Nil, la primera gobernadora indígena trans de Antioquia y del país
A sus 25 años lidera la defensa de los derechos de los indígenas LGBTIQ+ de su comunidad y espera extender su mensaje a otros pueblos étnicos.
Nil Bailarín tiene 25 años y sueña con ser algún día una de las consejeras de la Organización Indígena de Antioquia (OIA).
FOTO edwin bustamante
Periodista del Área Metro.
Cuando Nil Bailarín tenía seis o siete años cubría sus temores con un pañuelo y jugaba a pintarse los labios. En ese entonces se llamaba Nilson y aunque nació en el cuerpo de un niño se sentía libre cuando usaba la ropa de su madre o su hermana. Por eso, su mayor temor era que le cortaran el pelo a ras y, cuando esto ocurría, ocultaba su cabeza debajo de pañuelos femeninos. Pero en su comunidad de tradiciones arraigadas lo de menos era que lo vieran calvo, sentirse una niña la llevó a convivir con la discriminación.
Nil nació en diciembre de 1996 entre la exuberancia del Urabá antioqueño, en la comunidad indígena Jaikerazabi, un pueblo embera katío de Mutatá. Sus primeros recuerdos son del paso por la escuela del resguardo, donde estudió la primaria. Sentirse una niña desató en sus compañeros burlas y agresiones verbales que los profesores miraban con cierta indiferencia porque para todos eso era tan extraño como prohibido. En medio de insultos diarios le decían que no podía ser una mujer, ni vestirse como tal, porque no tenía figura femenina.
La historia se repetía con los vecinos y la familia. El rechazo era generalizado: primos que se burlaban, el padre que decía frases dolorosas, la mirada y los gestos de desaprobación de la madre que no quería tener un hijo “marica”. Nil continuaba con entereza y valentía, bailando como aún lo hace porque esa es su pasión. Ni siquiera se desvaneció cuando corrió el rumor de que los paramilitares la iban a matar; al final resultó siendo un invento para que temiera de su identidad.
“Sentí respeto”
Terminó quinto de primaria y fue como nacer de nuevo. El bachillerato lo empezó en un colegio común de Mutatá. Allí encontró por primera vez respeto y se sintió aceptada. Nunca había sido normal que la abrazaran o le hablaran sin recriminaciones. A los 14 años alternaba las clases de danza con el estudio y recibía aplausos cuando personificaba en los actos cívicos a cantantes como Lady Gaga, Natalia Jiménez o Thalía.
Aun así, los padres se negaban a que el niño que engendraron desapareciera, y cuando consiguió su primer novio la echaron de la casa. Estaba en grado once, tenía 16 años y dejó de estudiar. Tiempo después regresó al hogar y, tras el fallecimiento de su pareja en un accidente de tránsito, tomó un nuevo rumbo.
Su padre, quien era suplente del Cabildo Mayor de Mutatá, la llevaba a reuniones y asambleas donde aprendió sobre la participación y el diálogo. Fue el inicio de un camino en el que salió a flote el liderazgo que corría por sus venas. Terminó el colegio, empezó a reunirse con otros indígenas LGBTIQ+ y a asistir a espacios políticos y sociales.
Retomó la danza, fue monitora de un grupo de baile, consiguió trabajo y se unió a un colectivo de comunicaciones que le permitió recorrer varios territorios y alzar su voz. Esto le ayudó a defenderse, incluso, cuando en su pueblo le querían cortar el pelo en plena reunión comunitaria, como lo hicieron con otras cinco mujeres indígenas transgénero.
Ese valor le ayudó a vestirse con ropa de mujer y a maquillarse con libertad. A partir de 2017, cuando tenía unos 20 años, fueron más frecuentes las reuniones con personas de orientación sexual diversa, hablaban de derechos y sensibilizaban.
Nil siguió dictando clases de danza para preservar la música tradicional de su pueblo, y también se unió a una corporación de baile folclórico para explorar otros géneros. “Amo bailar, es lo que más me gusta. Siempre digo que hago honor a mi apellido”.
“Sentí orgullo”
En Jaikerazabi, pueblo de 510 habitantes, Nil se agrupó con las cinco mujeres trans a las que les cortaron el pelo, con dos personas bisexuales y dos lesbianas. Todas indígenas que desde 2019 buscaban entender su identidad. En la Organización Indígena de Antioquia (OIA) y una entidad internacional encontraron formación sobre sus derechos. Aprendieron términos y conceptos de diversidad sexual que poco conocían, y que luego replicaron en su pueblo.
Los indígenas derrumbaron la barrera del rechazo y las aceptaron hasta acostumbrarse a convivir con ellas. Terminaron respetándolas y tratándolas con dignidad. La palabra, el diálogo y la capacidad de Nil de entender los problemas de otros la convirtieron rápido en una lideresa que promovía los derechos de las personas LGBTIQ+, pero también de las mujeres, los niños y los mayores. Sin pensarlo, terminó liderando la minga indígena de Mutatá durante el inicio del Paro Nacional del año pasado.
Un español mejor que el del gobernador de entonces y la confianza que se había ganado, le permitieron tomar la palabra en varias ocasiones.
Poco después, en una asamblea de Jaikerazabi, la eligieron como gobernadora con una votación histórica: 84 votos, el doble que los que había logrado cualquier gobernador. Así Nil se convirtió en la primera gobernadora indígena transgénero de una comunidad local del país y la primera reconocida en Antioquia.
Los tres primeros meses fueron difíciles, pero casi un año después se mueve con mayor facilidad entre gestiones y decisiones: la escuela, la primera infancia, la salud, los adultos mayores, la cultura, el deporte, los grupos de mujeres, de hombres, de jóvenes. Está involucrada en todo.
Ahora, sus padres, familiares, vecinos y amigos la reconocen y la aceptan como una mujer trans; poco a poco han entendido que el nombre que le gusta es Nil, aunque los más cercanos la llaman Leidy. En pocos días su periodo como gobernadora se acabará y aunque ha sido una de sus mejores experiencias no quiere ser reelegida. Espera terminar una tecnología en Secretariado y Administración, seguir apoyando los procesos comunitarios y fortalecerse como vocera de las mujeres.
Una de sus metas es mantener la lucha por los derechos de la población LGBTIQ+, lo que incluye el deseo de convertirse algún día en consejera de la OIA. Así como las mujeres lograron en su momento quedarse con el 50 % de las 10 consejerías de la institución, la nueva apuesta es lograr el 20 % para quienes representan la diversidad sexual.
Y esto lo explica Nil antes de expresar que nunca se había sentido tan libre y orgullosa: “Si muriera en este momento, moriría feliz y le daría mil veces gracias a mi comunidad por aceptarme y entenderme”