El adiós a Fernando Botero desde el templo donde vive su obra
Con la llegada de féretro con el cuerpo del maestro Fernando Botero al Museo de Antioquia, se dio inicio a los homenajes póstumos que se harán hasta este jueves. Poco tiempo para tanto por agradecer.
A las 9:35 de la noche del lunes 25 de septiembre se apagó la hélice del avión Grand Caravan 208B, que traía el féretro con el cuerpo de Fernando Botero, y que venía marcado con su icónica firma. Del avión pasó al carro fúnebre, en medio de la lluvia y de una calle de honor que habían preparado los militares del Comando Aéreo de Combate N° 5 (CACOM) en la pista donde aterrizó el avión.
En ese mismo carro de la funeraria Abadía llegó ayer en la mañana al Museo de Antioquia, donde empezó oficialmente su despedida. El maestro vino a Medellín por última vez, aunque parece que nunca se hubiera ido.
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Fernando Botero se fue de Medellín cuando tenía 19 años, pero siempre se ha resaltado de él —en cada entrevista, en cada texto— lo colombiano y antioqueño que se sentía. Que hablaba varios idiomas y todos con acento antioqueño, que siempre estaba enterado de lo que pasaba en el país y que quería que su alma se fuera a una tienda donde vendieran aguardiente... Se repetía tanto que parecía una justificación.
Pero lo cierto es que Fernando Botero, a pesar de haber vivido casi toda su vida lejos de Medellín, y por fuera de Colombia, parece que nunca se hubiera ido. Cada gesto que hizo por la ciudad y el país es de una certeza enorme. Ahí está también su grandeza y su genialidad.
“Con este bello museo que inauguramos, nuestra idea y esperanza es crearle a Medellín, además de su inocultable transformación urbana, una nueva cara moral (...) Esta colección es el símbolo de mi esperanza personal, quiero que el país entero la disfrute también y para siempre (...) el arte es un milagro y enaltece el espíritu, por lo tanto debe ser compartido con entusiasmo”, dijo el maestro en su discurso durante la reinauguración del Museo de Antioquia, el 12 de octubre 2000.
Un año después de dicho acto, llegaron a la plaza ahora llamada de Botero, Ramón y Saúl, a trabajar como fotógrafos, una profesión que parece en desuso en una época donde todo el mundo tiene una cámara en el teléfono, pero que a Saúl y a Ramón los ha convertido en artistas.
Ramón es de Dabeiba, pero trabajó muchos años recogiendo café en el Suroeste. Allí consiguió su primera cámara y empezó a tomar fotos en los cafetales, de las plantas, de los compañeros, y los fines de semana a la gente del pueblo, en el parque. Saúl es de Ituango y empezó a tomar fotos por casualidad. Un día le regalaron una llama peruana y se vino con ella a trabajar en los alumbrados. Ahí lo vio un señor y le dijo, venga, yo le presto una cámara, tome fotos y me da la mitad. Saúl no sabía tomar fotos pero él socio le enseñó lo básico. Él fue aprendiendo el resto y al tiempo dejó la llama y se quedó con la cámara, se separó del socio y se fue a trabajar a la plaza de Botero.
Cada foto que hacen vale 15.000 pesos o cuatro dólares. Ellos la toman y van y la imprimen, y adornan el retrato con un borde que incluye las 23 esculturas que hay en la plaza o con sitios turísticos de Medellín —cosa que no se puede hacer con el celular—, y a los 10 minutos la entregan. Por mal que vaya el día, se hacen 30 mil pesos.
“Para hacer el arte tiene uno que ser profesional. El arte no improvisa y a la gente le gusta mucho llevar las cosas muy buenas”, dice Saúl.
Y ese arte que hacen Saúl y Ramón es posible gracias al arte de Botero, a sus esculturas y al museo, que se ha vuelto un lugar obligado para los turistas porque para los locales es sobre todo un lugar de paso.
“El maestro Fernando para mí fue un gran personaje, significa mucho. Es muy importante para la cultura como promovió el comercio a través de las imágenes, las esculturas, sus historias, todo lo que hizo. Fue un hombre que... mejor dicho, un mundo. Es inolvidable. Los que hemos trabajado en esta plaza hemos visto como se ha movido. Yo tengo mucho que agradecerle al maestro Fernando Botero, porque yo no tenía trabajo y cuando empecé a trabajar en esta plaza ya no me quise ir más”, dice Ramón.
Según los cálculos de Ramón y Saúl, entre venteros, fotógrafos y personas disfrazadas de estatuas, en la plaza de Botero trabajan más de 70 personas cada día. Todas están ahí porque Botero está ahí. Los que trabajan dentro del museo y los turistas que vienen a visitarlo, también.
“El arte es capaz de todo cuando definitivamente ofrece para todos y sin distinción, un lugar en el que es posible rodearse de belleza y de conocimiento. Esta plaza Botero, antesala de la institución fue creada por usted con el deseo de dotarle a la ciudadanía de Antioquia un lugar para trabajar por una nueva cara ética y moral, y el museo, con su inmensa capacidad de acogida lo hace diariamente desde sus dificultades y potencialidades”, dijo María del Rosario Escobar, directora del Museo en el acto de agradecimiento al maestro que tuvo lugar en la plaza ayer.
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Durante los actos de homenaje y antes de pasar a la cámara ardiente en el Salón del Concejo del museo, el féretro con el cuerpo del maestro Fernando Botero fue puesto en la entrada del museo, en la puerta principal. Bajando las escalas hacia la plaza, a cada lado estaban los invitados. En primera fila, en uno de los lados, estaba el alcalde Daniel Quintero, su esposa Diana Osorio y el secretario de Cultura Álvaro Narváez. En el otro estaba el gobernador Aníbal Gaviria, su esposa Claudia Márquez, la directora del Museo de Antioquia, Rosario Escobar, y los hijos del maestro: Lina, Fernando y Juan Carlos.
