Cultura

“Veo al ciclismo colombiano como una forma de resistencia campesina”: Matt Rendell

Los libros de Matt Rendell —uno de los invitados al Hay Festival de Jericó y Medellín— asumen el ciclismo como una manifestación de la cultura colombiana.

Periodista, Magíster en Estudios Literarios. Lector, caminante. Hincha del Deportes Quindío.

22 de enero de 2022

Matt Rendell —periodista, traductor, viajero, experto en ciclismo—habla en metáforas. Para explicar por qué los libros cardinales sobre el ciclismo colombiano llevan la firma de extranjeros usa la imagen del pez y el mar: “El pez no sabe que nada, el agua es su universo”. Más adelante en la charla comenta risueño la discusión sostenida con el editor de “Colombia es pasión”, el libro de perfiles de pedalistas nacionales: “Para mí la distancia entre las montañas en que Nairo Quintana creció y los campos Elíseos de Francia —el podio del Tour— es igual o mayor que la distancia que recorrieron desde cabo Cañaveral los primeros astronautas que pusieron pie en la luna”. Por supuesto, el editor calificó la imagen de hipérbole.

La cercanía de Rendell con los escarabajos se remonta a los noventa: se encontró en Londres con el bogotano Chucho Merchán y, tras renunciar a la docencia universitaria en Europa, viajó a América latina para pedalear desde Tierra de Fuego hasta Colombia. Llegó en abril y se hospedó en el centro de Bogotá.

El relato da paso de nuevo a la metáfora: “Como un acto zen, decidí vaciar mi consciencia y esperar a que Colombia se me presentara”. Residió una década en el país, una parte del tiempo en Medellín. Entre tanto, escribió Reyes de las montañas, un relato de las épicas y las derrotas del Zipa Forero, de Ramón Hoyos, de Cochise Rodríguez que trasciende la lista de logros deportivos y las anécdotas pintorescas y centra los reflectores en los mecanismos de la cultura y la vida de la sociedad.

Invitado al Hay Festival de Jericó y Medellín, Rendell conversó con EL COLOMBIANO sobre las claves para entender un deporte tan cercano a los afectos de los colombianos.

¿Cómo descubrió el ciclismo y por qué decidió escribir sobre este deporte?

“En Inglaterra no conocía el ciclismo como deporte, de verdad. Cuando fui a estudiar a Italia –en 1991–, un amigo mío era apasionado del Giro de Italia y yo me senté con él a mirar las etapas, sin entender nada. Y como en un mes hice una maestría en ciclismo, me enseñó. Entendí el ciclismo no como un deporte sino como una manifestación de la cultura. Cuando finalmente fui a Colombia fue en esa clave que entendí el ciclismo como una cultura y no como un deporte.

El deporte engaña al ojo: al mirar, por ejemplo, la maratón de los Juegos Olímpicos o una imagen tomada desde un helicóptero de un lote del Tour de Francia, uno cree que todos los atletas están haciendo la misma cosa, están pedaleando, están trotando, están jugando con un balón e intentando ganar un evento deportivo. La situación es mucho más complicada: dentro de cada atleta hay un mundo, hay un universo. El ciclismo —el deporte—, la cultura, la música son proyecciones civiles de lo que es la realidad colombiana. Así que eso demuestra que el ciclismo colombiano es la proyección de un país, de una cultura entera”.

¿Cuál era la imagen que tenía de Colombia al llegar en los noventa?

“No sabía nada de Colombia: sabía de Chucho Merchán y de la música. Era muy consciente de las tonterías que decían de Colombia: que era el país más violento del mundo y que Medellín era la capital del mundo del asesinato y del secuestro. Si el país es tan jodido como uno cree, pensé, entonces no tendría la población que tiene. Cuando llegué tenía un signo interrogativo en la mente, una reserva, un espacio para formar la propia opinión. Cuando escribí Reyes de las montañas hubo cuatro corredores profesionales colombianos en Europa: Iván Parra, Víctor Hugo Peña, Hernán Buenahora y Félix ‘Gato’ Cárdenas. A mí me interesó el ciclismo colombiano en el momento donde los triunfos estaban lejos”.

