Álvaro Leyva: así es el Canciller de Petro que carga con el lastre de las extintas Farc
Tiene 80 años de los que ha pasado 50 ocupando cargos públicos. Sus raíces son conservadoras y oligarcas, y ahora busca protagonismo en la paz total.
Periodista egresada de la facultad de Comunicación Social - Periodismo de la Universidad Pontificia Bolivariana.
Cuando Álvaro Leyva Durán pisó por primera vez un campamento de las extintas Farc era 1984. Llegó a Casa Verde como un interlocutor del Gobierno de Belisario Betacur para los diálogos de paz de La Uribe. Desde entonces –como lo reconoció– ha metido mano en todos los procesos de paz, frustrados o no, que ha tenido el país. Y, por eso, hoy hace parte del gobierno del primer presidente de izquierda: Gustavo Petro.
La influencia de Leyva, un conservador ospinista y pastranista –no de Andrés Pastrana, sino del padre y también expresidente, Misael– ha tocado cuanta mesa de negociación con la guerrilla se instaló desde entonces. Y ahora, en pleno Gobierno de Gustavo Petro, está comprometido con su paz total, la cual pasa por los diálogos con el ELN y va hasta los acercamientos para el sometimiento a la justicia de los narcotraficantes, precisamente uno de los temas que esta semana Petro y Leyva tocaron con el presidente de Estados Unidos, Joe Biden.
Él mismo lo dijo en una entrevista con EL COLOMBIANO de febrero de 2006, cuando quería pelearle la Presidencia a Álvaro Uribe en su aspiración por la reelección. “No hay ni un solo proceso, incluyendo el del M-19, que no haya tenido la mano anticipada de Álvaro Leyva, pero ninguno fue manejado por mí. Todo lo contrario, se buscaba la manera de que no hiciera presencia”, aseguró Leyva hace 17 años.
En esa contienda estaba avalado por el Movimiento Nacional de Reconciliación –el partido del M-19 (guerrila en la que militó Petro)–, pero retiró su candidatura faltando dos semanas para la primera vuelta con un discurso desde La Macarena, Meta. Dijo que el Gobierno de Uribe no daba garantías, pero en realidad la intención de voto a su favor no pasaba del 1%.
Del factor Leyva en la vida fariana dieron testimonio dos reincorporados de ese grupo ilegal que ahora militan en el Partido Comunes. El relato de su participación en las reuniones con los guerrilleros, armados hasta los dientes con fusiles que compraban con rentas ilícitas, es claro: “Siempre nos ayudó y nos apoyó en ser el facilitador o el mediador en los procesos”.
Ese primer encuentro en Casa Verde –quebrada arriba en una vereda de Mesetas–, una exfarc lo recuerda como la llegada de “un hombre joven, dinámico y de muchas ideas” que aterrizó en el campamento buscando la paz como emisario de Betancur. Todo esto pese a sus orígenes en la aristocracia y los privilegios capitalinos que hacían parecer poco problable que fuese al monte.
Él ya conocía de política, pero apenas empezaba a moverse por los ríos del conflicto. Y es que el ahora Canciller también es un viejo conocido de los pasillos de la Casa de Nariño. Su primer tránsito por Palacio fue en la administración de Misael Pastrana Borrero, trabajo al que llegó militando en “la juventud al poder” y empujado porque su esposa, Rosario Valenzuela Pardo, era cercana a la familia Pastrana.
Una persona que conoció su tránsito por ese Ejecutivo contó que para entonces Leyva no era un interlocutor porque Misael Pastrana se hablaba directamente con Manuel Marulanda Vélez, “Tirofijo”, cuando había que hacerlo. Allá aprendió del poder y, sobre todo, despertó en los godos la confianza suficiente para que lo llamaran a la administración de Betancur.
El agente de la paz
Fue el fallecido expresidente, Belisario Betancur (1982–1986), quien lo nombró “verificador-garante” de los acuerdos de La Uribe como representante del Partido Conservador. Desde entonces quedó con los pies en los gobiernos y una mano lista para levantar el teléfono para buscar a los combatientes. “Aprendí a ser facilitador hasta nuestros días. Me quedé anclado en esa actividad porque la violencia me asqueaba. Entendí que sin paz no hay país”, relató Leyva.
Pero ese interés en las conversaciones con los ilegales hizo que sus contendores lo acusaran de pertenecer a las extintas Farc. El señalamiento directo llegó esta semana en cabeza del exfiscal Néstor Humberto Martínez, quien aseguró tener una carta en la que Tirofijo lo designó como vocero de paz. La misiva sí existió.
Sobre ella Leyva le respondió a este diario que no aceptó esa designación y que el testigo de ello es Víctor G. Ricardo, quien fue el comisionado de paz de Andrés Pastrana –del que surgió la polémica carta– y quien también se cruzó con el bogotano en la administración de Betancur.
Leyva con los farianos tuvo tres “paces” públicas: la de La Uribe, en 1984; El Caguán, de principios del 2000; y la paz final, o por lo menos la que llegó a un acuerdo en La Habana, en 2016.
