Atentado contra el Club El Nogal, es hora de la verdad
Farc reconoció autoría del atentado, pero no ha aclarado contra quién iba dirigido. Víctimas se siguen preguntando por qué. Se cumplen 15 años.
Soy periodista egresada de la Universidad de Antioquia. Mi primera entrevista se la hice a mi padre y, desde entonces, no he parado de preguntar.
Cuando la llamada entró, Alejandro Ujueta Amorocho estaba entre las cobijas viendo una película al rincón de sus padres. Tenía 20 años y ese era su plan favorito de los viernes por la noche. Al teléfono estaba su hermano Juan Carlos, quien le pidió el favor de acompañarlo a llevar a su novia a la casa. Faltaban pocos minutos para las ocho de la noche.
Interrumpió la película y salió de la casa con rumbo al Club El Nogal, que quedaba a media cuadra, para acompañar a su hermano y su cuñada. Cinco minutos después, su madre, Martha Luz Amorocho, sintió un estruendo.
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Pocos segundos después de la explosión, Bertha Lucía Fries estaba sepultada. Una pared le cayó encima y el polvo prácticamente no la dejaba respirar, le cosquilleaban los dedos y sentía mucho dolor en el cuello.
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Minutos más tarde Fernando Ruiz, presidente de la Junta Directiva del Club El Nogal, llegó al lugar, encontró una destrucción insana, nadie se explicaba lo que había sucedido, gran parte del edificio estaba destruido, todavía se sentía el polvo levantarse de los escombros y lo aturdían las sirenas: ambulancias, policía, bomberos, sacaban heridos y muertos del lugar que por años había considerado su casa de recreo.
Se desató la guerra
El atentado al Club El Nogal de la ciudad de Bogotá ocurrió el 7 de febrero de 2003, a las 8:11 de la noche. Casualidad o no, exactamente seis meses después de que Álvaro Uribe Vélez asumiera como presidente de la República.
Un automóvil Renault Megane Rojo, de placas BNX361, cargado con 200 kilos de anfo explotó en el nivel 4 del prestigioso club, ocasionando la muerte de 36 personas y heridas a 158 más. 185 viviendas del sector resultaron averiadas.
Esa explosión, aparte de que sucedió en la capital del país, fue en un sitio de reunión de la alta sociedad y comprobó que las Farc, para entonces, tenían la capacidad de cometer atentados en cualquier parte. 15 años después no se conoce cuál fue el motivo ni qué ganaban. Ahora, después de la firma del Acuerdo de Paz , y cuando los altos mandos de la insurgencia están a punto de pasar por a Jurisdicción Especial para la Paz (JEP), se espera que cuenten su versión ante la Comisión de la Verdad, por lo que este hecho histórico cobra relevancia.
Esa noche los organismos de socorro atendieron la emergencia con el profesionalismo que les caracteriza, muchas vidas se salvaron. A las clínicas de la ciudad, especialmente a la del Country, llegaron los heridos, varios de ellos quedaron con secuelas del brutal atentado.
Al día siguiente Lou Fintor, un funcionario del Departamento de Estado de EE.UU., dictó la sentencia: el ataque formaría parte de la campaña de terrorismo urbano de las Farc.
“A mí no me cabe duda de que fueron las Farc. Vienen haciendo acciones en las que Bogotá es el objetivo y han demostrado que lo que antes utilizó el narcoterrorismo, ahora lo usan las Farc sin ningún cargo de conciencia”, secundó el entonces vicepresidente de la República, Francisco Santos.
El único que no daba crédito a esas versiones era Fernando Londoño Hoyos, ministro del Interior y de Justicia y socio fundador del Club El Nogal, quien consideró, en su momento, que “esto es demasiado sofisticado para haberse planeado en el Caguán. Aquí tenemos que vérnosla con un terrorismo sofisticado”.
Y es que en todo el mundo la palabra terrorismo retumbaba, el 11 de septiembre de 2001, Al Qaeda derribó las Torres Gemelas, el emblema del mundo financiero, en Estados Unidos.