¿Por qué un extranjero decidió escribir la historia del ciclismo colombiano y qué aprendió?

“He dedicado veinte años a este trabajo. En un cierto sentido, creo, hay culturas que son tan espesas, tan particulares, tan intensas que uno mismo no se da cuenta. Siempre digo: es como un pez nadando en el mar. El pez no sabe que nada en agua, el agua es su universo. Nosotros no somos conscientes del aire. Entonces, el colombiano es como el pez y solamente el pájaro ve el pez en su agua y ve el agua.

El ciclismo colombiano implica todo un universo. Implica la cocina: la arepa, la mazamorra, el bocadillo, la aguapanela. Esta cocina viene del campesinado. El ciclismo colombiano tiene que ver con la cultura campesina, que es bien distinta a la urbana. Hablando con los hijos de los campesinos, con Nairo, con Miguel Ángel López, ellos son muy conscientes de que sus coequiperos europeos y norteamericanos no han tenido su experiencia de vida. El hijo de campesino ha tenido una experiencia de vida distinta.

El campesino que va pedaleando en un lote, de pronto, se imagina en un lote de caballos o vacas. Ve las cosas distintas, son metáforas vivas. Veo al ciclismo colombiano como una forma de resistencia del campesinado a la cultura urbana que destroza su forma de vida. El ciclismo es la bicicleta y la cultura campesina, la forma de ver el mundo: la paciencia, la resistencia a los dolores de la vida diaria. El ojo estratégico mirando el paso de las horas hasta el momento en que toca actuar. Hay muchos elementos. Hay muchas cosas que no existen en el ciclismo de otra parte del mundo, aunque tengan el mismo uniforme y tengan el mismo objetivo que es el de ganar la carrera”.

En Reyes de las montañas usted propone que La Vuelta a Colombia fue una manera de construir nación justo en el momento en que se profundizó la violencia. Hablemos al respecto.

“Cubrí hace unos años la Vuelta a Colombia. Vi a dos señoras ancianas. Una dijo a la otra: ¿usted vio a Rigo? Y la otra respondió: no, no lo vi, pero yo vi a Nairo. Y yo pensé: ¡ah!, esa es construcción de Nación. La pregunta pudo haber sido chovinista paisa –¿viste al corredor antioqueño?–, pero la respuesta no lo fue –yo vi al corredor boyacense–.

La historia de Cochise, la Vuelta a Colombia del 64 y las repúblicas independientes demuestra que el ciclismo sigue siendo un mecanismo de construcción de país. En Europa el deporte, en muchos casos, es un fenómeno de división. Ahora estoy en Madrid y uno ve que entre Barcelona y Madrid hay un movimiento de separación, pero Colombia sigue en la fase de construcción de país. Creo que el ciclismo tiene mucho que ver con eso porque es un deporte territorial y solidario, en el que hasta corredores de diferentes equipos tienen que cooperar, por ejemplo, en un escape para que el escape prospere. En el adn del ciclismo está este fenómeno de la cooperación y de la construcción”.

¿Cuáles son las imagenes que conserva en su retina del ciclismo colombiano?

“Cuando Nairo ganó el Giro de Italia yo manejaba las conferencias de prensa. Yo le acompañé en todo eso Giro. Le entrevisté en la zona mixta: él, después de tanta concentración, le vi sonreír. Eso, ciertamente, fue una experiencia muy especial para mí. El ciclismo es ese dolor y superación. Entrevisté a Egan muchos de los días del Tour de Francia de 2019. Son escenas que perduran en la mente.

El hombre-niño que es Nairo, con esa expresión que no cambia: nadie sabía si sufría o si no lo hacía. Parecía casi una estatua de San Agustín o una estatua de la Isla de Pascua. La parte de la cultura ancestral de Colombia apareció en ese rostro en el Giro y en el Tour”