“Es más importante entender el mal que encarnar el bien”: Nancy Huston
La novelista visitó Medellín en el marco de un encuentro sobre medioambiente y arte. Acaba de publicar una novela que tiene un protagonista colombiano.
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En un momento de la entrevista que sigue la novelista Nancy Huston activó su celular para mostrar las fotos de una reciente tertulia gastronómica celebrada en París con unos amigos colombianos. Lo hizo para demostrar que su conocimiento de Colombia no se limita a los informes de la prensa sino que incluye los testimonios de los migrantes. Huston, que es una de las novelistas de lengua francesa más celebres de la actualidad, alternó en sus respuestas los monosílabos con exposiciones detalladas respecto a los temas del medioambiente y la sexualidad femenina.
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En alguna entrevista usted dijo que la segunda persona gramatical es su persona gramatical preferida. ¿Sigue siendo así?
“Sí. Soy una mujer de letras porque comencé mi vida escribiendo cartas a mi madre. Y era vital, me mantenía en vida recibir cartas y escribirlas. Y como ella estaba lejos siempre, yo tenía que intentar hacer que mi vida fuera palpitante para ella. Así me acostumbré a escribir, a contar lo que hacía. Así ha continuado mi vida: escribiéndole tanto a mi madre como a un hombre que estaba lejos. En francés, una mujer de letras no es una mujer de cartas, es una mujer literaria”.
García Márquez decía que él escribía para que sus amigos lo quisieran más. De alguna manera, usted escribe para buscar el amor de su madre y después el amor de los hombres...
“Sí. No encontré suficiente amor siendo pequeña”.
¿Y realmente ha logrado encontrar el amor a través de la escritura?
“Sí, sí”.
Otro tema de su interés es el ambiental. ¿Cómo despertó a esa consciencia?
“En la adolescencia estaba en una situación excepcional. Fue la época de la guerra del Vietnam, de la explosión del capitalismo. En esos años aprendimos en la Primavera silenciosa, de Rachel Carson, del peligro de los pesticidas. Por eso digo que la mía debió ser la generación de Greta Thunberg, la primera en levantar la voz. Sin embargo, en los sesentas y setentas el trabajo de las multinacionales calmó las críticas que se hicieron al mundo de la industria. Luego me fui para Francia, estuve en círculos marxistas y artísticos. Y, como sabes, Francia adora las doctrinas. El dogma de mi juventud fue el marxismo. Nadie hablaba realmente de ecología en este momento. Los ecologistas no tenían tanto peso. En esos años estudié con Roland Barthes. Nuestra generación leyó a Barthes, Foucault, Lacan, Deleuze, pero casi nadie leyó a Bruno Latour, que escribió libros sobre la ciencia. Tengo vergüenza de decirlo, pero lo cierto es que mi consciencia ambiental se despertó más o menos hace quince años”.
¿Qué pasó?
“Leí un artículo en Le Monde Diplomatique sobre la extracción de petróleo en mi región natal de Canadá. Fue horroroso. Allá extraen casi un millón de barriles al día y llegan casi cien mil hombres solos del mundo entero a trabajar allá. Todo eso produce un exterminio de pájaros, una deforestación masiva. Allá se transgreden los contratos firmados con los pueblos autóctonos de la zona. Hay una tasa de cáncer espectacular, muy fuera de lo común, para los niños indígenas. Allá fueron llevadas mujeres para ser prostituidas entre los trabajadores. Me sentí preocupada. Esto sucede en el sitio donde nací”.
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¿Y esa consciencia se tradujo en su escritura?
“Hice un artículo largo que salió en la prensa de Canadá, Francia y España. Luego participé en un libro colectivo que se titula Brut, la fiebre del oro negro. Luego hice una novela, pero esa novela no se vendió bien en ese momento. La hice porque fundamentalmente soy una novelista. Las novelas no están hechas para denunciar este tipo de hechos”.
Eso último que dice va en contra de la idea de Sartre del papel político de la literatura...
“Yo odio a Sartre. Odio sus libros y su pensamiento. La nausea es el disgusto ante lo vivo. A Sartre le horrorizan la clorofila, la naturaleza. Él no quiere el cuerpo de las mujeres. Él no quiere la reproducción. Todo esto le da asco. Es típicamente un producto de la sociedad occidental: pone el espíritu muy alto y el cuerpo muy por debajo. Simone de Beauvoir ha tomado prestada su filosofía. En sus libros ella odia la maternidad porque es algo animal, asqueroso. Las novelas de ideas siempre son fracasos. La novela necesita suspender el juzgamiento. Para mí es mucho más importante entender el mal que encarnar el bien”.
Hablando de la sexualidad, usted le envió una carta abierta al papa Francisco en el que critica el celibato. ¿Hubo respuesta?
“No he recibido respuesta y eso me da miedo. No es sólo que me decepciona, me da miedo. Creo que la Iglesia tiene que responder de porqué no toma en cuenta las necesidades sexuales de las personas. ¿Por qué una mujer no puede tener deseos sexuales? ¿Por qué para estar cerca del espíritu de Dios un hombre no debería besar?”.
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En este viaje, ¿le preguntaron mucho por la nacionalidad colombiana del personaje principal de su última novela?
“Sí. Tengo amigos colombianos en Nueva York que adoro y que me han contado historias de su infancia. En París he conocido muchas trabajadoras sexuales latinoamericanas. Y ellas me han contado también sus historias de vida. Entonces, me pareció posible hacer un libro con un protagonista colombiano. Esta decisión la comparo al hecho de casarse con una persona. Realmente uno cuando se casa no sabe cuál va a ser la historia que se va a escribir con la otra persona”.
¿Qué idea tiene de Colombia a partir de esas conversaciones?
“Es un país muy variado. He leído muchos libros, he visto muchas películas para conocer más acerca del contexto y de la historia de Colombia. Es un poco mi profesión, de eso se trata mi trabajo. Yo soy nada, entonces soy todo. Puedo ser como un río e ir investigando en todas partes”.
*En la traducción de este diálogo tomó parte Lila Chaloyard, la coordinadora cultural de la Alianza Francesa.