El oro maldito de San Bartolomé
Un tesoro enterrado en una urbanización de Medellín terminó con el homicidio de un empresario y la condena de dos cabecillas.
Egresado de la U.P.B. Periodista del Área de Investigaciones, especializado en temas de seguridad, crimen organizado y delincuencia local y transnacional.
Dos pasiones gobernaban la vida de José Holmer Torres Cardona: el culto a Dios y el anhelo de fortuna. Por eso cuando les dijo a sus seres queridos que había tenido sueños, en los que encontraba oro enterrado en la casa, todos prestaron atención. Lo que ocurriría después los colmaría de un júbilo momentáneo y de un horror perpetuo.
José Holmer nació en Cali y a sus 55 años residía en Medellín. Divorciado y padre de tres hijos, cursó estudios de Administración de Empresas y de Autoayuda. Se ganaba la vida como asesor corporativo y motivador personal, por medio de su compañía Valores Integrados.
Dictaba conferencias y talleres en distintas ciudades de Colombia, México y EE.UU., con temas como “Aprenda a negociar con leones” y “Desarrollo de habilidades gerenciales”. También administraba el sitio web thecrazyshopper, en el que vendía artículos importados de China.
Como parte de su estilo, proyectaba imagen de ganador, vistiendo elegante y con mentalidad positiva asociada a su vocación de cristiano.
“Él siempre tuvo altibajos de mucho dinero y poco dinero”, recordó uno de sus hijos*, en una entrevista que reposa en el expediente del caso, conocido por EL COLOMBIANO.
Desde 2013 pagaba arriendo en el Condominio San Bartolomé, en el sector la Loma del Indio, de El Poblado. Primero en la casa N°2 y luego en la N°8, donde según él había vivido un acaudalado narcotraficante en tiempos pasados.
Durante una reunión familiar, en 2015, “se generó una conversación de entierros, sueños y presentimientos que él tenía, y acordamos que en esa casa sí había algo”, explicó un amigo*, con experiencia en obras civiles. José Holmer describía que en sus ensoñaciones descubría una guaca de oro en la sala de la vivienda, y lo expresaba con tal convencimiento, que tres allegados decidieron juntarse para excavar.
“Al mes de estar en esas – narró el amigo -encontramos una caja fuerte empotrada en un muro. No la pudimos abrir, así que tumbamos la pared. Solo encontramos cauchos para amarrar billetes, pero eso generó en él más confianza de que había algo”. A ese hallazgo, en una habitación del mezanine, se le sumó otra bóveda vacía descubierta en el cuarto de mantenimiento de la piscina. La corazonada parecía sólida.
Plegarias doradas
Las exploraciones se prolongaron por más de dos años, llegando a sumar ocho personas de confianza en la búsqueda; unas veces trabajando sin descanso, y otras de manera esporádica, cuando sus ocupaciones lo permitían. Aunque no perdía la fe, ese periodo coincidió con una crisis financiera de José Holmer.
Se retrasó en los pagos salariales a sus empleadas de Valores Integrados, que vendían capacitaciones por teléfono, y una de ellas lo denunció por abuso de confianza (05/9/16). En entrevista con la Fiscalía, la mujer* indicó que “trabajábamos cuatro personas como vendedoras, pero no vendíamos nada. Incluso nos preguntábamos cómo hacía para pagar el arriendo, que eran $10 millones trimestrales, aparte del pago de nosotras, y las ventas bien malas”.
En su conferencia titulada “Cómo influye Dios en los negocios”, José Holmer afirmaba con frecuencia: “Dios quiere que usted tenga éxito en su negocio, Él no quiere que comamos migajas bajo la mesa, sino que nos sentemos a compartir el gran banquete con Él”. Y en aquellos días de escasez, parecía aferrarse con todas sus fuerzas a esa creencia.
La respuesta a sus plegarias llegó en la tarde del 12 de mayo de 2017, en un cuarto de huéspedes junto al baño. En el piso del clóset descifraron una losa falsa, y al romperla, quedaron extasiados ante el tesoro: 96 lingotes de oro reluciente, con la inscripción Fine Gold 999,9. “Me llamó José para que arrimara rápido, porque habían encontrado algo. Al llegar, nos arrodillamos, dimos gracias a Dios y lloramos mucho”, contó el amigo.
José Holmer le extendió un lingote al hijo* de su exesposa, quien participó en la búsqueda, y le dijo que ahora podría comprarle una casa a su madre, para que se saliera del trabajo y dejara de sufrir por el estrés y la aneurisma. El joven, con el brillo dorado en la cara, comentó que también le alcanzaría para pagar la universidad.
