Esta obra de teatro reflexiona sobre monstruos de la vida real: Garavito, Escobar y la reina de la escopolamina
Con veinte años de experiencia, Escena3 realiza montajes teatrales y gestión cultural en el municipio antioqueño.
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La lectura de Frankenstein o el moderno Prometeo detonó en el director de teatro Alfredo Mejía Vélez una pregunta sobre la naturaleza del mal y las formas en cómo este extiende sus ramas. Si los villanos son proclives al amor, ¿un ser benévolo es proclive a la violencia? Esa fue la pregunta medular de la filosofía europea posterior a la Segunda Guerra Mundial, cuando los sobrevivientes se dieron cuenta de que los líderes del exterminio de los judíos eran padres de familia, amantes y ciudadanos comunes y corrientes. De eso trata el tremendo reportaje Eichmann en Jerusalén, de Hannah Arendt. También ese dilema es el núcleo argumental de Mal de amores, la puesta en escena del colectivo teatral Escena3, ubicado contra viento y marea en Copacabana.
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“Con este tipo de obras queremos desmontar la idea de que el buen teatro es exclusivo de las ciudades y de los grandes teatros”, dice Alfredo mientras espera la hora del inicio del ensayo. La temporada de estreno de la obra —que recibió en 2022 la Beca de creación nacional en teatro del Ministerio de Cultura— comenzó el 3 e irá hasta el 25 de marzo, en funciones los jueves, viernes y sábados a las ocho de la noche. El precio de la boleta de entrada es de quince mil pesos.
Esta es la segunda beca nacional que recibe Escena3, la primera le fue concedida en 2016 por Réquiem a cuatro manos. La dramaturgia y el montaje de Mal de amores corren riesgos: por un lado le apuesta a tener a cuatro directores de talla nacional y, por el otro, decide mostrar a cuatro asesinos de la historia reciente del país pero en momentos en que sus humanidades vacilan por el amor. De esa manera, el público conoce las historias de Yadira Narváez, la reina de la escopolamina, sentenciada por envenenar a hombres mayores y dejarlos tirados en baños de moteles; Pablo Escobar, el fundador y mito del cartel de Medellín; Alias Gavilán, el sicario contratado por un par de sacerdotes para que los matara, y Luis Alfredo Garavito, el asesino de más de cien niños.
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Por las peculiaridades de estos personajes, los miembros de Escena3 decidieron acudir a directores con experiencia en las narraciones del horror. De esa manera, la historia de Narváez estuvo a cargo de Rodrigo Rodríguez, la de Escobar le correspondió a Fabio Rubiano, la de Gavilán a Sebastián Illera y la de Garavito a Johan Velandia. “Buscamos que cada historia tuviera una estética y un tono distintos”, dice Alfredo. Además, el grupo tomó la decisión de que el escenario fuera giratorio y cada capítulo se diferenciara de los otros en el vestuario y las luces. “Todos los personajes son reales y fueron construidos después de una investigación y entrevistas, pero las situaciones son ficcionales. La obra no es un documental o una pieza periodística, es teatro”, aclara Alfredo.
Desde siempre los artistas han sentido fascinación por los malos. ¿Cómo sería la Biblia sin Caín, el Faraón y Herodes? Buena parte de la fama de William Shakespeare descansa en los dramas protagonizados por monstruos del calibre de Shylock, Macbeth, Ricardo III y Yago. También el cine y la novela se han acercado a las fisuras de los villanos para lanzar preguntas sobre las coordenadas morales y éticas de cada época. “Son personajes muy atractivos y tienen la responsabilidad de desencadenar el drama. En un taller literario escuché que sin el lobo la historia de Caperucita roja no existiría”, cuenta Alfredo. Y lo poderoso de este tipo de relatos es el quiebre que produce en las convenciones.
Mal de amores no lava los rostros del mal, pero sí recuerda que estos también fueron capaces de amar. De esa manera, por ejemplo, el espectador asiste a los apremios de Escobar por conseguirle un dulce a su hija en plena caleta en las entrañas de la selva o se entera, a su vez, de que Garavito fue la víctima de la sombra de un padre autoritario. “Pretendemos que los espectadores se formulen algunas preguntas. ¿Qué pasa en nuestra sociedad que producimos estos seres?, ¿por qué somos propensos a personajes con este nivel de violencia”, dice Alfredo. Y en este punto la filosofía ofrece pistas: el mal no es una característica de unos pocos anómalos. Con las suficientes presiones y las tuercas flojas, todos podemos empuñar un arma o hundir el puñal en el cuello del vecino. A fin de cuentas –parafraseando a Nicanor Parra– somos una oscilación de ángel y bestia.