Cultura

Fernando Botero, el pintor antioqueño que conquistó el mundo

El antioqueño perteneció a una generación de pintores que se abrió a las influencias del arte contemporáneo.

15 de septiembre de 2023

En 1960 Gabriel García Márquez publicó un artículo sobre el que ha corrido mucha tinta. Se titula La literatura colombiana, un fraude a la nación, y en él el entonces casi desconocido novelista —todavía faltaban siete años para la publicación de Cien años de soledad— hace un demoledor análisis de la calidad de los libros publicados en el país y de las condiciones materiales en que estas obras eran escritas. Entre las muchas ideas del ensayo hay una que ahora, con ocasión de la muerte de Fernando Botero, resulta interesante para entender el legado del artista antioqueño.

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Para demostrar la pobreza de la literatura nacional, García Márquez hizo una breve descripción del ambiente artístico colombiano de finales de los años cincuenta y principios de los sesenta. Dijo: “Los pintores tuvieron la suerte de que Colombia no hubiera sido considerada nunca como un país de pintores (...) los pintores colombianos han empezado por el principio, aprendiendo duramente su arte y su oficio, y ejerciendo al mismo tiempo una vigorosa presión contra el medio”.

Aunque en el texto no hay una alusión directa al hecho, no resulta descabellado aventurar la idea de que García Márquez tenía en mente la polémica que provocó el rechazo en 1958 del cuadro Homenaje a Mantegna, de Fernando Botero, del Salón Nacional de Artistas Colombianos. Al final la obra fue aceptada, por la presión de algunos críticos, entre ellos Marta Traba, y recibió el principal premio del jurado. Más allá de las minucias del momento, ese tira y afloje entre sectores culturales dejó en evidencia las tensiones que causó la inserción de los artistas nacionales en las formas y los asuntos del arte contemporáneo.

Eso que García Márquez llamó una “vigorosa presión contra el medio” fue la consecuencia de la forma en que una generación de pintores —Botero, Eduardo Ramírez Villamizar, Enrique Grau, Alejandro Obregón— entendió y ejerció la pintura. Ellos prontamente se conectaron con el arte del mundo, tanto con el de su presente como con el del pasado. Botero, por ejemplo, publicó en agosto de 1949 un elogio de la actitud pictórica de Salvador Dalí y de los surrealistas.

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Allí valoró el arrojo de un grupo de pintores que no tuvo mayores problemas para sumergirse en las nieblas del inconsciente y salir de allí con las formas de la pesadillas que, al final, terminaron en los lienzo. Esta admiración no fue óbice para que su paleta se nutriera con los cromatismos de los maestros del Renacimiento y aprendiera de ellos los asuntos de la perspectiva. Esa deuda con el pasado lo llevó a recrear los motivos de las obras de ellos en las suyas propias. En ese sentido, Botero fue un pintor universal.

Esa universalidad, que comenzó por la variedad de sus influencias, se tradujo en la cantidad de escenarios del mundo en la que se expusieron —y se exponen— sus obras. Hay pinturas de Botero en museos de Estados Unidos, Europa y América. También sus esculturas han conmovido con su monumentalidad a los viandantes de Italia, China y Colombia. Además, sus obras en el mercado del arte han alcanzado precios que lo ubican en la lista de los artistas del siglo XX más apreciados por los coleccionistas y por las instituciones de arte.

Sin embargo, el real legado de Botero —como el de todo creador que se respete— es su ejemplo para los artistas de Occidente. Al respecto escribió el profesor Edward J. Sullivan: “Fernando Botero no solo ha aportado formas originales de arte a nuestra época contemporánea, sino que también ha sido un símbolo de inspiración para los artistas más jóvenes de todo el mundo occidental”. Y ese ejemplo se resume en la idea de que en el arte las fronteras no existen y todo lo hecho por la humanidad le pertenece a la humanidad entera, sin importar las coordenadas de la geografía y la historia.