Cada lingote pesaba un kilo y valía $96’307.060, según el precio base fijado por el Banco de la República; significaba que el avalúo total de esa fortuna era de 9.245 millones 477.760 pesos.
José Holmer y los siete exploradores acordaron repartirlo así: 50% para él (48 lingotes) y el 50% restante se dividiría entre los demás, correspondiéndoles siete lingotes a Hernando y su hijo, y de a siete para Alejandro, Óscar, Cristian, Édison y Diego (42 lingotes). Sobraban seis barras, que no daban para distribuir de forma equitativa, por lo que el conferencista prometió que al cambiarlas por dinero les entregaría la suma equivalente.
La novia* de José Holmer, a quien conoció seis meses antes por un portal de citas amorosas en internet, sugirió un lugar donde podrían comprarles el metal precioso. Era una firma comercializadora de minerales, dueña de una mina en el municipio de Remedios y con oficina en el edificio Milla de Oro, en El Poblado.
Los exploradores interrogados por la Sijín explicaron que en ese despacho aceptaron el negocio. La transacción fue paulatina, cada día de por medio llevaban un lingote por cabeza, que vendían por $95 millones. Ellos lograron cambiar sus siete barras y embolsillarse $665 millones por persona, con excepción de Hernando y su hijo, de quienes no volvieron a saber desde la tercera cita, y de José Holmer, que reservó la mayor parte de su botín.
El destino le sonreía. Se puso al día con el sueldo de sus trabajadoras, le pagó $1 millón a la empleada que lo demandó y ella retiró el denuncio; se compró un automóvil BMW de $140 millones en efectivo y patrocinó un paseo con nueve familiares y amigos a Holanda, Francia, España e Israel, del 23 de mayo al 19 de junio de 2017. Su idea era ir a Tierra Santa para agradecer al Altísimo las bendiciones recibidas.
Como solía repetir en sus presentaciones, “Dios es el dueño del oro, la plata y todo lo que hay, es el dueño de su negocio y usted es el administrador”.
El regreso a Colombia, sin embargo, le tenía reservado un calvario.
La trampa
En el último día de su vida, José Holmer se despertó con un agobiante lumbago. El calendario marcaba el 28 de junio de 2017 y a su celular entraban constantes mensajes de un supuesto grupo de siete universitarios que le ofrecían un buen pago por dictarles un taller a domicilio, en la Loma de los Bernal.
Toda la mañana estuvo triste y nervioso. A las 2:30 p.m., tras almorzar con su novia y su hija en el C.C. Premium Plaza, anunció que iría a dictar la charla. A las mujeres les pareció raro, pues siempre vestía traje para ir a trabajar, y en ese momento estaba de jeans y zapatos crocs. Su pareja indagó por eso y él hizo un ademán de no importarle; ella lo besó y dijo “te amo”, él no respondió. Las damas creyeron que su distracción se debía al dolor de espalda.
Horas más tarde oscureció y la familia no sabía de su paradero. No contestaba el celular ni se había reportado, lo que no era habitual. Con la empresa aseguradora rastrearon el GPS de la camioneta Chevrolet Traverse que conducía, y el sistema arrojó que primero se detuvo en el sector La Mota y luego en Colinas del Sur, en Itagüí.
Los familiares fueron a este sitio en compañía de una patrulla policial y hallaron el vehículo abandonado. Las sillas estaban rajadas y el interior saqueado, mas no había señales del conferencista.
Al mediodía siguiente, 29 de junio, un taxi arribó a una calle del barrio Santa Mónica, en el occidente de Medellín, y dos ocupantes descargaron junto a un árbol de mangos un par de costales y una bolsa negra de basura. Un vigilante pasó después y notó que de los envoltorios brotaba sangre.
Medicina Legal y la Policía confirmaron lo que nadie quería escuchar: José Holmer fue torturado, degollado y mutilado. El daño que le hicieron, descrito en la necropsia, haría estremecer al diablo.
Los dolientes entraron en pánico. Para ellos era claro que lo habían asesinado por el oro, del cual quedaban 34 lingotes en una bodega de El Poblado.
El único que tenía la llave era su hijo, y decidió entregar el tesoro a las autoridades. “Estoy casi seguro que por eso fue que mataron a mi padre, siento que mi vida y la de mi familia corre peligro”, advirtió, aunque sin saber quién había fraguado el crimen.
En la mira
El 11 de mayo de 2017, un mes y medio antes del homicidio, hubo una reunión en una finca de Uramita, Antioquia, según la investigación judicial. La junta fue liderada por Neil Acosta Manga, alias “Cole”, el jefe del Frente Occidente de la organización ilegal Clan del Golfo.
