Caída de helicóptero llevó temor a vereda de Carepa
Habitantes de Piedras Blancas aseveran que desde la madrugada del martes escucharon tiros antes de la caída de la aeronave.
Egresado de la U.P.B. Periodista del Área de Investigaciones, especializado en temas de seguridad, crimen organizado y delincuencia local y transnacional.
Dos cosas tienen preocupado al campesino, de mirada huidiza y frases entrecortadas. Una es la salud de su hija de tres años, herida por una esquirla en el rostro, y la otra, portar un apellido que de cuenta de otros se ha vuelto maldito en Urabá: Úsuga.
El labriego, con el estómago vacío y la ropa desgreñada por el jornal, espera en las afueras de urgencias de la clínica Panamericana de Apartadó, Antioquia. En una de las camillas, su pequeña aguarda la valoración del oftalmólogo, después de resultar herida el martes tras la caída de un helicóptero Black Hawk en el sector La Cangrejera del corregimiento Piedras Blancas, de Carepa, donde ella vive.
La hipótesis preliminar es que al impactar el aparato contra la topografía, un pedazo de su fuselaje o de la munición que cargaba voló unos cuatro kilómetros, aterrizando en el rostro de la pequeña que jugaba entre los árboles.
“Usted sabe que uno es gente de monte, y la niña estaba allá cuando eso pasó”, narra el campesino, sin tener muy claro qué la aporreó.
El diagnóstico, de acuerdo con Yaneth Cristina Castaño, directora médica del centro clínico, es que padece “laceraciones superficiales en hemicara izquierda y opacidad corneal en el ojo izquierdo”.
La infante ingresó a urgencias a las 5:47 p.m., siete horas después de la entrada del primero de los dos policías que sobrevivió al siniestro, en el que 16 uniformados de los Comandos Jungla y la Aviación de la Policía perdieron la vida.
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En medio de la agitación, el campesino fue detenido e interrogado por los agentes. No solo estaban interesados en saber si había presenciado la caída del helicóptero, sino en esclarecer si era allegado al principal objetivo de los 1.200 policías que desde febrero patrullan la región por cielo, agua y tierra: Dairo Antonio Úsuga David, alias “Otoniel”, el jefe de la banda criminal “los Urabeños”.
Desde el año pasado, cuando las autoridades le cambiaron el nombre a ese grupo por “Clan Úsuga”, llevar ese apellido se convirtió en una maldición para los habitantes de la zona. El labriego lo sintió en carne propia, al ser separado de su pequeña para la diligencia, mientras personas del hospital se apiadaban de ella y la consolaban con ropa y juguetes. Al poco tiempo lo dejaron tranquilo.
“Es altamente improbable que las heridas que presentaba sean causadas por el siniestro. Así y todo, ha sido acompañada ella y su papá por Bienestar Familiar y la Policía”, declaró el ministro de Defensa, Luis Carlos Villegas, al otro lado del país.
Y añadió: “Se dijo que este señor había sido detenido, en lo absoluto. Se le está haciendo todo el acompañamiento de una herida que tuvo su hija que pareciera ser de un objeto de origen desconocido, como una piedra por ejemplo”.
Lo que haya impactado a su pequeña es lo que menos le importa a Úsuga, el campesino. “Ya gracias a mi Dios se salvó, yo solo quiero que me la suelten para irme de aquí”, dice angustiado.
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El tal “Inglaterra”
El centro poblado más cercano al sitio donde cayó la aeronave es el corregimiento Piedras Blancas. Partiendo de Carepa, hay que tomar una carretera destapada, que sacude los vehículos de lado a lado mientras atraviesan terrenos con ganado pastando y niños de piernas flacas quemadas por el sol.
A los 12 kilómetros, tras media hora de camino, se llega a la cabecera corregimental, donde ninguna calle tiene asfalto, y el polvo que levanta la ventisca, le da un aspecto viejo a las casas. Lo único nuevo son las pancartas de los candidatos políticos.
