Música

¿Cómo suena una ocarina prehispánica?, gracias a Luis Franco lo sabemos

Luis Fernando Franco es uno de los pocos colombianos que ha podido tocar instrumentos de vientos precolombinos.

31 de octubre de 2023

Luis Fernando Franco lleva años haciendo música. Es interprete, compositor, arreglista, investigador y productor. Puede ser que muchos crean que no lo conocen porque no lo han visto, pero es probable que sí lo hayan escuchado, por qué ha hecho demasiada música.

Le puede interesar: Así fue la remodelación del Claustro Comfama: después de 25 meses de labores, abre sus puertas

Hizo la música de La Vendedora de Rosas y La Mujer del Animal —ambas películas de Víctor Gaviria—, ha estado nominado al Grammy Latino dos veces como productor, primero en 2001 con el álbum Seresta, de la agrupación con el mismo nombre, y en 2021 con Otra Vuelta al Sol de Cantoalegre. Tiene su propio sello discográfico, Guana Récords y ha trabajado con grandiosos músicos locales como Teto Ocampo y Alfonso Córdoba, el Brujo.

Y entre tanto que ha hecho y tan poco tiempo que ha tenido, Luis nunca ha dejado de investigar, porque ha sido siempre un apasionado por la música y los instrumentos de las comunidades indígenas. La pandemia, con el encierro y el cambio de ritmo que provocó, le permitió dedicarse a eso por completo.

De esa exploración nació Soplo de Vida, una experiencia sonora creada con instrumentos de viento ancestrales –también conocidos como ocarinas–, comisionada a Franco por el Banco de la República y que será presentada este miércoles 1 de noviembre en la sala de conciertos de la Biblioteca Luis Ángel Arango de Bogotá.

“Franco es uno de los pocos colombianos que ha tenido la posibilidad de tocar instrumentos de viento precolombinos que hacen parte de la reserva del Banco de la República y se remontan al siglo II a.C. al XVIII d.C.”, dice un comunicado del evento.

EL COLOMBIANO habló con Franco de eso, de la instalación y los instrumentos. De la música que es más que música.

¿Cómo se encontró con las ocarinas?

“Desde el año 78, más o menos, ya tenía esta inquietud por los instrumentos de origen indígena, y poco a poco fui llegando a las ocarinas. Inclusive traté de hacer alguna con arcilla...”

¿Cómo tuvo la primera?

“En el año 84. Edson Quesada, un músico brasileño con el que yo trabajaba, me regaló una el último día que tocamos juntos. Era un dije, yo todavía la conservo, con ella empecé a indagar”.

Hace muchos años, casi 40...

“Si, pero lo que ha sido muy bonito es que la pandemia me trajo ese regalo, porque yo hacía muchas cosas, música para cine, producción musical... Y prácticamente, esto que ha sido mi pasión, lo hacía mientras hacía las otras cosas. Con la pandemia me centré en estos instrumentos, entonces me llegó la comisión del Museo del Banco de la República y otra para el Museo el de Los Ángeles (LACMA)”.

La pandemia le dio ese regalo...

“Si, y esto me ha llevado a unos encuentros maravillosos, de ahí viene el nombre de Soplo de Vida, que es precisamente la reflexión sobre el soplo. Una reflexión pospandémica, en el sentido de que el soplo nos trajo la muerte, nos trajo muchas cosas, pero el soplo es también tan poderoso que vino a mostrarnos que somos seres totalmente interconectados, que todos dependemos de todos. Y la ocarina es una posibilidad de lenguaje que nos conecta, no solamente entre humanos, sino con la naturaleza, con el cosmos”.

¿Cómo empezó su trabajo con las ocarinas?

“En el año 2004, con un amigo arqueólogo, que se llama Agustín Cárdenas, empezamos un primer proyecto. Es decir, me demoré un tiempo hasta que realmente me abrieran las puertas de los museos, que era donde uno podía encontrar estos instrumentos originales. El primero fue el museo de la Universidad de Antioquia, en cabeza de Roberto Ojalvo”.

