De los Talleres al Mamm, un pasado que es glorioso
A tres días de inaugurar sus nuevas instalaciones, contamos la historia de la sede actual del Museo.
Imagen de Talleres Robledo en 2006, tres años antes de su transformación.
FOTO archivo
Envigadeño dedicado a la escritura de periodismo narrativo y literatura. Libros de cuentos: Al filo de la realidad y El alma de las cosas. Periodismo: Contra el viento del olvido, en coautoría con William Ospina y Rubén López; Crónicas de humo, El Arca de Noé, y Vida y milagros. Novelas: Gema, la nieve y el batracio, El fiscal Rosado, y El fiscal Rosado y la extraña muerte del actor dramático. Fábulas: Las fábulas de Alí Pato. Premio de la Sociedad Interamericana de Prensa.
El edificio de los Talleres Robledo tiene una gloria propia que lo hace digno de estar en un museo. Y más en el de Arte Moderno. Fue escenario de acciones que pusieron a Antioquia en la modernidad.
En esa construcción simple y moderna, de techos altos, había un corazón de fuego en el que se fundía el hierro y el acero necesarios para la fabricación de máquinas y repuestos para la industria antioqueña.
El escritor José Gabriel Baena publicó un texto en Generación de EL COLOMBIANO el 19 de febrero de 2006, titulado Tras el museo de la industria antioqueña, en el cual, como puede deducirse, proponía la creación de un museo de la industria en las instalaciones de Talleres Robledo, que se había jubilado de su función original.
Retomando notas del “delicioso libro de crónicas La ciudad”, de Agapito Betancur, publicado en 1925, Baena cuenta que los Talleres Robledo tienen su inicio en Fundición La Estrella, que funcionó desde 1896 en ese municipio.
“Allí fabricaban herrajes, despulpadoras de café y maquinaria menor. Seis años después trasladaron los talleres al entonces corregimiento de Robledo, donde montaron máquinas alemanas y ‘americanas’ y una rueda Pelton para utilizar la caída de aguas de la quebrada La Iguaná”.
Y da más datos. Que los primeros propietarios de los Talleres fueron Justiniano y Juan de la C. Escobar y Pedro M. Velilla. Este murió en 1914 y, por eso, se disolvió la sociedad. La vendieron a otras personas que rebautizaron la empresa con el nombre de Talleres Nacionales.
En los primeros años de Talleres Robledo, sus acciones estuvieron dirigidas “al servicio de los mineros y de la minería”, cuenta Manuel Restrepo Yusti, en la Historia de la Industria Antioqueña 1880-1950, incluida en el libro Historia de Antioquia (Suramericana, 1988).
La guerra europea
En 1920 lo compraron empresarios muy conocidos como Alejandro Echavarría, Gonzalo Posada y Jorge Escobar.
No es de extrañarse que Echavarría llegara a Talleres Robledo. Era el fundador y propietario de la Compañía Colombiana de Tejidos, Coltejer, y le interesaba fabricar sus máquinas y repuestos.
Gabriel Poveda Ramos, el ingeniero e historiador de la industria antioqueña, quien se desempeñó como asesor de Simesa por casi 20 años, cuenta que en los dos primeros decenios del siglo veinte se fundaron varios talleres metalmecánicos para reparar maquinarias de la industria textil.
“La primera Guerra Mundial —menciona Poveda Ramos— provocó muchas limitaciones para la importación de tejidos. No venían telas. Por eso fundaron Tejidos de Bello, Coltejer y otras compañías pequeñas. Traían maquinarias de Inglaterra, pero, con el problema de la guerra, las transportaban en barquitos pequeños, con muchos riesgos, y la mercancía llegaba muy aporreada.
”Entonces —continúa el historiador— se crearon muchos talleres para la minería y la industria, como el Estrada, en Caldas; uno de un señor Wolf, en Titiribí; otro, Freydel, y varios más, que con las dificultades causadas por la guerra europea comenzaron a reparar molinos de minería y, luego, a fabricar máquinas y repuestos para la naciente industria textil”.
Simesa integró a Robledo
“En 1916 —revela Poveda Ramos— Talleres Robledo contaba con 45 obreros, que la hacían, para su tiempo, una empresa de gran tamaño”.
Según registros consultados por él, de 1914 a 1930, Talleres Robledo produjo 4.500 despulpadoras y 350 molinos pisones para la minería.
En el decenio de 1930, después del paso de la crisis económica que afectó a Colombia, aunque más levemente que a otros países del mundo, se aceleró el desarrollo industrial. Aparecieron fábricas de textiles, químicas, de jabón, y la fundidora siguió colaborando en este empuje. En 1938 surgió la Siderúrgica de Medellín S.A., Simesa, con la intención, no solo de producir y reparar maquinaria, sino de fabricar varillas de acero porque “florecía la construcción”, como explica Poveda Ramos.
Los ingenieros Carlos Sevillano, Julián Cock y Jorge Arango Carrasquilla fueron quienes lograron “otro puntal de la industrialización antioqueña cuando en 1939 pusieron en marcha un horno Brown Boveri, que fundía chatarra, hierro y acero para Antioquia”, en Simesa, dice Manuel Restrepo Yusti en su historia.
Un renglón importante del negocio de la Siderúrgica lo llenaba Talleres Robledo, de modo que en Simesa decidieron comprarlo. De acuerdo con José Gabriel Baena, en ese momento, Talleres Robledo fue trasladado para una sede situada en Amador con Tenerife, pleno Centro de la ciudad, y poco tiempo después fue el primero en situarse “en los lotes denominados Las Playas (hoy Las Vegas), diseñado por la oficina de Arquitectura de Horacio Marino Rodríguez, en un estilo inglés industrial, sobrio y bello”.
La construcción tardó menos de un año. En notas tomadas de los archivos del Museo de Arte Moderno, se lee: “1939: Siderúrgica de Medellín compra el terreno de Las Playas, comienza los trabajos de adecuación de accesos y carreteras. La Junta Directiva autoriza contratar la construcción del primer edificio de la empresa en terreno propio. En octubre de este año se termina la construcción que hoy conocemos como Talleres Robledo”.
Poveda Ramos, quien en su tiempo de asesor de la Siderúrgica hablaba con los trabajadores más antiguos y le contaban historias de aquellos tiempos, dice: “En Talleres Robledo llegaron a hacer relojes para torres de iglesia. Esos técnicos eran pilosos, muy activos, que aprendieron a hacer relojes, desbaratando otros”.
Gabriel Poveda Ramos quiso saber de fundición. En los años que estuvo vinculado a la Siderúrgica, se acostumbró a dirigir sus pasos a Talleres Robledo para aprender de los obreros. “Allá, en esa factoría, para referirse al galpón de la fundición, nadie decía: ‘vaya al taller de fundición. Decíamos: ‘vaya a Talleres Robledo’. Jamás desapareció su nombre. Se pronunció hasta el último día que funcionó Simesa, a mediados de los 90. Y sé que el Mamm lo conserva pintado en el frontis, con un sentido romántico”.