Ellos lo entregaron todo para romper la montaña y hacer realidad el túnel más largo del continente
Son 2.160 los trabajadores que todos los días se empeñan para que el túnel más largo de América sea una realidad. La excavación duró más de cinco años y aún falta el acondicionamiento del tubo principal.
El logro de al fin ver excavado el túnel completo, como una gran arteria que cruzará toda la cordillera, se celebró el 6 de octubre en la mitad de la montaña.
FOTO CORTESÍA
Comunicador Social-Periodista de la UPB. Redactor del Área Metro de El Colombiano.
Por MIGUEL OSORIO MONTOYA
Los trabajos comenzaron con dos frentes. Portal Salida, hacia el lado de Cañasgordas, y Portal Entrada, por Giraldo. Los dos puntos están separados por 9,83 kilómetros, pero no es la distancia, sino la cantidad de roca, filtraciones de agua y la tierra que hay en medio. Cómo atravesar una montaña de esas dimensiones, un macizo que se mueve y se reacomoda con las explosiones que perforan las rocas.
El inicio fue más difícil en Portal Entrada, en el lado de Giraldo. Primero hubo que construir una carretera para que los trabajadores pudieran llegar al sitio de excavación. Era un terreno empinado, sin pavimentar, difícil de transitar. No habían siquiera llegado a la boca del túnel y ya tenían la primera dificultad.
La excavación fue avanzando lentamente con las máquinas perforadoras y las detonaciones. La máquina hace un hueco en la roca, que luego se carga con explosivos. Hay que calcular bien la cantidad, no vaya a ser que se cometa un error. Suenan las sirenas y ¡pum!, vuela la roca, formando una columna en el aire.
Con una detonación se alcanzaba, máximo, tres metros de excavación. Y eran casi diez kilómetros los que tenían por delante. A la par que se iba abriendo camino entre la montaña, los supervisores iban detallando los detalles y ordenando correcciones. Los trabajadores, entre tanto, se encargaban de instalar los arcos para contener la montaña. Pero algunas veces el trabajo fue insuficiente.
Jesús Fernando Vélez, uno de los supervisores, recuerda cuando cayó un enorme derrumbe que obligó a frenar la excavación. Se demoraron mes y medio en recoger todo el material. Había que seguir adelante, sacando la tierra y las rocas, porque la obra no podía parar, y afuera esperaban resultados.
Otra dificultad la encontraron cerca a Portal Salida, por el lado de Cañasgordas. La montaña estaba cargada de agua. No es posible avanzar en la excavación así. Entonces, con paciencia, tuvieron que drenar el agua, sacándola de las entrañas hacia el exterior, para poder poner otra vez los explosivos, encender de nuevo las sirenas y seguir adelante.
Los 2.160 trabajadores tienen historias por contar. Muchos llegaron de Medellín o de Bogotá, viviendo un exilio voluntario en las montañas del Occidente de Antioquia. Pasan semanas sin ver a sus hijos y esposas, y duermen en casas de familias en Cañasgordas, o en campamentos de la obra. El almuerzo o la merienda, si es del caso, se los llevan hasta las entrañas de la montaña, y allí comen, bajo la humedad, a veces con la cara empapada de sudor, apresurándose para volver a perforar las rocas.
Los trabajadores del Toyo son estoicos, no se quejan. Jhon Jairo Trujillo cumplió sus semanas para la pensión trabajando en esta obra. Disfruta bajo la tierra, con sus subalternos, pero le entra la nostalgia al recordar a su esposa y sus cuatro hijos. Como la mayoría, vive en Cañasgordas, en todo el pueblo, y viaja a Medellín cada que puede.
El pasado 7 de octubre, luego de cinco años y diez meses, los dos frentes que excavaban el túnel principal se encontraron. Unos habían roto la montaña por Cañasgordas, de cara al Urabá, mientras los otros avanzaban, entre las dificultades, por Giraldo. Los presentes dicen que el cale, es decir, el encuentro, fue casi perfecto. Se refieren a que cumplieron los planos, sin mayores errores, sin desviarse del camino, y se unieron en un ángulo casi perfecto.
Una última voladura permitió el encuentro. En el lugar sonó el himno antioqueño, y los presentes se abrazaron y se tomaron fotos que salieron en la primera página de EL COLOMBIANO. No era un hecho menor, pues el Toyo se convertía en el túnel más largo de América, sin par desde Tierra del Fuego hasta Canadá. Había valido el esfuerzo de más de cinco años, los días amargos lejos de la familia, aguantando el calor provocado por la humedad de la tierra, el ruido insoportable de las máquinas Jumbo.
