Cultura

Una colección de afectos hechos arte se exhibe en Nueva York

En la galería Proxyco en Nueva York, una exposición curada por el antioqueño Pablo Gómez Uribe narra los lazos de varias generaciones de artistas paisas.

Periodista que entiende mejor el mundo gracias a la música, que atrapa cada momento que puede a través de su lente fotográfico y a la que le fascina contar historias usando su voz.

09 de febrero de 2021

Dentro de una casa en El Retiro, adornada por un jardín que bien podría haber inspirado un Monet, el artista Jorge Ortiz guarda unos trueques que atestiguan todo tipo de amistades atravesadas por el arte. Han sido 50 años de carrera en los que el artista, quien hizo parte de la generación urbana del arte en Medellín, ha ido estrechando colegaje. Cada pieza que guarda es, a su vez, un recuerdo de cuando un amigo quiso entregarle una obra y él, en retorno, le ofreció una suya.

“La idea del trueque no es que yo cambio, no es tú me das y yo te pago. Sigue más la idea de la naturaleza: yo necesito y tú necesitas”, dice Ortiz. Para él, la síntesis del intercambio no es, ni será, el valor económico, sino simplemente la generosidad. Así de simple. Sucede entre maestros y alumnos o amigos que quieren cuidar un pedazo del legado de ese otro que los acompañó en el camino.

“En primera fila”, entre esa colección de intercambios artísticos que Ortiz guarda en su casa, está un trueque que pactó con otro paisa, Pablo Gómez Uribe. Se trata de una pieza que hizo parte de la muestra Esta casa no valía nada, lo que sí valía era el lote (2016), que Gómez Uribe armó como una reacción ante lo que parecía ser la inminente desaparición La Oficina, esa galería que bajo el liderazgo de Alberto Sierra impulsó varias generaciones de artistas en Medellín.

La fachada de esa galería, ahora inmortalizada como una pieza artística, le trae un aluvión de memorias. “Fui muy amigo de Alberto Sierra, fuimos casi como hermanos. Trabajé en su galería 40 años, así que para mí ese trabajo de Pablo es importante”, apunta Ortiz. Llegó a sus manos a cambio de una reimpresión del negativo original de uno de sus famosos Cables (1978), aunque con el tiempo Gómez Uribe ha podido incluir en su colección de trueques dos Cables originales del 78.

Gómez Uribe siente que usualmente es muy exigente cuando se trata de mirar obras, siempre espera que le “expandan el pensamiento y que le muevan prejuicios”, pero siente que lo más bonito de un trueque es que todo eso pasa a un segundo plano. “Aunque puede haber ideas fuertes, posturas, denuncias o cualquier tipo de idea, cuando hay un trueque, cambio porque hay un recuerdo y una amistad. Es como bajar la guardia”.

En el campo de las artes, explica Fredy Alzate, como en todos los gremios, hay colegaje y amistad. “En muchas ocasiones, en nuestros proyectos, quienes nos acompañan y participan de la experiencia, también son nuestros colegas”. Poco a poco se van entregando pedazos de vida en forma de arte, de manera informal, “hay reconocimientos en el otro creativo y lo ve uno como un igual”.

Cada quien va armando sus colecciones y, considera él, Medellín tiene una escena pequeña que permite que los artistas se conozcan mejor.

Una colección afectiva

A unos cuatro kilómetros de distancia del Museo de Arte Moderno de Nueva York, donde está el Boquerón (1979), otra de las obras más conocidas de Jorge Ortiz, se ubica la galería Proxyco que Laura Sáenz (Bogotá) y Alexandra Morris (Ciudad de México) fundaron hace tres años y actualmente está abierta sobre la calle Orchard en el Lower East Side de Manhattan.

Su idea era darle un espacio cada vez más amplio a nuevas generaciones de artistas provenientes de Latinoamérica y mostrarlas al público neoyorquino (ver Radiografía). Allí, en medio de un temporal invernal como el que cada febrero se vive en esa ciudad, se aloja la exposición Una Colección Afectiva, curada por Pablo Gómez Uribe, y cuya base son precisamente esos vínculos que se tejen por medio de esas cadenas que unos artistas le dan a otros.

En total son 22 que han hecho parte de la historia del arte en Medellín, “aunque faltan muchos”, precisa el artista y curador de la muestra que estará abierta hasta finales de febrero. Contará con piezas de Ethel Gilmour, Juan Camilo Uribe, Luis Fernando Peláez, Jorge Ortiz, Adolfo Bernal, José Antonio Suárez, Beatriz Olano, Libia Posada, Ernesto Restrepo, Jorge Julián Aristizábal, Fredy Álzate, Camilo Restrepo, Gabriel Botero, César del Valle, Sebastián Restrepo, Juan Moreno, Liliana García, Simón Ramírez, Alejandro Posada, Carlos Montoya y Carlos Roldán.