15 meses después del desastre, se supo que Inteligencia Militar ya sospechaba que algo así podía ocurrir en Bogotá, incluso la Revista Semana reveló, pocos días después del atentado que esa dependencia del Ejército tenía claro que la ciudad estaba siendo infiltrada por una célula de la Columna Móvil Teófilo Forero de las Farc, las alertas estaban reseñadas desde el 19 de diciembre de 2002.
Las Farc ya habían mostrado parte de su capacidad en los meses anteriores: un año atrás secuestraron un avión de Aires para raptar al senador Jorge Eduardo Géchem, que generó el final de la negociación de Caguán. Lanzaron morteros al Palacio de Nariño el día de la posesión del presidente Álvaro Uribe, la única que fue a puerta de cerrada en el Congreso por amenaza terrorista, y detonaron varios carros bomba, una escena que no se veía desde la época del Cartel de Medellín, entre las décadas de los 80 y los 90.
Después del fracaso en las negociaciones de paz, en el Caguán, esa guerrilla se había expandido, explicó Germán Valencia, investigador del conflicto de la Universidad de Antioquia.
“Las Farc pasaron de 2.500 hombres en 1983 a 20.000 en 2001. Estaban crecidas como nunca antes y estaban metidas en un negocio con el cual generaban grandes recursos: el narcotráfico”, explicó Valencia.
Así que contaban con el dinero y con la gente entrenada para cometer uno de los atentados más dolorosos de la historia de Colombia.
Además, el presidente Uribe les había declarado la guerra y había hecho una potente alianza con Estados Unidos que ahora quería no solo acabar con el narcotráfico sino también con el terrorismo, continuó el profesor.
El coronel (r) Carlos Alfonso Velásquez recordó que al otro día de ser posesionado el mandatario lanzó en Bolívar el programa “Vive Colombia, viaja por ella”, emblema de la seguridad democrática, con la que se buscó recuperar la confianza de los colombianos para volver a viajar por tierra y se invirtieron alrededor de $2.200 millones para incentivar el turismo doméstico.
El Nogal, ¿un símbolo?
Alejandro Ujueta Amorocho murió en el parqueadero. No alcanzó a encontrarse con Juan Carlos, quien estaba en el restaurante de la torre que colapsó. Su situación fue crítica. Mes y medio después volvió a la casa y como un bebé, tuvo que aprender, de nuevo a hacerlo todo: caminar, comer, hablar y vestirse.
La señora Amorocho lloró a su hijo muerto, aún lo llora; y cuidó al que se salvó, le ayudó a vivir “milagro tras milagro”.
“El ataque al Club El Nogal no fue contra Martha Luz Amorocho ni contra mi familia, el ataque al Club tiene más trascendencia y definitivamente no es personal”, señaló la mujer, quien reclama que las Farc, ahora que se comprometieron a decir la verdad, respondan a las preguntas que han rondado su mente durante 15 años: ¿cómo? y ¿por qué?.
Bertha Lucía Fries también sobrevivió, pero fueron 8 años y medio de infierno, quedó cuadrapléjica, solo movía tres dedos, y su recuperación fue dolorosa, no solo física sino emocionalmente. Muchas veces quiso morir.
Ahora es distinta. Recuperó su movilidad y su vida. Y lidera un grupo de víctimas en su proceso de perdón y reconciliación con las Farc.
Visitó La Habana el 31 de octubre de 2016 y logró firmar, el 28 de marzo de 2017, un documento de siete puntos en el que las Farc se comprometen a pedir perdón y a decir la verdad sobre lo que ocurrió en el Club ante la Jurisdicción Especial para la Paz y ante la Comisión de la Verdad, es el primer documento que rubrica alguna víctima con ese grupo guerrillero.
Sin embargo, ella tampoco ha obtenido respuestas; únicamente las Farc reconocieron su responsabilidad. Respuestas no ha recibido.
“Ellos no dijeron por qué y eso es lo que les estamos pidiendo, que nos digan a quién estaba dirigido”, señaló Fries, quien agregó que “hay otros involucrados: el Estado que sabía que iba a suceder esto, hubo dos informantes que lo denunciaron y no hicieron nada. También queremos saber si es cierta la hipótesis de que los paramilitares entraban y dormían allá, incluso Mancuso, y también hay otros responsables”, aclaró.
