Moravia trazó su ruta para la historia y la cultura
Del asentamiento improvisado que fue hace 60 años surgió una comunidad diversa y comprometida con la transformación de su morada.
Periodista profesional y atleta aficionado. Hago preguntas para entender la ciudad.
Al oriente del río Medellín, un barrio empezó a erigirse a mediados del siglo pasado. En ese entonces, cuando su territorio era mayoritariamente rural, sus primeros pobladores fundaron, sin pretenderlo, al que hoy se conoce como Moravia.
Aunque provenían de los más disímiles lugares, los que arribaron allí compartían un mismo propósito: encontrar un lugar propio para vivir en paz. Décadas después, la diversidad de los habitantes del lugar es una de sus riquezas.
Con más de 40.000 habitantes, el que es actualmente el barrio más poblado de la comuna 4 (Aranjuez) encontró en un basurero el núcleo de su expansión en los años 60 y 70.
La basura como tesoro
Si bien fue en 1977 cuando el Municipio lo declaró como el basurero de la ciudad, el lote de 7 hectáreas que fue el eje del desarrollo moravita ya era el destino de los desechos medellinenses una década antes.
Néstor Armando Alzate, historiador, relata en su libro La bella villa la forma en la que, cuando apenas se levantaba, el morro fue el sitio en torno al cual se establecieron los recién llegados moradores.
“Desplazados por la violencia, miles de campesinos llegaron a la ciudad con la maleta cargada de miedo e incertidumbre. Sin más alternativa se dedicaron a vivir de los desechos y se asentaron en los alrededores, pero como el espacio no alcanzaba para todos, los más nuevos se fueron trepando poco a poco sobre el basurero y armaron sus ranchos”, expone Alzate.
Sin embargo, seis años después, con la inauguración del relleno sanitario de la Curva de Rodas, la administración clausuró el botadero de Moravia por su insalubridad y con el fin de desincentivar la llegada de más personas a la inestable montaña de desechos.
La primera casa naranja
Una de las tantas familias que llegó a Moravia buscando un lugar propio fue la de la líder comunitaria Gloria Ospina Pérez, quien 50 años atrás pisó por primera vez su suelo.
“Llegué al barrio en 1968, siendo una niña. Recuerdo que mi casa era como una finca, un lugar muy agradable por el que podía correr sin pasar ningún peligro. Mi mamá nos decía que ella había elegido ese sitio porque le recordaba al campo”, dice.
Además, la casa de los Ospina Pérez tenía una particularidad: tal como lo recuerda Gloria, la de ellos fue la primera casa de ladrillos, un lujo que el grueso de los habitantes de la época no se podía permitir.
Desesperados por vivir en un hogar de su propiedad, cuando las paredes del color naranja del ladrillo sin revocar estuvieron levantadas y hubo un techo sobre ellas, la familia no esperó más y se trasteó de un inquilinato en el Centro a su nueva vivienda.
“Nos pasamos sin que tuviera las ventanas y las puertas. Mi mamá tenía tanta ansiedad de estar en su propia casa que le dijo a mi papá que nos íbamos así, sin terminarla. Con telas y cartones improvisamos ventanas y puertas”, recuerda ella del lugar situado en la actual carrera 57.
Las caras del cambio
En la actualidad, la vía sobre la que se ubicaba la vivienda de Gloria conduce al Centro de Desarrollo Cultural de Moravia, que desde 2008 ha sido el lugar de encuentro.
“Este es un territorio en el que conviven personas de diferentes regiones del país. Aquí hay gente de la Costa Pacífica, Atlántica, del Oriente antioqueño e incluso una población que migró desde Venezuela. A partir de la lectura de esa cultura tan diversa planeamos una oferta de formación artística y cultural para la comunidad”, explica María Juliana Yepes, integrante del Centro de Desarrollo Cultural, y encargada de propiciar espacios de encuentro en el lugar.
Así, con una oferta de cine y teatro, exposiciones, conversatorios, conciertos, entre otros, el centro recibió en 2018 a más de 370.000 visitantes provenientes del barrio y hasta de otros continentes.
Florece el turismo
Además, la llegada masiva de visitantes al territorio que colinda con el Parque Norte y el Jardín Botánico representa una oportunidad para que turistas locales y extranjeros conozcan la historia de antaño del punto de arribo de los habitantes de la Medellín.
Con la intención de demostrar que Moravia es más que el basurero pasado, Miler Ángel Agudelo, de 18 años, se dio a la tarea de conocer los orígenes de su barrio para guiar recorridos turísticos por sus calles. “Lo que yo busco es transformar esa percepción negativa que tuvo Moravia, y que la gente se atreva a caminar sus calles para que los estereotipos que se mantienen del barrio cambien”, explica el joven que desde 2017 asumió esta labor.
En ese sentido, recalca el morro como uno de los símbolos del lugar: “Como parte del plan parcial de desarrollo para el norte, en la década del 2000 se trabajó en la mitigación de los gases y la descontaminación del antiguo basurero. En 2007 se dio la intervención más grande, con el programa Moravia florece para la vida”.
Y es que donde antes había desechos hoy florecen plantas ornamentales. El que era un barrio improvisado tiene sus vías trazadas. Y lo que se mantiene en Moravia es el arraigo de sus habitantes .