Varias personas dedicaron palabras de agradecimiento al maestro, Catalina Torres Torres, fotógrafa, habló en representación de todos los venteros que trabajan en la plaza; Miguel Augusto Franco, beneficiario de los programas del museo, habló por los niños y las niñas; María Bibiana Botero, presidenta de Proantioquia, anunció que la institución se encargará de crear el Centro de Documentación Botero y una sala más para los niños y las familias que llevará el nombre de Pedrito Botero. También estaban allí Olga Clemencia Villegas, amiga del maestro y su familia, Monseñor Mauricio Vélez, María Emma Mejía, Christian Padilla, doctor en historia del arte, Ana María Rojas, beneficiaria de los programas de arte financiados por Botero, Aníbal Gil, artista enorme, que compartió con Botero durante sus años de estudio en Italia, y María del Rosario Escobar, directora del Museo de Antioquia.
Habló también Juan Gómez Martínez quien, siendo alcalde de Medellín, apoyó a Botero en su empeño de darle vida al sueño de la Plaza de Botero. Dijo: “Maestro, vengo a despedirme del hombre ejemplo de desprendimiento y patriotismo que ha atendido el llamado de Dios. (...) Maestro, su desprendimiento y amor por Colombia nos ha servido como ejemplo para mostrar una patria grande y rica en la cultura, usted está en la mente de todos los colombianos como el gran patriota que fue. La plaza de las esculturas le ha servido a Medellín para hacer olvidar aquella época de la violencia, el envenenamiento de la juventud por los mercaderes de la droga y la maldad, producto de la ambición del dinero fácil”.
Por su familia hablaron dos de sus nietos —Felipe Botero y Nicolás Wild Botero— y finalmente su hijo Juan Carlos. Empezó por agradecer: “Mi hermano Fernando, mi hermana Lina y yo estamos realmente conmovidos con este homenaje que ha sido verdaderamente emocionante y espectacular. Estamos más agradecidos de lo que las palabras pueden decir”. Luego leyó un texto que tituló “Adiós papá”, donde habló de la influencia del país en la obra de su papá, de su forma de trabajar, de su coraje al pintar, de su rebeldía para no seguir nunca una tendencia. “Tan pronto mi padre empezaba a ordenar sus pinceles y a preparar los colores, ingresaba como a un estado de trance, de plenitud existencial, de una felicidad profunda y serena, desconectado del resto del mundo, se olvidaba incluso de su propio cuerpo (...) La alegría que él sentía al crear es la misma que uno siente al contemplar sus obras”.
Juan Carlos fue el último en hablar. La gente que se fue acumulando en la plaza, soportó las más de dos horas que duró el homenaje, bajo este sol terrible que quema y sofoca. Cuando se acabaron las intervenciones y un quinteto de la Orquesta Filarmónica de Medellín tocaba para despedir el evento para trasladar el cuerpo a la cámara ardiente en el Salón del Concejo del Museo, los transeúntes y curiosos que estaban en la sala se organizaron en fila para poder entrar a ver el féretro con el cuerpo. Todos querían ver al maestro, acercarse a su grandeza y a su genialidad, que no se irá con su cuerpo, pues quedará en sus obras.
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A principios de este año, cuando el alcalde Daniel Quintero decidió cerrar la plaza con vallas, Botero manifestó su molestia en una carta que le hizo llegar a través de las directivas del museo.
“He seguido con cuidado las noticias sobre la Plaza Botero, tanto aquellas que hablan de los problemas de seguridad, cómo estas últimas sobre su cerramiento. Por ello quiero expresar que desde siempre mi voluntad fue que este espacio fuera para toda la ciudadanía y que el Museo de Antioquia fuera su principal cuidador (...) Que la ciudad transite libremente, así debe estar”, escribió Botero.
Pero la plaza sigue cerrada con vallas, no es que no se puede entrar, sino que no pueden entrar todos. Es imposible transitar libremente, como quería el maestro. Solo hay unos pasos permitidos, resguardados por la Policía. Así, se separa lo que resulta problemático en la ciudad, del arte, aunque siempre se atribuye al arte una capacidad de salvación casi milagrosas en los momentos más conflictivos.
Para muchos, la importancia de Botero es que ha sido la cara para mostrar de una ciudad que fue la más violenta del mundo. Es como queremos que nos vean y nos reconozcan. Todas las miradas están puestas en él, pero la mirada de él estuvo siempre puesta en la ciudad, en su gente, en su historia, su idiosincrasia y su acontecer. Con lo bueno y lo malo, lo que se quiere mostrar y lo que no se quiere reconocer. Eso fue lo que retrató. Por eso su filantropía es una forma de gratitud.
“Mi padre es un hombre muy exitoso gracias a su obra, pero su obra es el resultado de su país. Por eso su gran gratitud y amor por Colombia. Él entendió que la materia prima de su obra es su propia tierra. Entonces, es una manera de devolver atenciones”, le dijo a El Colombiano su hijo Juan Carlos, durante el lanzamiento del libro Botero 90 años, que tuvo lugar una semana antes de morir su padre.
En la obra de Botero está la genialidad, la destreza, el estilo, la técnica, pero el arte está en vivir aquí, donde la violencia es inagotable y la ilegalidad es la norma. Aquí el maestro vivirá por siempre, en su obra, que le da vida a tantos. Botero es para siempre, como gritaba durante el homenaje una mujer envuelta en una bandera de Colombia