Cultura

El pianista David Greilsammer siguió sonidos para salir del laberinto

El pianista y director artístico y musical de la Geneva Camerata en Suiza, se inspiró en un sueño recurrente para crear su más reciente álbum: Labyrinth.

Periodista que entiende mejor el mundo gracias a la música, que atrapa cada momento que puede a través de su lente fotográfico y a la que le fascina contar historias usando su voz.

14 de abril de 2021

Inmensos muros, largos e imponentes, rodeaban al pianista David Greilsammer, mientras corría en una búsqueda que no lograba expresar muy bien. En su adolescencia caía entre esos pasadizos infinitos cuando dormía, era uno de esos sueños recurrentes que ocupaba su mente. Creció y, aún así, seguía presente. “No era una pesadilla, pero tampoco un sueño gracioso o divertido. Era impresionante e inmenso, me generaba una sensación profunda, pero no era negativa”, cuenta él. Era algo similar a estar en la presencia de algo inmenso e inabarcable, una obra arquitectónica que, irónicamente, le daba esa sensación de estar perdido en la mitad del mar.

A veces, en ese recorrido, abría puertas y tomaba un camino y caía por varios segundos. Otras veces solo corría con afán, “tratando de encontrar algo con urgencia, con impaciencia”, no como quien escapa del peligro, sino como alguien que sabe que algo inmenso le espera, así no tenga

idea de qué será. Greilsammer, nacido en Israel, se formó como un pianista clásico, ha sido solista y conductor de orquestas como la BBC Philharmonic, San Francisco Symphony y la Salzburg Mozarteum. Es el director musical de la Geneva Camerata y es uno de los nombres que la

Filarmónica de Medellín está considerando como un posible director titular de su orquesta.

Como un hombre inmerso en partituras, en su sueño reconocía sonidos que le daban pistas de hacia a dónde seguir corriendo. Ahora siente que era una especie de manifestación de que “consciente e inconscientemente, intentaba encontrar un camino fuera de este enorme laberinto, tratando de encontrar otra vía como ser humano y como artista”.

Otra conexión

Con los años, el sueño seguía regresando y decidió que para entenderlo debía expresarlo. “Yo no soy escritor, soy músico, así que esa debía ser mi manera de contarlo”. Encontró obras que se asemejaban a eso que escuchaba en el laberinto y se demoró cuatro años en darle forma a un proyecto musical llamado Labyrinth (laberinto) que difiere mucho de cualquier programa que se escucharía en una sala de conciertos o en una grabación de las que se esperan de un pianista clásico como él.

De hecho, se ha dado cuenta de que ese mismo molde del solista clásico no le queda. Por eso, a lo largo de la última década, ha ido virando su actividad como intérprete y director: ha querido inclinarse por “algo diferente, más personal, más experimental y más moderno en el sentido de que debería estar relacionado al mundo en el que vivimos, en el que nos conectamos”. Sigue interpretando los clásicos, “pero la estructura de mis conciertos ha cambiado y la pregunta siempre es: ¿qué tan lejos puedes ir? Con los dedos, con la cabeza y el corazón” y qué tanto las experiencias personales pueden incidir en expresar “lo que pasa alrededor socialmente, políticamente o con el medio ambiente”.

La decisión de romper con parámetros muy rígidos sobre el escenario le ha merecido críticas, pero cree que ese factor diferencial solo llega cuando el artista se propone hablar con sinceridad. “Todos tenemos momentos en la vida en los que necesitamos encontrar soluciones con una pareja, un amigo, con alguien que ha muerto. La mejor manera de tratarlo es narrar tu historia y creo que al final intento hacer eso con Labyrinth”.

Un orden al caos

No escogió un único compositor cuyas obras dieran forma a su laberinto, tampoco eligió un espacio temporal preciso. Incluyó piezas que van desde el barroco con Jean-Baptiste Lully hasta piezas de este siglo, como las virtuosas y veloces Repetition Blindness I y II, escritas por Ofer Pelz para este proyecto.

No quería que fuera algo inconexo, de todas formas. “Cuando soñamos a veces tenemos momentos locos, algunos ni siquiera los recordamos. Quería que este sueño sí fuera claro para los oyentes, así que la estructura se convirtió en una obsesión”, comentó. Por eso organizó las 19 piezas de su disco (algunas eran fragmentos de obras más extensas) en siete capítulos diferentes, cada uno compuesto por tres piezas. Siguiendo la lógica de los déjà vu, cada capítulo arranca con un compositor como Beethoven, por ejemplo, y termina con ese mismo compositor.

En medio de esas dos piezas, Greilsammer introdujo a otro compositor completamente distinto: entre dos fragmentos de las 6 Bagatelles, Op. 126 de Beethoven, el pianista incluyó la frenética Makrokosmos, Book I: The Magic Circle of Infinity del compositor estadounidense George Crumb, quien tiene 91 años. Esa pieza en particular fue una de las más retadoras para el proyecto. Por la manera como Crumb la creó, era prácticamente imposible leerla para interpretarla, pero se ingenió un sistema para interpretarla y grabarla (ver Radiografía).

En el centro de los siete capítulos del laberinto hay una única pieza, Goyescas: El amor y la muerte de Enrique Granados. Es la pieza más larga del disco, un poco más de 12 minutos y para el pianista podría representar un instante de respiro entre los altos muros, un breve momento de revelación. Cree que en ese momento se puede llegar a un fin de esa búsqueda tan larga: el encuentro, una experiencia compartida “bien sea con una pareja, con la amistad, con la familia o con uno mismo”.

Greilsammer ya dejó de soñar de manera tan recurrente con ese complejo cruce de caminos. Espera regresar a Medellín este año, si la pandemia lo permite, tiene ya conciertos agendados en la ciudad. Por ahora, entre la incertidumbre de las presentaciones en vivo, comparte este disco, que espera pueda acompañar a otros que estén descubriendo sus propios caminos.