Música

Jamming, ¿enorme fiesta o gran engaño?

Ayer fue “aplazado” por los organizadores, sin explicaciones. Esto se sabe.

19 de marzo de 2022

En enero la productora Buena Vibra Eventos E.U, organizadora del Jamming festival, anunció un tremendo cartel de artistas invitados para tres días de mucha música pop de todos los géneros. Aparecían los nombres de Black Eyes Peas, Bobby Cruz, Molotov, Don Omar, Caifanes, Los tigres del Norte, Aterciopelados, Farruko, Ryan Castro y Cultura Profética. Es decir, músicos de primera categoría. Los organizadores explicaban la magnitud por ser el número diez. Una suerte de celebración, una fiesta dentro de la fiesta.

El costo de la entrada para los tres días del evento –19, 20 y 21 de marzo– alcanzó la cifra de 620.000 pesos mientras para una sola jornada costaba entre 260.000 y 220.000 pesos. Para quienes estuvieran todo el tiempo el paquete incluía una zona de camping para pernoctar en los predios de Playa Hawái, un balneario a media hora en automóvil de Ibagué, el sitio de los eventos.

Sin embargo, las cosas nunca estuvieron del todo claras: desde hace un par de semanas varios de los invitados declinaron en sus redes sociales su asistencia. Uno de los primeros fue el anzuelo para muchos comprar la boleta: el grupo estadounidense Black Eyes Peas. Sin dar mayores explicaciones, lamentó no poder encontrarse con el público colombiano. Una frase del trino llamó la atención y resultó siendo un presagio: “Como saben, está fuera de nuestro control, pero estamos enviando un gran amor a todos aquellos que nos apoyan”.

En pocos días se precipitó una cascada de deserciones: Los Cafres, Vicentico y La maldita vecindad también dijeron no. Otro rasgo problemático de la publicidad del evento era su cercanía con el engaño: se prometía las actuaciones de Orishas y Ub-40, cuando en realidad solo estarían en tarima sus respectivos vocalistas.

Desde el 11 de marzo el éxito del festival estaba en vilo. Al final, el 18 –un día antes del inicio de los conciertos– los organizadores confirmaron a las ocho de la mañana un rumor que cogió fuerza en los medios noticiosos a esos de las siete de la mañana: se aplazó el inicio de los conciertos, pero el breve comunicado no aclaró para qué fecha se trasladaba la rumba. Pronto la palabra cancelación reemplazó al verbo posponer en los trinos y el lenguaje de los compradores y funcionarios.

“La organización del Jamming Festival 2022 comunica a las autoridades, al público, medios de comunicación, aliados, proveedores, ciudadanía en general y artistas que el evento programado para los días de 2022 en las instalaciones de Playa Hawái en la ciudad de Ibagué será aplazado por motivos de fuerza mayor”, se lee en el comunicado.

Al conocer este mensaje, algunos periodistas se contactaron con varios de los incluidos en el cartel y –vaya sorpresa–, estos no tenían información respecto a las novedades. Lo que en un principio pintaba ser uno de los festivales más importantes tras el fin de muchas restricciones impuestas por la contingencia sanitaria de la covid-19 resultó siendo un completo fracaso.

Un fracaso misterioso. Ni el alcalde de Ibagué –Andrés Hurtado– sabe muy bien qué pasó. Al menos eso le dijo a los micrófonos de la emisora Blu Radio: no se conocen los motivos puntuales de la cancelación. Además, avisó que la Fuerza Pública se desplegaría en el lugar para evitar desórdenes, pues no eran pocas las personas las que ya estaban en el sitio de la fiesta.

El cerebro detrás del Jamming Festival es el odontólogo Alejandro Casallas, quien, junto a su esposa Paola Moreno, lo fundó en 2011 tras organizar un concierto del músico jamaiquino Damian Marley, uno de los hijos del mítico Bob Marley.

La idea del Jamming se le ocurrió a la pareja en el bar bogotano Casa Babylon, fundado por la pareja en 2004 y víctima de la furia de los indignados en la tarde del viernes. Al menos diez ediciones del Festival fueron exitosas, con asistencias cercanas a las diez mil personas.

Todo iba tan bien que Casallas –confiado en la ola que surfeaba– se creyó capaz de organizar sin muchas ayudas un megaconcierto, con estrellas rutilantes. En ese instante parecía improbable el escenario que hoy se vive en Ibagué: comerciantes en quiebra, presuntos saqueos en horas de la madrugada de los puestos de comercio al interior de Playa Hawái, informados por el QHubo Ibagué y corroborados por periodistas de la urbe.