Sus habitantes son cultivadores de maíz, yuca y plátano, en su mayoría desplazados de Saiza (Córdoba), Urrao (Antioquia), Acandí y Carmen del Darién (Chocó), que apenas vieron los sobrevuelos de los helicópteros el martes, pensaron que los aciagos días de la violencia habían regresado.
“A eso de las 5:30 de la mañana escuchamos esos aparatos y varias ráfagas. Se oía lejos, y a las 6:00 otra vez más disparos, ¡ta-ta-tata-tá! No sabíamos qué estaba pasando, cuando como a las 8:30 ¡pummmm! Explotó el helicóptero”, cuenta uno de los moradores.
La aeronave se precipitó a tierra en La Cangrejera, a unas tres horas de trocha desde la vereda Polines, donde muere la vía carreteable de Piedras Blancas. Es una zona montañosa y de vegetación densa, donde solo se aventuran a vivir las comunidades ancestrales, algunas familias campesinas y si acaso la Madre Monte.
El ministro Villegas también dice que los Black Hawk iban disparando, pero al igual que los residentes no especificó contra quién y si el fuego era correspondido desde tierra. La hipótesis de la Fuerza Pública hasta ahora es que se estrelló contra una ladera, en medio de factores climáticos adversos para la operación.
La última misión de los comandos especiales era arrestar a Luis Padierna, alias “Inglaterra”, supuesto jefe de “los Urabeños” en Carepa y Chigorodó. Las investigaciones judiciales apuntan a que se oculta en una serranía, movilizándose en mula por campamentos y ranchos provisionales.
Cuando uno les pregunta por él a los pobladores, de inmediato bajan la voz. “Pues dicen que desde que era pelao no ha vuelto por aquí”, “el tal Inglaterra se mantenía en un sector que le dicen La Esmeralda”, “se dejó crecer el pelo y anda barbao pa’ que no lo reconozcan”, relatan.
El rostro de Padierna es familiar para esta comunidad, pues aunque muchos no lo conocen en persona, aparece en los carteles de los más buscados que la Policía Nacional reparte por doquier.
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Calma disfrazada
Los residentes coinciden en que Piedras Blancas y sus 12 veredas son apacibles, a diferencia de las áreas conflictivas en las que vivían. No obstante, la presencia de los delincuentes es latente.
“Aquí los paramilitares, o sea ‘los Gaitanistas’ o ‘Urabeños’, andan de civil. Dan vueltas por el pueblito y se ponen a tomar cerveza en los negocios. Los guerrilleros también bajan a dar vuelta a veces, desde Belencito, que queda en la montaña, hacen mercado y se van”, explica un jornalero.
El cobro de las vacunas extorsivas se aplica a los ganaderos y algunos comerciantes, que prefieren no admitirlo. Otros insinúan que de no ser por la gente del “comandante ‘Inglaterra’”, “las Farc se meterían aquí a vacunar a todo el mundo”.
Esta percepción dificulta la tarea de la Fuerza Pública, máxime cuando el único muerto que ha habido en el caserío en los últimos dos años, fue abatido por un uniformado. “Hace dos meses vinieron unos policías forasteros, que no eran de acá, y en la vía a Polines les dijeron a tres muchachos que pararan. Uno de ellos corrió y le dispararon. Le decíamos ‘El Sapo’ desde chiquito”, relata un albañil.
Fuentes de la Policía consultadas por este diario respondieron que desde que iniciaron la Operación Agamenón contra el Clan Úsuga, en febrero, han beneficiado a las comunidades de Urabá con jornadas de recreación, agua potable y asistencia agropecuaria y veterinaria en las áreas más alejadas.
A medida que los periodistas nos internábamos en Polines, se hizo evidente el seguimiento de “los puntos”, la denominación que la banda criminal les da a sus “campaneros” e informantes. Uno de ellos tomaba fotografías y las enviaba a un interlocutor al otro lado del teléfono celular. Para los residentes, esa conducta parece “normal”.
Tan normal como el miedo a que todo empeore, como apunta una campesina junto a su cría de marrano. “Aquí somos pobres, pero felices. Por eso después de lo que pasó con el helicóptero, a uno sí le da miedo que se vaya a dañar el pueblito”.