La Placita de Flórez espera, al fin, reverdecer
Con 130 años e influencia en 42 barrios, esperan que las obras posicionen este histórico centro en mapa turístico.
hERVASQUEZ
Soy periodista porque es la forma que encontré para enseñarle a mi hija que todos los días hay historias que valen la pena escuchar y contar.
La idea era convertir ese lugar centenario en un ícono de Medellín, y para ello necesitaban una marca sencilla y poderosa que vinculara indisolublemente el sitio con la fiesta emblemática de los antioqueños que comenzó justo allí. Pero hubo un detalle, una simple letra que no encajaba.
Quien lo advirtió fue una mujer que llegó desde Canadá y se presentó en la plaza como la nieta de Rafael Flórez, el hombre que fundó allí, en 1891, el primer mercado cubierto del país y en cuyo honor, en 1953, pasó de llamarse Mercado de Oriente, por recibir todo el flujo comercial de Santa Elena y Rionegro, a ser la Plaza de Flórez.
“¡Qué problema tan berraco!”, recuerda entre risas Juan Alberto Franco —gerente de la cooperativa que administra el lugar—. La nieta de aquel bogotano, que ganó una intensa puja contra grandes potentados para construir la plaza, se ruborizó al ver el letrero que decía: Placita de Flores.
El asunto se zanjó con algo de pintura y una zeta, pero la inquietud de devolverle el brillo a la Placita se mantuvo y ahora parece que por fin le llegó la hora.
A través de una alianza entre la Gerencia del Centro, la Agencia APP y la Fundación Ferrocarril de Antioquia se adelanta el análisis físico, histórico, estructural y social para el plan de intervención de la plaza que desde hace 22 años hace parte oficial del inventario patrimonial de Medellín.
Según el director de la Agencia APP, Rodrigo Foronda, la fase 1, que irá hasta el 31 de diciembre próximo, comprende una investigación social, estudios de diagnóstico técnicos, análisis patológicos e históricos sobre el inmueble y un estudio de movilidad para entender las dinámicas del entorno circundante. Todo esto, con un proceso de concertación junto con los actores de la plaza.
Para Juan Alberto, quien lleva 17 años coordinando la plaza, el proyecto empieza a pagar una vieja deuda de la ciudad con este lugar que nunca había sido incluido en los planes de desarrollo municipales, y que vio frustrados los amagues de restauración, como el que intentaron hace 20 años Emvarias y la Fundación Ferrocarril de Antioquia que naufragó por falta de presupuesto.
Pero, antes de conocer la Placita que se sueñan sus comerciantes y vecinos, hay que rebobinar un poco su historia.
¿Por qué estuvo Emvarias metida en el fallido plan de restauración de la Plaza? Porque era su propietaria hasta 2014 cuando se dio la escisión del pasivo pensional de la empresa. Emvarias pasó entonces a ser parte de EPM y el municipio asumió dicho pasivo pensional y tomó la responsabilidad de plazas de mercado y la feria de ganado que estaban otrora bajo autoridad de Emvarias.
Hoy Coplaflórez, creada en 1999 por los placeros pioneros, dirige el destino del lugar, algo que le ha permitido blindarse con el espíritu del cooperativismo de la informalidad, la inviabilidad económica y fenómenos delincuenciales como la extorsión, cuenta Gabriel Velásquez, quien heredó de su abuela la vocación de comerciante.
De todos modos la Plaza ha cambiado. Y entre su fachada cansada la transformación sigue su paso. Muchos de los pioneros han muerto y otros vendieron su derecho al pedacito de plaza que les correspondía. Los finales de ciclo aceleraron en pandemia, cuentan Juan Alberto y los comerciantes.
Gente joven con nuevas ideas han ido copando gran parte de los 320 locales. Intercalados con los tradicionales puestos de flores, distribuidoras abarrotadas de productos y tiendas esotéricas, ganan espacio negocios innovadores de bioinsumos agrícolas, alimentos orgánicos y productos de toda índole a partir de economía circular.
Lo que perdura es la influencia de la Plaza en la dinámica comercial de 42 barrios. Coplaflórez calcula que allí se mueven entre $55.000 y $60.000 millones al año.
Por eso la intervención, aunque los asusta pues no saben qué tanto ni por cuánto tiempo alterará su cotidianidad, los motiva por el potencial de crecimiento.
Los anima, por ejemplo, la posibilidad de integrarse de verdad a la mapa turístico de la ciudad al cual pertenecen actualmente solo entre comillas como parte del Distrito San Ignacio, tal como apunta Juan Alberto. Consolidar su reconocimiento cultural y formar parte de esa historia ininterrumpida, alimenta las expectativas de comerciantes y clientes de toda la vida.
Josefina sueña con llegar de madrugada todos los días a un edificio elegante como los de antes, con una techo hermoso y un piso más. Que la plaza cambie el cuerpo pero no su espíritu.
Josefina y su hermana Luz Marina habitan desde hace 20 años el local 3122, al fondo en el último nivel, hasta donde llegan amparados en la fe quienes buscan alivio, empleo, un amor o recuperar la paz que algo o alguien les quitó.
La semana pasada volvió agradecido un joven ingeniero desempleado hacía meses quien se encomendó a los dones de Luz Marina que, armada de sus oraciones, velones de siete mechas y esencias naturales lo envió a casa preparado para conseguir empleo.
Sus días son un ir y venir de atención y conversaciones con personas que llegan hasta el mostrador a llevarse feromonas y esencias contraenvidia, miel de amor, sígueme y tantas otras. O se acercan a compartir un momento un de espiritualidad con las dos hermanas o en busca de un ritual de sanación.
Estas pequeñas magias y singularidades que ocurren en una plaza cercada por negocios y afanes modernos es lo que sus dolientes piden con celo conservar ahora que parece haber un verdadero plan para librarla definitivamente de la decadencia que tanto ha eludido durante décadas