Gracias a los turnos de 24 horas, a las largas noches y las meriendas bajo tierra, Medellín está más cerca que nunca del mar, de aquel Golfo de Urabá que durante tantos años trasnochó a los antioqueños, que por más de un siglo se figuró lejano e inaccesible.
Jhon Jairo es el encargado de manejar los hilos dentro de la montaña
Jhon Jairo Trujillo terminó de cotizar sus últimas semanas en las entrañas del Toyo. Llegó al proyecto el 11 de julio de 2018, cuando se avanzaba en el primer kilómetro de la excavación. Recuerda que el 23 de enero de 2019 se instaló el primer arco dentro del túnel.
Después de las jornadas de 12 horas, de mucho tiempo bajo la tierra, Jhon Jairo siente una enorme gratitud. Trabajando en el Toyo cumplió las semanas para pensionarse, pero no quiere irse de la obra. “Estoy muy agradecido con la empresa Antioquia al Mar por haberme dado esta oportunidad. No me quisiera ir todavía”, dice.
Jhon Jairo es encargado de las obras subterráneas. Por eso tiene que estar atento a cada detalle, a la posición de muchos obreros que están bajo su dirección. No solo les da instrucciones a eléctricos o a los que excavan, sino que coordina los topógrafos, los ayudantes; es pura filigrana.
Y ese esfuerzo se vio recompensado: “En cinco años no tuvimos un solo accidente fatal, y eso es lo más bonito que nos pasó”. Jhon Jairo es metódico y le gustan las cosas bien hechas. Por eso, en más de una ocasión mandó a cambiar detalles, todo por el bien de la obra. Dice que escucha a los compañeros, que propende por una comunicación horizontal, en la que todos se escuchen.
Pero las cosas no son fáciles bajo tierra. Jhon Jairo cuenta que en estos cinco años se han vivido momentos de tensión. Hay personas que llegan con problemas económicos, o que están frustrados con sus vidas, y cualquier choque de opiniones los alebresta. El estrés propio de la labor hace las cosas más complicadas. “Eso pasa mucho, pero, para eso hay que hablar, tratar de calmarlos. Eso hago yo y ha funcionado, gracias a Dios”, cuenta el trabajador.
Jhon Jairo es, ante todo, muy humano. Trata de aprender de sus compañeros, no importa en qué posición estén. Antes trabajó en Hidroituango, también en la construcción de túneles. Pese a que tiene una larga experiencia y está pronto a pensionarse, dice que todos los días aprende en el Toyo cosas que sus compañeros le enseñan.
Lo más difícil no han sido los turnos de 12 horas, ni el rugido perpetuo de las máquinas Jumbo, sino vivir lejos de la familia. Jhon Jairo tiene cuatro hijos, y los extraña con ardor cuando está en el frente, o cuando descansa en Cañasgordas. Cuando visita a su familia, en Medellín, vuelve alicaído, triste, melancólico. “El primer día se siente uno incómodo, pero a los dos o tres días vuelve a coger el ritmo. Uno entra al túnel y tiene que dejar todo afuera”, resume.
Ivonne es la experta en las voladuras que permitieron atravesar la cordillera
Ivonne Ospina es bogotana y desde hace cuatro años y once meses trabaja en el Toyo. Antes de llegar a la obra tuvo que tomar la decisión más difícil de su vida. Cuando la llamaron para ofrecerle el trabajo, se despidió de su único hijo, que para entonces tenía cinco años. Sabía que era la oportunidad de trabajar en el túnel más grande de América, para lo que se había preparado.
Ya había trabajado en túneles hidráulicos, y sabía que volvía a una obra solo si valía la pena, es decir, si se trataba de un reto grande. Ivonne estudió Técnicas de Voladura en la Escuela de Ingenieros Militares, en Bogotá. Se dio cuenta de que en Antioquia, entre la región Andina y el Golfo de Urabá, se abriría paso un túnel enorme, de casi diez kilómetros. Esa era la oportunidad que la vida le ofrecía, aunque vendría con el dolor de separarse de su hijo.
