir, el «otro yo», al que añadirían los conocimientos y prestancia de un admirado profesor de medicina, el Dr. Joseph Bell (...). “Watson representaría al propio Doyle «real», con algunas pizcas de descuido y unas buenas dotes de honorabilidad”.

En cuanto a ese médico observador y deductivo, comenta que “le gustaba practicar ante sus pacientes y alumnos juegos analíticos: a primera vista determinaba con aproximado acierto la dolencia del enfermo e incluso datos como su procedencia, familia, gustos y maneras”.

El truco —afirma Urceloy— es en el fondo sencillo: “había que fijarse en cómo tratabas tu ropa, lo que habías pisado, tus manchas y cuidados, tu forma de mirar, andar, en fin... esos importantísimos actos cotidianos a los que no damos importancia alguna. Casi todos los relatos de Holmes comienzan con una demostración de este tipo”.

Son tantas cosas que están dichas de Holmes. La mayor parte de ellas en el propio «Canon holmesiano», conformado por los 56 relatos y las cuatro novelas en las que aparece el detective; otras, por fuera de este, creadas alrededor del mito que lo convirtió en inmortal.

“Ese alto caballero no sabe que es eterno”, dice Borges en ese poema que concluye con este homenaje:

Pensar de tarde en tarde en Sherlock Holmes es una/ de las buenas costumbres que nos quedan. La muerte/ y la siesta son otras. También es nuestra suerte/ convalecer en un jardín o mirar la luna..

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