El tamaño del asunto es tal que la periodista Paola Ochoa vaticinó una circular roja de la Interpol contra Casallas por el monto del dinero en juego. Las cifras del descalabro económico que se ventilan causan escalofrío y pasmo: 75.000 mil millones de pesos –en el cálculo de Brian Bazid Bulla, presidente de la Cámara de la capital tolimense– dejarán de irrigar el comercio de la ciudad.

Esta cifra se traduce en la crisis financiera de los comerciantes –que han decidido promocionar los productos preparados para el festival con el hashtag #UnaOportunidadParaIbagué: pudines, tortas, tamales, platos de lechona y demás muestras de la gastronomía local–, en la cancelación de reservas de hoteles y en restaurantes con poco flujo de comensales.

Andrés Hurtado, alcalde de Ibagué, subió a su cuenta de Twitter un video en el que le exige a Casallas devolver el dinero de las boletas y dar explicaciones más contundentes. A las pocas horas trinó de nuevo, esta vez con la promesa de un plan de choque para acompañar a los empresarios afectados y a los visitantes.

¿Qué pasó?

Todavía no hay muchas certezas de la causa de la cancelación del Jamming festival. El 18 de marzo –ya con el caos desatado–, la Superintendencia de Industria y Comercio emitió un comunicado sobre las inconsistencias de la programación de los conciertos y la pertinencia de la publicidad.

“La Autoridad evidenció a través de visitas administrativas de inspección y requerimientos de información, que al parecer las condiciones inicialmente informadas sobre el evento, los artistas y el orden de las presentaciones de los mismos, habían variado, sin que presuntamente se hubiesen informado a los consumidores de manera clara, veraz, suficiente, oportuna, verificable, comprensible, precisa e idónea”, reza el texto.

La entidad —encargada de garantizar los derechos de los consumidores— utiliza un lenguaje cauto para calificar un evento que muchos internautas y reporteros ya consideran un gran engaño.

A lo mejor para entender la circunstancia que viven Ibagué y los viajeros al festival haya que mirar el caso del Fyre Festival. En 2017, un empresario le vendió a la clase adinerada de los Estados Unidos y Europa el sueño de un concierto majestuoso en un lugar paradisiaco, una isla privada de Las Bahamas. Los ricos gastaron fortunas para vivir la experiencia, pero la realidad fue para ellos cuatro nudillos ásperos: nada se cumplió. Lo del Jamming tiene similitudes asombrosas: un cartel alucinante de músicos —muchos de ellos capaces de llenar estadios— y un lugar con mucho sol para dar rienda suelta los movimientos del cuerpo.

Un aspecto importante para tener en cuenta es que muchos de los visitantes actuales del frustrado Jamming 2022 compraron sus boletas en 2019 y 2020. “El Jamming lleva pospuesto desde pandemia. Yo iba a ir a la edición 2020 y tenía la boleta guardada”, le contó a este diario una de las miles de visitantes que se quedaron con las maletas hechas, los vestidos de baño listos y el sinsabor de no saber si la plata volverá algún día a sus cuentas bancarias. Varias fuentes confirmaron que la mayoría de los asistentes tenían entradas compradas antes del confinamiento. Les ofrecieron una ganga: aumentar el tamaño y los quilates del cartel de invitados.

Aunque las ediciones anteriores del festival pasaron sin mayores contratiempos, para Juliana Valencia –que ha asistido a varias– sí ofrecían señales de lo que pasó este año. Casi siempre los conciertos y la cantidad del público sobrepasaban las capacidades de la logística. “En todos los años que fui siempre se acababa el agua y muchas veces no respetaban el tiempo de los artistas. Los bajaban antes del escenario”. Con esta experiencia, decidió no comprar la boleta de 2022. “No creí que fuera a soportar ese cartel”, concluye.

Las investigaciones apenas comienzan —al final de la noche del 18 la SIC ordenó cesar la publicidad del evento y trasladar las denuncias a la Fiscalía Nacional— para definir si el talón de Aquiles del megaconcierto de tres días en una ciudad intermedia colombiana fue la desmesura de sus organizadores. O, por el contrario, como insinuó Ñengo Flow en una publicación de sus redes sociales, detrás del fracaso del Jamming Festival se esconde la mano de la malquerencia.

Muchos colombianos y extranjeros tendrán que aguantarse las ganas de ver en un mismo escenario estrellas del rock, la salsa, la música popular, el pop y ritmos afines. La apuesta de los organizadores fue la de pasar a la historia: sin duda lo hicieron.