Literatura

Recuerdos de Borges, quien murió hace 30 años

Conocida aunque siempre sorprendente, la obra de Borges espera la lectura, aunque él ya no esté.

Envigadeño dedicado a la escritura de periodismo narrativo y literatura. Libros de cuentos: Al filo de la realidad y El alma de las cosas. Periodismo: Contra el viento del olvido, en coautoría con William Ospina y Rubén López; Crónicas de humo, El Arca de Noé, y Vida y milagros. Novelas: Gema, la nieve y el batracio, El fiscal Rosado, y El fiscal Rosado y la extraña muerte del actor dramático. Fábulas: Las fábulas de Alí Pato. Premio de la Sociedad Interamericana de Prensa.

Es periodista porque le gusta la cultura y escribir. A veces intenta con la ficción, y con los poemas, y es Camila Avril. Editora de la revista Generación. Estudió Hermenéutica Literaria.

14 de junio de 2016

Pierre Menard es un escritor francés del siglo veinte, cuyo mérito principal fue el de haber escrito los capítulos noveno y trigésimo octavo de la primera parte del Quijote, y un fragmento del capítulo veintidós.

Tales apartes, iguales a los de la obra de Miguel de Cervantes Saavedra —iguales en cada letra y en cada signo de puntuación— no constituyen un plagio. Siendo tan iguales como un rostro mirado en un espejo, los textos de Menard son más delicados que los de Cervantes. Basta leerlos y compararlos para darse cuenta de inmediato.

Y otro mérito de tales prosas estriba en que debe ser más difícil escribir a la manera del renacimiento estando en el siglo XX, que para alguien, como Cervantes, que vivía en aquel tiempo.

Este es el argumento de un relato de Jorge Luis Borges titulado Pierre Menard, autor del Quijote, incluido en Ficciones (1944), el cual comienza con el reclamo de un crítico por la omisión del nombre de tal escritor, poeta simbolista, en un catálogo. Menard es un autor ficticio.

Borges, cuyo trigésimo aniversario de su muerte se conmemora hoy, es un escritor muy conocido y desconocido a la vez, quizá porque es dueño de una obra que, como sus argumentos, es inconmensurable, hecha de arena. Recuerda esas cajas chinas que contienen otra en su interior y esta, otra, y esta, otra, en una sucesión que toca el infinito.

Si bien Ficciones y El Aleph son los libros más celebrados por la crítica, hay quienes creen que en nuestro medio, el primero de ellos no se ha leído suficientemente. Uno de quienes piensan así es el escritor Darío Ruiz Gómez, quien también celebra, entre esos Borges menos leídos, el ensayo sobre Evaristo Carriego, escritor que dejó los poemarios Misas herejes y La canción del barrio, y el cuento Flor de arrabal.

Por esta vía, la de conseguir que se sincronicen el palpitar del corazón del poeta con el de la ciudad, llegamos al Borges de Fervor de Buenos Aires, su primer poemario.

Las calles de Buenos Aires/ ya son mi entraña dice en sus versos iniciales. Y en los siguientes evoca las viejas casas de la ciudad, como una muy grande que habitó en su infancia, con patio y aljibe.

“No es añoranza lo que hay en Fervor de Buenos Aires —sostiene Ruiz Gómez—. No es tristeza por lo que se fue, ni afán porque regrese lo ido. Es la capacidad de crear un recuerdo. No es nostalgia por esos patios y esos aljibes, sino la reconstrucción de los lugares tales como existieron”.

El mismo, el otro

El escritor Germán Espinosa indicó en Historia de un plagio imaginario, artículo publicado en el Magazín de El Espectador, en 1990: «a Borges —me parece— le asustaba firmar algunas de sus mejores piezas: creía estar usurpando el derecho de algún otro. Recuérdese que uno de sus más populares relatos, Hombre de la esquina rosada, lo firmó inicialmente con el seudónimo Francisco Bustos. Recuérdese así mismo que en una advertencia liminar de Fervor de Buenos Aires se lee: “Si las páginas de este libro consienten algún verso feliz, perdóneme el lector la descortesía de haberlo usurpado yo, previamente”».

El cartagenero menciona en ese mismo texto un poema del que poco se habla: Límites. Pero no el Límites que firma el propio Borges en el libro El otro, el mismo, en el que dice:

De estas calles que ahondan el poniente,/ una habrá (no sé cuál) que he recorrido/ ya por última vez (...) Y más adelante: Para siempre cerraste alguna puerta/ y hay un espejo que te aguarda en vano (...).

Sino otro Límites, que Borges adjudica a un poeta uruguayo llamado Julio Platero Aedo, y que en sus versos hay unos parecidos a los anteriores:

Hay una calle próxima que está vedada a mis pasos (...)/ Hay un espejo que me ha visto por última vez (...).

Todo indica que el tal Platero Aedo ¡no existe! Es un autor creado por Borges “¿con el único objeto de plagiarlo a sus anchas?”, se pregunta Espinosa. Otro autor creado por el argentino, como el Pierre Menard, que dicho sea de paso, han tratado de identificar con un poeta francés que sí existió, pero este nació a finales del siglo dieciocho y su apellido tenía tilde en la e.

El Homero o el Milton de nuestro continente, así llama a Borges el periodista Juan José García Posada, identificándolos “por sus condiciones de ciegos y visionarios”.

El poema que prefiere García Posada de los escritos por el argentino es Las cosas:

El bastón, las monedas, el llavero,/ la dócil cerradura, las tardías/ notas que no leerán los pocos días/ que me quedan, los naipes y el tablero (...) ¡Cuántas cosas (...)!/ Durarán más allá de nuestro olvido/; no sabrán nunca que nos hemos ido.

Consideraba los prólogos un género literario. 64 son incluidos en un libro titulado Prólogos, en su Biblioteca Personal, conformada por cien títulos dispares que tenía en su mente.

Ensayos, poemas, críticas conforman también su obra.

Jorge Luis Borges no fue novelista. Afirmaba que el cuento era el género más exigente de la literatura. Nada en él puede sobrar y requiere una rigurosidad que no se puede destemplar desde el principio hasta el fin. En la novela, en cambio, hay zonas muertas, o no tan intensas, o no tan imprescindibles.

Dicen que él vivía en otro planeta, aunque no dicen en cuál. ¿Sería en Tlön? Que por eso, su primera esposa, Elsa Astete Millán, no se lo aguantó más de tres años. Tal vez de ese otro planeta extraía las historias que nos contaba como si fueran invenciones propias.