El propio Andrés Pastrana lo usó para comunicarse por primera vez con la guerrilla para su intento de paz: “Todo el mundo conocía de la cercanía de Leyva con las Farc. Después me aparece una carta de Tirofijo –con su MMV, como firmaba Marulanda– nombrando a Leyva como vocero”, sostuvo el exmandatario. Su versión es que no le preguntó del tema porque para cuando supo de la misiva el implicado se había ido del país.
Él también posibilitó las reuniones previas de Caracas y Tlaxcala con el Gobierno de Ernesto Samper y facilitó la liberación de soldados en Las Delicias, entre otras cosas que se surtieron en las múltiples y tropezadas negociaciones: tenía un teléfono rojo de línea directa con el secretariado de las extintas Farc.
Ese relato de Pastrana tiene un contexto al que el expresidente no hizo referencia y que pasa por el narcotráfico del siglo pasado. Cerrando la década del 90 se destapó una cuenta de la oficina principal del Banco Ganadero en Cali, en la que se movieron $10.000 millones de la época, de los que $49 millones terminaron en un cheque a nombre de Leyva.
Ese papel llegó a manos de agentes del CTI y el funcionario terminó envuelto en una investigación. Por esa plata, que para antaño él justificó diciendo que se trataba de dinero que había llegado a sus cuentas tras el arriendo de volquetas a una compañía minera, la Fiscalía le dictó medida de aseguramiento en 1998.
“Tirofijo” apreciaba a Leyva
Se salvó de terminar en la cárcel porque para el momento de la decisión ya se había ido del país, a Costa Rica, lugar en el que pidió asilo político presentándose como un perseguido de la justicia y del cual solo regresó cuando concluyó esa pesquisa. Él fue, incluso, pedido en extradición con una circular de la Interpol.
Aún en el exilio siguió moviendo los hilos de la paz. Hasta su casa en Costa Rica llegaron “Raúl Reyes” y un emisario de Estados Unidos, Phill Chicol, para una reunión que se terminó filtrando en medios y cobró cabezas en el Departamento de Estado gringo.
En mayo de 1999, cuando estaba distanciado del proceso por su exilo en Centroamérica, fueron las mismas Farc las que buscaron que él tuviera algún tipo de rol en la negociación, porque estaban inconformes con la gestión del entonces comisionado Víctor G. Ricardo. Ese mismo mes, en las páginas de El Tiempo, se leyó que “Marulanda le tiene un gran aprecio (a Leyva)”, otra polémica declaración por la que terminó vinculado con la guerrilla.
Un relato del por qué el propio Tirofijo lo había pedido de interlocutor tendría que ver con que solo con la figura de agente de paz –fuese del bando que fuese– tendría el pase en limpio de la justicia para regresar al país. El ahora Canciller aseveró que “la acusación con base política que se me hizo por aquel entonces la gané en ambas instancias. Y en la Corte Suprema”. El funcionario fue absuelto en 2003, porque la justicia no pudo comprobar ninguna de las acusaciones que había en su contra.
Y aunque lo han relacionado con el extinto grupo armado que entró a política hace siete años, en la conversación con EL COLOMBIANO de 2006 declaró que había tenido más oportunidades de hablar con el ELN que con los de las Farc.
Su nuevo round para conectar lazos con los ilegales lo hace desde el Ministerio de Relaciones Exteriores, que nombró como la “Cancillería para la paz”, a pesar de que sus funciones deberían enfocarse en la política exterior. El llamado a tejer esos hilos en el Gobierno es el comisionado de Paz, Danilo Rueda, y la convergencia de dos funcionarios de alto nivel dedicados a ese tema ha despertado una suerte de funciones cruzadas. Y de fricciones entre ellos.
Si bien no se trata de una rivalidad marcada, ni una enemistad creciente, sí hay un dejo de ruido por el rol de un ministro de Relaciones Exteriores en asuntos de paz.
De este capítulo suyo en la Casa de Nariño ya quedó una fuerte discordia con su exvicecanciller, Laura Gil, quien salió del Palacio de San Carlos por discordias con Leyva sin que importara que el mismo presidente Petro la había elegido para el cargo. Hay quienes cuentan que ella no veía en Leyva a un conocedor de la política exterior y que a él no le habría gustado que la exvice pusiera a marchar el despacho por su cuenta ante la falta de línea en el Ministerio.
Ya él no es solo el canciller de la paz, sino el de la causa de Venezuela y en parte artífice de la conferencia internacional sobre ese país que tendrá lugar esta semana en Bogotá. El conservador hizo lo que ninguno de sus tres antecesores: hablar con el régimen de Nicolás Maduro, reentablar relaciones con quien Estados Unidos señala de ser un narcotraficante y visitarlo en tres ocasiones en el Palacio de Miraflores.
Ese paso, en el fondo, también tiene algo de paz: sin la mano oscura del régimen no se habría firmado el Acuerdo de 2016 y ahora el canciller es el emisario del Gobierno ante una autocracia con conexiones elenas y con disidentes de las extintas Farc con los que su jefe político, Petro, está buscando firmar otra paz. Esas paces están en puntos suspensivos.