“Pajarraco”, la conmovedora historia de un rescate animal
Valeria Mira y Daniela Acosta firman este libro ilustrado que se presentó con exposición en Casa Tragaluz.
Periodista cultural de EL COLOMBIANO. Autor de “Por eso yo me quedo en mi casa”. Es el gemelo zurdo.
Del pajarraco no se conoce otro nombre que ése. Uno con doble “rr” despectiva, más largo que “pájaro” y más duro que “pajarito”; que designa a un ave genérica, acaso monstruosa y fea: casi una especie en sí misma que no es ninguna ave concreta y es todas al tiempo.
Un pajarraco podría ser un pájaro a punto de morir, ya con el aspecto irreconocible de un moribundo, o uno recién empollado y abandonado en su nido, cuando sus formas recientes impiden las clasificaciones. De cualquier edad y cualquier otro reino además del animal: no es un cuervo, que goza de tradición literaria, ni un fénix mitológico, ni un águila de vista y vuelo prodigiosos.
La escritora Valeria Mira (Medellín, 1992) encontró uno una vez: en una fuente, la cabeza flotando en el agua, parecía una “boya emplumada”, como escribe al inicio de Pajarraco (Babel, 2022), el libro álbum ilustrado por la artista bogotana Daniela Acosta (1993). Al verlo decidió rescatarlo. Sus manos se impregnaron de una viscosidad extraña, la del plumaje húmedo, que le recordó, cuenta, a la sensación que le quedaba en la infancia tras acariciar un perro mojado o llenarse de arena: se paralizaba y no podía tocar más nada hasta lavarse las manos.
Con esa extrañeza encima auxilió al animal, lo metió en una caja. La historia que sigue, o la que interesa aquí, la imaginó en ese libro después de contársela a una amiga escritora que le aconsejó hacerla. Cuando su amiga la leyó, la recomendó con varias editoriales. Una le dijo que ya tenían una historia parecida en su catálogo, aunque el comité coincidió en que estaba “hermosamente” escrita. La otra, Babel, decidió conseguir una ilustradora y publicarla tal cual. Pero entonces llegó la pandemia y el proyecto se suspendió antes de coger vuelo por primera vez.
Paralelamente, Acosta hacía un diplomado en ilustración con la editorial Tragaluz; al final del proceso, en una muestra de portafolios, pudo enlazar con María Osorio, la editora de Babel, que pronto le encargó ilustrar el cuento de Mira. Para esa editorial, igual que para Tragaluz, la ilustración y el cuidado son prioridades del proceso de un libro: crean piezas en las que texto y dibujo conversan, amplifican sentidos mutuos, borran jerarquías entre imagen y palabra.
“Pajarraco es un bicho, es una cosa, no es un pajarito lindo, de color, sino esto”, dice la autora señalando los dibujos del libro, en una mesa del El Café de Otraparte, en Envigado, al lado de Daniela Acosta.
La protagonista del cuento, queriendo ayudar al animal, lo mete en una caja de azúcar; en el pasado ha protegido arañas y lagartijas y el pajarraco es su primer “caso emplumado”.
Como a un amor o un amigo, la narradora empieza a imaginar nuevos destinos y lugares para el animal: quiere enseñarle a volar, que aletee de un laurel a un naranjo a un guayabo, entre los árboles de Medellín y con otras aves. También cree que es un pichón, lo compara con otros animales, y en un muestra de su ternura y ambición extremas se empecina por impartirle clases de vuelo.
La ilustradora se inventó un pajarraco blanco con negro, que cambia de tamaño en las diferentes imágenes; que es fuente, nido, boya, compañía para la niña. En el libro podría parecer un cuervo, un fénix o una gran bestia que podría comerse a su rescatista de un bocado.
Tanto narradora como ilustradora se entregan a la ambivalencia que sugiere la historia: el animal es una mezcla de pez y pájaro (“pézjaro”), pues lo encontró (¿intentando nadar?) en una fuente de agua. Y pretende que vuele porque asume que así debe ser. “Ella tiene una intención noble: realizar la naturaleza del ave”, explica Mira.
El libro trata del cuidado que se prodiga con intensidad y expectativa. La narradora —cuya edad se desconoce pero descubrimos que tiene acceso a llamar a un “parrajacólogo”— muestra cómo queriendo proteger se puede causar otra cosa. “Es una línea muy delgada entre cuidar y hacer daño que creo que está en todas las relaciones de amor. ¿Hasta dónde te quiero y qué quiero para ti?”.
La creación de este libro significó un punto de quiebre en la obra visual de Daniela Acosta. Pajarraco lo cambió todo, dijo en su Instagram al publicar las primeras imágenes. La editorial Babel recibió su propuesta visual: dibujos como se ven en sus redes sociales, hechos con gran destreza técnica, realistas y a lápiz. “Yo sé que puedes hacer eso, pero necesito más”, cuenta Acosta que le dijo la editora María Osorio.
La ilustradora —lo cuenta desde el mismo café de Envigado— empezó a dibujar en una pared con unas tizas, después sobre un papel gris, “sin mucha fe” en lo que iba a salir. 250 dibujos después no daba con lo que quería la editorial. El propósito era contar “una historia distinta en los dibujos”, pero que “no fuera independiente” del texto (en los libros de Babel, el formato dibujo-texto-dibujo de los libros permiten que el final de un cuento continúe en imágenes, que también abren el libro). Varios intentos más tarde el resultado fue radical: de las imágenes realistas Acosta pasó unas más expresivas, espontáneas y sugerentes; quizá infantiles, en el sentido amplio de la palabra.
“Las escalas cambian y los animales cambian de estado, y la niña se vuelve pájaro y el pájaro niña. Es como si ocurriera en el mundo interior, en el que las cosas pueden ser transformadas y tener un diálogo”, dice Acosta. “Ese juego es muy bello porque consiste en recordar que cuando uno es un niño tiene un punto de vista distinto, tiene una proporción distinta frente al mundo”, dice Mira.
Los dibujos fueron hechos en tiza sin fijar. En medio de la escasez y el encarecimiento del papel que ha golpeado en el último año a la industria editorial, decidieron escoger uno delicado pero de superficie algo rugosa, que parece dejar en los dedos un “dejo polvoroso”, como dice Valeria. Tocar este libro es entonces como llenarse las manos de tiza y de la textura sonora de la palabra “pajarraco”.
Y así, el lector de Mira y de Acosta descubre la pasión de una niña que quiso ayudar a volar a un pajarraco con la promesa de otros cielos para sus plumas de “algodón de azúcar”. Un libro que empieza con el tacto y termina con el tacto: cuando lo tocado se va pero se queda.
Exposición
Desde este 16 de marzo y hasta el 20 de mayo se exhibirán en Casa Tragaluz (calle 9 #43C-50) unos 150 dibujos, muchos más de los que hacen parte del libro de Valeria Mira y Daniela Acosta. Además de la presentación que tuvo lugar este jueves, se realizará este sábado 18 de marzo un taller de escritura y dibujo con ambas autoras. El montaje y la conceptualización estuvo a cargo de Acosta, con el apoyo y la orientación de Pilar Gutierrez, de Tragaluz, y María Osorio, de Babel.