Antioquia

Un hogar acogerá a los hijos de las reclusas de la cárcel El Pedregal

Varias fundaciones abrieron una casa para que 30 niños vivan cerca de sus madres y puedan visitarlas.

Sueño con un mundo que dimensione el valor de la palabra de los niños y las niñas. Creo en el periodismo que apuesta por un enfoque diferencial.

15 de septiembre de 2022

Han pasado seis años desde que Jéssica Milena Rey dejó de ver a sus dos hijos. Cuando la trasladaron de un centro carcelario de Bogotá, donde estuvo siete años, hacia la cárcel El Pedregal de Medellín, su vida se redujo a las paredes grises de la celda y a los papeles que le recuerdan, entre otros asuntos importantes que olvidó con el encierro, la fecha en que nacieron Miguel* y Andrea*.

Por eso, el día en que los llamó para preguntarles si querían vivir en la capital antioqueña, Miguel, de 14 años, le respondió que no podía pasar su vida encerrado en una cárcel. Otro escenario parecía improbable para el muchacho que quedó en manos de su bisabuela cuando apenas tenía un año, sin embargo, había una esperanza.

Un hogar para 30 hijos e hijas de mujeres cabeza de familia privadas de la libertad estaba próximo a abrir y Miguel y Andrea podían vivir allí. La decisión no era sencilla por el miedo a perder la custodia de los menores, pero esto fue superado por la posibilidad de tenerlos cerca y con mejores condiciones.

“También me da susto verme con mis hijos después de tanto. ¿Cómo me van a ver tan machorra? ¿Qué van a pensar?”, dice Jéssica entre risas. Sus preocupaciones han disminuido ahora que solo faltan horas para verlos.

Una casa de las esperanzas

En la vereda Media Luna de Santa Elena está la casa campestre en la que vivirán los hijos de madres privadas de la libertad. Este proyecto es financiado con recursos provenientes en su mayoría de la Fundación Valora-t de España, y de otras fundaciones como Hogares Claret, Sofía Pérez de Soto y Fraternidad Medellín.

“Queremos no solo proteger a estos niños y garantizarles sus derechos, sino fortalecer el vínculo materno, porque los niños podrán visitar a sus mamás en Pedregal de forma mensual y cada 15 días podrán verse con ellas de forma virtual”, contó el presidente de Valora-t, Albert Olle.

A sus palabras se sumó el presidente de Hogares Claret, el padre Gabriel Mejía, quien apuntó que iniciativas como esta son “una forma de cortar los ciclos de violencia y pobreza en nuestra sociedad”, considerando la situación de vulnerabilidad en la que quedan, en su mayoría, los hijos de los privados de la libertad.

Hogares Claret será la encargada de ejecutar este proyecto en el que la inversión por cada niño ronda los $2.400.000 mensuales, según informó la entidad, incluyendo cinco comidas al día y cobertura de salud, educación y espacios lúdicos.

A pesar de que ahora solo tienen capacidad para 30 niños, priorizando a quienes están en el rango de edad entre los 6 y 11 años, la iniciativa busca expandirse para apoyar también a hombres cabezas de familia y crear estos hogares en otras ciudades.

Una nueva oportunidad

Jéssica se fue de su casa a los 13 años porque quería formar una familia con su pareja, un hombre que no solo le doblaba la edad sino que la maltrataba y le prohibía hablar con su propio hermano.

La violencia escaló al punto de hacerle perder a su primer bebé y un día, en medio de lo que ella describe como una discusión cargada de ira, tomó un cuchillo y lo mató.

El hecho ocurrió en Bosa (Bogotá), donde ambos vivían, y por eso fue condenada a 25 años de cárcel. Miguel tenía poco más de un año mientras Andrea rondaba los nueve meses de edad.

“Él no ha comprendido lo que le hice al papá”, cuenta Jéssica sobre su hijo, de quien percibe un resentimiento ante la incomprensión del suceso, por “haberlo dejado sin figura paterna”. Por eso, también espera que en el nuevo hogar le ayuden a entender las circunstancias por las que su madre terminó en la cárcel, una experiencia que Jéssica no le desea ni a su “peor enemigo”. “Si alguien vuelve aquí es por bruto”, señala.

La mera posibilidad de volver a ver a sus hijos hace llorar a Jéssica, quien también llora al ver que tiene a su lado a otras mujeres que cumplirán un sueño similar, y llora al escuchar al padre Gabriel Mejía decir que los niños y jóvenes no son un problema sino “una posibilidad infinita, un mundo”.

Miguel y Andrea aterrizaron en Medellín ayer en la mañana, aunque a ellos se adelantaron algunos niños que llevan poco más de una semana en el hogar. Jéssica busca entre los que lideran este proyecto a alguien que le cuente si hay una cancha de fútbol en la casa. “Mi hijo me dijo que quería estudiar para ser futbolista profesional”, cuenta. Por eso, también, pregunta.

*Nombres cambiados
a petición de la fuente