Allá se pudo acercar a las ocarinas originales, prehispánicas...

“Instrumentos que han estado debajo de la tierra por años y que pude volver a tocar y sonaban con esa calidad sonora tan impresionante. Yo empecé a pensar, inclusive, que la tierra más allá de destruirlas como que las curó, por eso entiendo cada vez más a las comunidades indígenas actuales de la Sierra, que hablan de la idea de que esas ocarinas hacen parte de la tierra porque tienen una misión de guardar precisamente, de preservar la naturaleza”.

De ahí sale su primera producción, Bulla Endiablada...

“Hay muchas cosas muy bellas con respecto a eso, pero si ahí fue, más o menos en el 2006. Hicimos una primera publicación que tenía un contenido investigativo, desde la mirada de la antropología y la arqueología con Agustín, y yo en la parte experimental y creativa con las ocarinas haciendo música contemporánea con instrumentos ancestrales”.

Ahí es que se encuentra usted con los mamos Kogui, ¿cómo fue eso?

“Si. Yo, digamos, nunca me puedo desprender de mi formación académica. Esa mirada siempre lo habita uno, pero también hago el ejercicio de abrirle ese portal a otras formas de conocimiento y a otras formas de interpretación del mundo. Eso es lo que me ha parecido fascinante y no solamente por la fascinación y por lo nuevo, sino por lo que yo cada vez más considero fundamental ese conocimiento para el mundo actual”.

Qué destaca de eso...

“Yo creo que lo más interesante es que a mí me ha llevado a ampliar el concepto de música a otras formas de interpretación y de dialogar con el mundo y pensar un poco más en lenguajes sonoros para poderlo entender. Porque es que cuando uno dice música, muchas veces quiere entenderlo todo desde el concepto occidental de música y resulta que hay otras formas”.

A qué se refiere con lenguajes sonoros...

“Es una forma de ampliar la definición porque cabe el ruido, cabe todo. Siempre estamos en eso, qué es música y cuándo deja de serlo. Entonces para mí más importante es ponerlo en este plano de la comunicación, de la conexión, de la conexión del humano con el humano, la conexión del humano con la naturaleza, la conexión del humano con el cosmos. Esos son los aspectos que me parecen fundamentales”.

Estos instrumentos no se pensaron desde la idea de música de occidente...

“Imagínate que no existía la grabación, no existía el sonido, el sistema temperado, que es el que gobierna prácticamente el 99 por ciento de la música que escuchamos, que hacemos y consumimos actualmente. En cambio, estamos hablando de sistemas de afinación que son previos a eso y con otras búsquedas diferentes a lo que fue Occidente. Es muy interesante porque estos instrumentos tenían y traen una información diferente. Yo puedo tocar un instrumento en este momento con la afinación natural originaria que tenía ese instrumento hace 500 o 1000 años”.

Es otra idea de la música...

“La música no se escucha con el oído solamente, la música entra por todo el cuerpo, estamos hablando en términos de vibración, es decir, del sonido. De las cosas más interesantes que tienen estos instrumentos, es que nos traen otras evidencias de que se estaban buscando otras relaciones de vibración con el cuerpo y que no necesariamente era para hacer una bella melodía como es lo que venía de Occidente”.

Cómo se aproxima a estos instrumentos ¿cuál es su búsqueda?

“Mi búsqueda no es tanto a la imitación de la naturaleza, sino al diálogo con la naturaleza. Para mí eso ha sido muy interesante. Y ya desde el punto de vista como músico ha sido toda una experiencia maravillosa de adentrarme en estas sonoridades que se salen de los contextos de afinación occidental y escuchar de otra manera. Además el gran placer y felicidad de poder hacer música contemporánea con instrumentos antiguos que traen otras memorias sonoras”.

¿Cómo se prepara usted para tocar una ocarina?

