Cultura

El método de José Antonio Suárez Londoño

El artista paisa, que tiene varias exposiciones en la ciudad, cuenta sus “secretos” y rituales a la hora de crear.

Periodista. Estudiante de maestría en Estudios y Creación Audiovisual.

25 de noviembre de 2019

Los ritos son lo más sorprendente, lo leyó una vez en el relato El Principito. En ella el zorro le explica al pequeño príncipe que estos hacen que los días sean diferentes y que las horas se puedan distinguir entre ellas. Si no hubiera ritos, los días y las horas terminarían pareciéndose.

José Antonio Suárez Londoño es un hombre de rituales. Por varios años leyó prensa y varias biografías de rockeros. Le gustaba escuchar Múnera Eastman radio, y aún visita grandes museos para ver a los maestros.

Iba con frecuencia a Daytona Beach, en Florida, a sentarse en una banca de un parque para dibujar, lo único que no ha dejado de hacer, para lo que no necesita ni el papel ni el lápiz más fino.

Un ritual que le gusta, por ejemplo, es dibujar todos los días. Desde 1997 se acostumbró a hacer un dibujo diario, luego los empezó a reunir en tomos de 365 hojas que llamó Anuarios.

Su idea era siempre rayar. Ese juego se convirtió en una rutina y después en una placentera obligación. “Si empiezo tengo que terminar”, dice el antioqueño en conversación con EL COLOMBIANO, tumbado en la poltrona de su casa, al frente de varios relojes de pared que cuelgan de la sala de estar, la misma que usa a veces para pintar.

Dibuja en cualquier hoja, incluso en recibos de caja, aunque casi siempre lo hace en libretas. Con el tiempo se llenó de tantas que cree que tiene una “Panamericana de libretas”, una para cada mes. Algunas son tan bonitas que ni siquiera las raya, por eso esas ya no las compra.

Click, clack

Cada año un Anuario, cada uno 365 dibujos; así durante 22 años. La ventaja, dice el artista, es que sus temas no se agotan porque tiene un método sencillo que usa para no “parecer un disco rayado”: se basa en libros. Como si fuera un juego se empezó a apoyar en textos y diarios de escritores o pintores. Sin embargo, en los últimos años ha elegido publicaciones aleatorias a ojo, en las que el rasero es buena carátula, un título atractivo o el resumen de la contraportada.

Cada año va a pescar un ejemplar a una librería. El volumen debe tener más o menos “tres centímetros de grosor” –dice y hace un gesto de gancho con el índice y el pulgar– medida que, calcula, alcanza para sacar las 365 imágenes.

Luego de escoger el libro, si en el camino no le gusta, igualmente lo tiene que terminar, así sea malo –aunque casi nunca se equivoca–. Lo lee cada día hasta que halla la imagen que va a dibujar. Apenas la encuentra, detiene la lectura y le pone el número que corresponde la fecha del año, día 255, 256... y empieza a dibujar, como si no pudiera perder el tiempo que lo persigue en su pared de relojes: click, dibujo, clack, dibujo, click, dibujo.

En 22 años ha trazado por lo menos 8.000 hojas, con una mezcla de paisajes, arquitectura, inscripciones, sellos, patrones, animales, o plantas, igual a las que tiene en su balcón, porque le gustan desde que estudiaba Biología.

También elabora grabados aunque no es lo común; para hacerlos se requiere de otro ritmo, otros materiales y estar siempre pendiente, como si estuviera en una cocina. El dibujo es menos dependiente y lo deja parar, contestar el teléfono o, incluso, salir de la casa.

Salir

José Antonio Suárez Londoño nunca aprendió a pintar, por eso raya y hace grabados. Dibuja desde que recuerda y graba desde los 19 años, cuando su maestro Humberto Pérez le enseñó la técnica en madera, metal y piedra, replicando los mismos de un libro de Rembrandt que compró en ese momento. Ahora le encanta hacer grabados, siente que es una manera de dibujar que no se puede controlar.

Durante un tiempo creyó que se nacía con el talento de artista, hasta que se dio cuenta de que también se podía aprender. Recuerda cuando daba clases en la universidad a estudiantes de un curso de ilustración que nunca habían hecho un trazo y terminaban haciendo buenos trabajos, como sucedió con él. Ahora les dice a los que empiezan que no se preocupen si hacen ilustraciones fieles a la realidad, los invita a que rayen todos los días porque algún día se parecerá.

Eso le dice ahora a los compañeros del club de dibujo que tiene hace 14 años y con los que se ve cada viernes, desde las 9 hasta finalizar la tarde. Son cerca de 30 artistas que durante años se reunieron en la casa Taller 7, pero desde finales de 2018 hasta ahora empezaron a hacerlo en el Claustro de Comfama y el Paraninfo de la Universidad de Antioquia.

Con papel y lápiz y unas ganas “muy serias” por dibujar, este club a veces retrata modelos –muchas veces ellos mismos–, paisajes o arquitectura de ciudad. También son sus salidas a callejear. Como El Principito, es un ritual en el que cada viernes es uno nuevo, al que se le entrega como si fuera único.

“Él se toma el trabajo de llamarnos personalmente para avisar dónde será la próxima sesión y sobre qué será, si retrato o arquitectura”, señala Juan David González, que asiste desde hace tres años al grupo.

Una vez al mes hacen salidas de campo a lugares que les parecen bonitos: el cementerio del Ferrocarril de Antioquia en Bello, el edificio del Águila Descalza o la Escuela de Derecho de la Universidad de Antioquia, o a dibujar el monumento de Francisco Javier Cisneros que está en la Alpujarra o salen a una finca de un amigo a dibujar un atado de madera sobre el césped.

Suárez Londoño dice que el club no es un taller ni clase porque no hay profesores. En lugar de eso se aprende a ver. Les dice a sus compañeros, que lo que él hace es empezar por donde más le gusta, si es un retrato, comienza a esbozar el ojo o la nariz o el pelo, lo que más le llame la atención como un inicio de lo que vendrá.

Su trabajo se puede ver ahora en varias exposiciones, algunas de Medellín (ver Radiografía). En el año ya ha cerrado algunas, como la individual en la galería Ordovas, de Londres, que estuvo desde junio; o la exposición en dupla con la artista Sofia Hultén para la sala Alexander & Bonin, de Nueva York. Por temas de agenda, José Antonio no pudo ir a esta porque tenía que preparar una gran exhibición de 1.000 dibujos en la Galería Continua de San Gimignano, Italia –donde expuso también hace tres años– y porque aprovechó para ver unas exposiciones de maestros en España.

Para febrero de 2020 prepara la exposición Expedición San Ignacio, una muestra del club de dibujo. Le tocará sacar más tiempo y salir más de la casa.