El niño tiene 10 años ahora. “Cada 15 días salgo de acá y me voy a Bogotá a verlo. Los niños crecen tan rápido que uno no se da cuenta, y me duele no haber podido compartir momentos con él, pero yo estoy acá, en el Toyo, por él”, dice Ivonne.
Cuando llegó a la obra, la excavación llevaba apenas 300 metros por el lado de Portal Entrada. Le tocó entrar en ese túnel todavía ignoto que, gracias a cientos de compañeros, se abría paso por entre la montaña virgen. Su trabajo consta de entrar y revisar las condiciones de la roca para saber cómo se procede, si es necesario poner explosivos y en qué cantidad.
Lo complejo es que la montaña no es uniforme. En unos tramos la roca es dura, apretada, y no se desmorona fácil, pero en otros lados es terrosa, muy suelta, y se cae con facilidad. A esos lugares se les llama tipo 5 y son los más complicados. Si no se ubica bien un arco, la montaña colapsa.
La voladura, para el ignorante en asuntos ingenieriles, puede despejar rápidamente para avanzar con la excavación. Pero no es así. Ivonne explica que una voladura, como máximo, y eso dependerá del tipo de roca, permite un avance de tres metros. ¡Y el túnel mide 9,8 kilómetros! Son decenas, centenares de explosiones, de nubes de polvo, de estremecimientos de la tierra, para ver la luz del otro lado.
Son pocas las mujeres en este trabajo rudo, que no es para cualquiera, como dice Ivonne. Ella se ha impuesto como figura femenina y tiene a cerca de 200 personas, en su mayoría hombres, bajo su mando: “Al comienzo no faltó el machista que no se quería dejar mandar por una mujer, pero ahora mis compañeros hombres me ayudan, me cuidan dentro de la obra” .
Jesús Fernando le hizo frente a los momentos más difíciles
Del otro lado de la línea suena la voz de Jesús Fernando Vélez, que está en la obra siendo las 8:00 de la noche, apenas comienza turno. Para oír mejor manda a apagar una Jumbo. Entonces cuenta su historia en el túnel.
Llegó en julio de 2018, cuando la excavación llevaba escasos seis meses. Su trabajo es el de supervisor, y tiene sobre sus hombres tamaña responsabilidad: revisar cada paso que da la obra. “Es difícil porque, si no se toma una decisión a tiempo, el túnel se nos puede caer por dentro y causar un accidente fatal, que gracias a Dios no tuvimos durante la excavación”, cuenta Jesús Fernando.
Pero sí pasaron momentos muy difíciles. Dentro de la obra hubo tres desprendimientos súbitos; la tierra se desgajó y bloqueó el camino.
Jesús Fernando no recuerda bien la fecha, pero debió haber sido en 2021, durante la temporada de lluvias. Resulta que la montaña se saturó de agua y se desmoronó. Remover la tierra y la roca tardó tres meses, durante ese tiempo no se avanzó un centímetro en la excavación.
Después hubo otro derrumbe que tardaron seis meses en retirar. En esa ocasión estuvieron parados un mes, sin poder trabajar. Pese a la dificultades, Jesús Fernando dice que la moral del equipo no se vio diezmada y que, al contrario, redoblaron esfuerzos para dar los resultados que esperaban fuera del túnel.
La vía de acceso a la boca del túnel también se afectó por el derrumbe, y los trabajadores tenían que llegar a pie. Esos momentos difíciles se olvidaron el pasado 7 de octubre, cuando se encontraron los dos frentes de excavación: “Estábamos esperando la voladura y después vimos el cale, casi perfecto, y la emoción fue inmensa”.
El supervisor trabajó antes en otros túneles insignes como el de Occidente y el de la Línea. Pero este es especial, dice, porque tiene una tecnología más avanzada y sus acabados son mejores.
Durante estos años, Jesús Fernando ha vivido en Cañasgordas, a una hora de la entrada del túnel por el lado de Giraldo. Vive, como la mayoría, lejos de su hijo, al que ha involucrado desde que estaba pequeño en su trabajo como supervisor de túneles. En el pueblo vive en una casa de familia, está acostumbrado a que su trabajo lo obligue a la errancia, a ir de un pueblo a otro en donde se está construyendo un túnel.
Aunque terminó la excavación, su trabajo está lejos de acabarse. Ahora falta el revestimiento del túnel, las capas de asfalto, los baneos. Jesús estará al frente de buena parte de esas obras, supervisando, hasta que esté listo el túnel más grande de América.