Un informante reportó a los agentes de la Dijín que de ese lugar saldría una caravana de tres camionetas y una moto rumbo a Medellín, por lo que la Policía instaló un retén en la entrada del Túnel de Occidente. En el procedimiento fueron identificadas las cédulas de los dos cabecillas del Frente Metropolitano del Clan, que actuaban en el Valle de Aburrá y recibían órdenes de “Cole”: Óscar Palacio Molina (“el Tigre”) y Jesús Hernández Caicedo (“Solín”).
En la diligencia, detallada en la sentencia 096 de 2018 del Juzgado Primero Penal del Circuito Especializado de Medellín, reza que aquel día fueron registradas otras nueve personas que acompañaban a los sospechosos. Entre ellas, a los policías les llamó la atención el nombre de Juan Fernando Leal Arango, un exfutbolista profesional que militó en Envigado F.C. y en el Deportivo Independiente Medellín. Este diario trató de localizar a Leal para saber qué hacía con esos personajes en ese momento, pero no fue posible ubicarlo. Nuestras páginas están disponibles para conocer su versión.
Desde esa noche, las autoridades se enfocaron en las actividades de “el Tigre” y “Solín”, interceptando sus teléfonos. En las conversaciones daban cuenta de disputas con otras bandas, cobro de deudas mafiosas, extorsiones, atentados y tráfico de armas.
Uno de los diálogos reveló que el conferencista estaba en la mira desde el 2 de junio de 2017: “¿qué han averiguado de Holmer? Es un man muy reconocido, de empresas, ese es”.
Por medio de las interceptaciones, la Fiscalía supo que “Cole” les autorizó el secuestro del ciudadano, con el propósito de martirizarlo hasta que dijera dónde tenía escondidos los lingotes. La víctima no pronunció palabra bajo el azote de los verdugos, por lo que decidieron matarlo y desmembrarlo.
A los cuatro días, cuando la Policía publicó que había recibido los 34 lingotes como parte de la investigación por el homicidio, “el Tigre” y “Solín” lo lamentaron por teléfono: “¿vio las noticias? Salieron los cuadritos amarillos, los entregaron. Estaban en una bodega aquí, se nos fue la plata. Dejemos eso quieto”.
Con la evidencia reunida, los dos cabecillas fueron arrestados el 10 de mayo pasado, en sus residencias de Pilarica y la Loma de los Bernal. Aceptaron su responsabilidad en la coordinación del plagio y muerte de José Holmer y el 25 de octubre el Juzgado los condenó a 21 años y ocho meses de cárcel por homicidio agravado, tortura y concierto para delinquir agravado.
Para las autoridades todavía quedan personas por capturar, entre ellas los autores materiales, que al parecer fueron sicarios de la banda “la Sierra” contratados por el Clan.
También hay interrogantes por resolver. ¿Cómo fue que los criminales se enteraron de la existencia de la guaca?
El “Cole”, quien ordenó el seguimiento a José Holmer, sabía ese detalle, pero se llevó el secreto a la tumba. La Fuerza Pública lo dio de baja el pasado 1 de octubre, en un operativo en la vereda La Noque, de Santa Fe de Antioquia.
Los familiares del conferencista se fueron del país y los exploradores cambiaron de SimCard, presas del miedo. El dueño y el administrador de la compañía minera Litapepe S.A.S., con sede en el edificio Milla de Oro, negaron haber comprado los lingotes, pese a las declaraciones de varios testigos que afirman lo contrario.
Reconocieron que José Holmer y su novia sí fueron a preguntar por los requisitos para hacer la transacción, mas reiteraron que no hubo negocio y de aquello no quedó documentación para verificarlo.
Del tesoro original, 62 lingotes se esfumaron sin dejar registro contable, como un espejismo. Uno de los exploradores, durante el interrogatorio, confesó que “yo recibí como $650 millones por las siete barras, con los que pagué muchas deudas que tenía en bancos y a personas que me prestaron plata. Paseé con mi familia, compré ropa e hice obras de caridad. No compré propiedades ni bienes. En este momento no tengo nada de ese dinero. Incluso pedí un préstamo a un banco y no me lo han aprobado”.
Los investigadores aún se preguntan, más de un año después del hallazgo, si fueron ciertas las premoniciones del empresario o si detrás del entierro hubo una astuta maniobra para lavar activos.
Las 34 barras decomisadas, cuyo valor es cercano a los $3.275 millones, serán objeto de extinción de dominio, por no haberse demostrado su procedencia legal.
Lo paradójico de esta historia es que aquellos que creyeron haber tocado el cielo con el brillo dorado, terminaron con las manos vacías. José Holmer yace en la otra vida, igual que “Cole”; y “el Tigre” y “Solín” pasan sus noches tras los barrotes. Ese tesoro, sin duda alguna, estaba maldito.
*Identidades reservadaspor seguridad