Y es que la teoría a la que Fries se refiere ha sido comentada, mas no investigada, desde el mismo momento del atentado. Por esos días, el Gobierno adelantaba diálogos con las Autodefensas Unidas de Colombia para lograr su desmovilización y el ministro Londoño, entonces conocido como el ‘superministro’, socio fundador del Club, era protagonista en los diferentes aspectos de la negociación. Sin embargo, Fernando Ruiz asegura que nunca se dio cuenta que algo así ocurriera en el Club.
A esa voz se unió Londoño, quien en diálogo con EL COLOMBIANO dijo que “salieron con el cuento de que habían paramilitares que entraban al Club El Nogal, mentiras, nunca entró un paramilitar. Por fortuna el Club tiene el archivo de quiénes entraron cada día, a qué hora y dónde estuvieron”.
En lo que muchos coinciden es que El Nogal era un símbolo para la capital. Para Valencia era el centro del poder económico del país, para Ruiz era un símbolo de lo que es Colombia: “Gente trabajadora, grandes y pequeños empresarios, deportistas, gente aficionada a la cultura”.
Para otros, como Marc Grossman, ex subsecretario de Estado para Asuntos Políticos de EE.UU., este acto fue la reivindicación, a sangre y fuego, de la lucha de clases de la entonces organización guerrillera. No obstante, las Farc, cuando reconocieron el ataque en medio de los diálogos de paz, les dijeron a las víctimas que este no fue un atentado contra una clase social, y que la verdad la conocerían en la JEP, que será presentada en un proyecto de ley con “mensaje de urgencia”, para que sea aprobada en el Congreso antes de junio, según el Ministerio del Interior.
La justicia a medias
Penalmente la responsable fue la guerrilla. El Juzgado 8º Penal del Circuito Especializado de Bogotá condenó a Herminsul Arellán Barajas y Fernando Arellán Barajas (quienes infiltraron el club junto a otros dos familiares, que tras la explosión no lograron escapar y murieron), a penas de 480 meses de prisión y multa de 1.055 salarios mínimos legales mensuales vigentes. Fueron señalados como coautores de las conductas punibles de terrorismo, homicidio agravado y tentativa de homicidio agravado. Los miembros del Secretariado obtuvieron penas similares.
El año pasado Herminsul obtuvo la libertad condicional para acogerse a la JEP, por lo que su versión será oída en el Tribunal de Paz. Fernando ha negado en múltiples oportunidades su vinculación con el grupo guerrillero, y por consiguiente, con el atentado.
De acuerdo con Fries, desde el 2005 se interpusieron demandas (algunas engloban varios casos y están distribuidas en diferentes juzgados y tribunales) contra el Club y contra el Estado, con las que las víctimas buscaban verdad, reparación y justicia, pero ninguna de ellas ha prosperado. No obstante, un grupo de víctimas sigue reclamando ante el Tribunal Administrativo de Cundinamarca porque para su caso no fueron contempladas las pruebas halladas de la investigación penal contra las Farc, que dan cuenta del conocimiento que tenía el Estado de la posibilidad de que un atentado como el de El Nogal ocurriera.
Además, porque no ha llamado a los miembros de las Farc, hoy ciudadanos en pleno ejercicio de sus derechos, a declarar la verdad de lo que allí ocurrió.
Hoy El Nogal está en pie de nuevo. La reconstrucción del edificio fue rápida y en honor a las víctimas hay una llama eterna que recuerda lo que el conflicto les quitó al país y a sus familias. Pero la reconstrucción no ha terminado, el dolor y las preguntas siguen rondando, la apuesta por la reconciliación es lenta y el vacío continúa.
Martha Luz Amorocho extraña todos los días, todo el día, a su hijo Alejandro, su alegría y sus abrazos, eso es algo que nadie, nunca, podrá devolverle y eso solo una de cientos de historias que se desataron esa noche.
Pasaron 15 años la verdad judicial está a medias, los condenados, como suele ocurrir, fueron los presuntos autores materiales. La Farc pidieron perdón y se comprometieron a decir la verdad. Las víctimas mantiene sus preguntas ¿Cómo? y ¿Por qué.? Ahora que la Farc tiene que responder ante el tribunal de la JEP, es momento de responder a estas preguntas, si aseguran no fue un atentado de “clases”