Pablo añadió a la exposición una de sus piezas, Mede Yorker (2013) que vincula su pasión por la arquitectura desde dos visiones, la de Medellín y la de Nueva York. De hecho, desde hace un tiempo vive en esa ciudad y cuenta que fue a partir de los trueques que, junto a su esposa Alexa Halaby, rescató un pedazo de hogar estando tan lejos.

Así como quien lleva fotos de la familia y los amigos cuando está lejos, “mi esposa y yo solo nos llevamos los cuadros de estos personajes, fue la manera como hicimos nuestro pequeño Medellín”.

Medellín desde varios ojos

Exhibiciones de este tipo no son tan comunes, explica Luisa Villegas G., investigadora en prácticas curatoriales. No lo son, “al menos en espacios hegemónicos del arte, porque tiene lógicas más íntimas”. A veces pasa que los artistas organizan exhibiciones en sus casas, pero ella destaca que no es el común denominador. Villegas destaca que por un lado está ese lazo afectivo que bautiza la obra y que da testimonio de la carrera de Pablo y del reconocimiento entre colegas, pero hay otro eje de lectura: “Es un testimonio de época”.

En medio de ese proceso tan personal, se conectan los procesos de creadores de tres generaciones distintas y “la relación que Pablo ha tenido durante su vida artística con artistas y procesos de la ciudad, que no tienen que ver necesariamente con procesos artísticos, sino otros históricos, sociales y políticos que finalmente afectan a los artistas por estar vinculados al lugar donde habitan”.

Aunque hay representantes de diferentes épocas del arte, Villegas no siente que necesariamente sean un hilo para entender el arte en Medellín en su totalidad. “Hay un montón de artistas que no han sido investigados en las mismas lógicas artísticas de la historia del arte en el país”.

Piensa que es más adecuado aseverar que sí son una muestra “de ese vínculo con la historia de la ciudad, donde la producción de los artistas que vivieron los noventas en su juventud o adultez es muy distinta a las maneras en las que que los de ahora están produciendo. Pueden procesar esos eventos históricos”.

Da tres ejemplos para conocer esos contrastes. Está Ethel Gilmour, quien se encuentra dentro de la muestra con su obra Mecedora (1998). En su momento, la manera en que Gilmour trató la pintura, “para la historia del arte fue rompedora con relación a la pintura misma, al medio mismo y a lo que provocó dentro de la pintura, incluyendo problemáticas del país y la ciudad con belleza y sutileza”.

Otra cara de Medellín la ha plasmado Pablo Gómez en su obra, por ejemplo, “quien con otro tipo de herramientas, lo toma desde un lugar mucho más irónico” y se refiere a temas relacionados con la violencia o el narcotráfico “y cómo eso va transformando a la ciudad o a la sociedad”.

En un tercer lugar pone de ejemplo el trabajo de Sebastián Restrepo, “quien no necesariamente está narrando cosas desde la ciudad, pero desde ese lugar personal mezcla referencias históricas diversas y más vinculadas a esa experiencia de una ciudad que es un poco caótica y absurda”.

En medio de esos intercambios, además, para Pablo es una oportunidad de juntar a cuatro “pilares” que han alimentado su práctica artística a nivel personal: Ethel Gilmour, Adolfo Bernal, Juan Camilo Uribe y Jorge Ortiz. De hecho, piensa que el trabajo de Uribe y el de Jorge Julián Aristizábal le permitieron entender a Medellín desde otra perspectiva, incluyendo el uso de la sexualidad para llegar a entender la dualidad de una ciudad conservadora y religiosa, frente a ciertas pasiones camufladas.

Gómez Uribe invitó a otros artistas más jóvenes como Simón Ramírez, a participar de la exposición y en ese caso no hubo intercambio. “Para mí fue muy emocionante porque conocía la gran mayoría del trabajo de estos artistas, respeto su trabajo. Un artista como José Antonio Suárez ha sido un referente muy influyente en mi generación, así como para mí y la gente alrededor mío. También Ethel Gilmour, Juan Camilo Uribe y Adolfo Bernal”.

En este recorrido afectivo se intercambian miradas del mundo y un inmenso aprecio entre quienes se conectaron en vida a través del arte