“Más allá de lo técnico de cómo se produce el sonido, es cómo debe ser, qué es lo que uno piensa y siente, es decir, cómo se enfoca, porque claro, nosotros tenemos una imagen del virtuosismo occidental, y aquí no se trata de eso sino de lo que se quiere comunicar o dialogar. Es la reflexión tan bonita del Mamo cuando me dijo, es que usted debería alegrar estos instrumentos que están en los museos del mundo”.

¿Usted cómo entendió eso? Es una lógica diferente...

“Es diferente. Me acerca como a otra forma de pensar y de sentirse en medio de ese diálogo... Yo alguna vez como que lo pude decir, y es que el instrumento es uno. O sea, la ocarina habla, tiene muchas cosas allí y uno es realmente el instrumento en ese ejercicio del soplo, que es fundamental, y el soplo al mismo tiempo es un hecho creativo. Cuesta entenderlo porque nosotros somos demasiado racionales, pero cuando eso se flexibiliza, cuando uno puede establecer esas relaciones en términos más horizontales se da cuenta que hay cosas muy profundas que nos están haciendo falta para vivir en sociedad de otra manera”.

Las ocarinas son mucho más que música...

“Más allá de música, hay toda una reflexión y toda una conexión. Yo he tenido unas experiencias maravillosas en esos encuentros. En mayo tuvimos un concierto para celebrar los 220 años de la Universidad de Antioquia en la Plaza Barrientos, al lado de la fuente, y fue muy bello porque a los cuatro minutos más o menos que empezamos a tocar, se llenó de aves, de loros, guacamayos, pasaron todos, estuvieron allá, hicieron una algarabía y luego se fueron”.

“Entonces siempre hay una comunicación y una interacción, lo que yo creo que es interesante, pero te imaginas que nosotros fuéramos más sensibles a esos encuentros con la naturaleza, con esos diálogos que se dan...”

Teniendo en cuenta eso, que las ocarinas son más que música ¿cómo pensó en la producción de Soplo de Vida?

“Me he estado dedicando mucho a mantener ese sonido original sin caer en la tentación de la transformación que nos ofrecen los ordenadores hoy por hoy. La primera tentación sería coger estos instrumentos y afinarlos, pero yo he tratado de defender sus afinaciones naturales y he tratado de utilizar el recurso tecnológico para lograr otros retos y otras necesidades, como es por ejemplo, lograr la espacialidad que tiene un bosque, ese universo tridimensional”.

“Partir de la tecnología, para hacer una reflexión sensible hacia sí podemos escuchar eso, si podemos apagar tanto aparato electrónico y más bien irse como a una escucha más sensible, pero ojalá también sea una reflexión, a ver si podemos conectarnos más con la naturaleza”.

¿Por qué Soplo de Vida?

“Yo creo que el soplo ha sido un elemento fundamental que nos pone a pensar y hay una cosa allí muy linda en el soplo que es inhalar del mundo, porque tú tienes que hacerlo, tú no puedes solamente vivir expirando aire. Tienes que inhalar y tienes que permitirte llenarte de mundo, tienes que asimilarlo y devolverlo al mundo, ese es el hecho creativo finalmente”.

Usted tiene una especie de tradición en los conciertos y es pedirle a la gente, antes de empezar, que se tape los oídos ¿De qué se trata?

“Es como partir del silencio. Escucharse usted por dentro para conectarse con el afuera. Es un ejercicio que aprendí en los procesos míos de producción musical con un ingeniero inglés. Cuando lo hicimos en Barú con los laboratorios creativos los niños decían, profe, vaciemos los oídos”.

“Y si, es como limpiar y podía ser una actividad casi que cotidiana de cualquier ser humano, es algo que nos puede ayudar a entender por qué nosotros nos dejamos abrumar y por qué muchas veces estas relaciones violentas que tenemos entre nosotros mismos parten de que estamos saturadísimos, el oído está lleno y no nos permite escucharnos”.