La plaza que juntó a Berrío con una gorda famosa
La otrora Plaza Mayor, hoy parque de Berrío, fue epicentro de la vida política y comercial de la ciudad.
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A punto de cumplir 350 años del primer bautizo, la principal plaza que tuvo Medellín durante los siglos XVIII, XIX y gran parte del XX aún resiste el ritmo de una ciudad frenética que la concibió como el corazón y después de tanto trajín le hizo el feo.
Antes de que fuera lugar de acordes desafinados, encuentro de amores furtivos y esa mezcla hostigante entre olores de orín, tinto y cigarrillo, el ahora parque de Berrío fue pensado como el eje sobre el que se expandiría una incipiente villa que ya soñaba con ser capital.
“En el primer trazado de la población que hizo el alarife Agustín Patiño, el 2 de noviembre de 1675, se marcó la plaza principal que se llamó Plaza Mayor. ”, cuenta el historiador José María Bravo en su texto De Plaza Mayor a parque de Berrío, antes de aludir que los terrenos sobre los que se erigió el corazón de la ahora ciudad, junto con la iglesia de La Candelaria, fueron donados al cabildo por doña Isabel de Heredia. Para ese entonces Medellín no era Medellín sino el Sitio de Aná.
Luego de que se empedrara y se reorganizara el trazado de las calles, en por lo menos ocho cuadras a la redonda, los principales recintos político-administrativos se instalaron en el marco de la plaza.
Como era tradición para la época, la vida cotidiana giraba en torno a la iglesia, a los productos que traían arrieros con recuas de mulas desde distintos parajes para comerciar y a ocasionales incendios que se propagaban por la hegemonía de los techos de paja.
También había una cárcel que estaba en la plaza y “El Mico”, un poste coronado con una argolla de hierro ubicado en lo que hoy es la esquina de Boyacá con Bolívar: “Este aparato, de aspecto, tan inocente servía para colgar de la argolla a los que estaban condenados a la pena de azotes, a quienes, una vez amarrados se les bajaban los pantalones y allí, a la vista de todo el mundo, se les daban los azotes ya fuera con varas o con látigos”, según reseña Rafael Ortiz Arango en Crónicas sobre historia de Medellín.
La llegada de Berrío
El paso de los años consolidó a Medellín como un poblado en crecimiento y dejó en un pedestal a uno de los políticos y militares más destacados nacidos en Antioquia: Pedro Justo Berrío.
Por tal motivo, y 20 años después de la muerte del prócer, en junio de 1895 se inauguró la estatua que rinde homenaje a Berrío y que rebautizó a la que para ese entonces ya se llamaba Plaza de Zea y la dejó con su nombre actual. La obra es de autoría del escultor italiano Giovanni Anderlini.
“El parque de Berrío era el lugar de encuentro, la zona financiera y vivir ahí en su momento era sinónimo de estatus social. Ahí fue la sede de la Alcaldía y la Gobernación y no es gratuito que ahí estuvieran el Banco de Colombia, el Banco de la República y la Bolsa de Valores. Era el lugar donde los balcones estaban más adornados y donde confluían las cosas más importantes de la ciudad, siempre con la iglesia de La Candelaria como referente ya que fue la catedral hasta 1931”, explicó Leonardo Ramírez, politólogo, amante de la historia y creador de Génesis de Medellín.
Luces y sobras del siglo XX
Las décadas de los 80 y 90 trajeron consigo contrastes entre noticias buenas y malas que marcaron el futuro del parque de Berrío.
Por una parte estuvo la esperada llegada de la Gorda de Botero que inició su periplo en los talleres del maestro en Italia y viajó dos meses en tren, superó atascos burocráticos en el puerto de Cartagena hasta llegar al costado opuesto de La Candelaria.
“Espero que la gente de aquí no le vaya a hacer nada, que no haya atentados ni le peguen publicidad política. Creo que la van a respetar. La escultura tiene que estar al alcance de la mano donde la puedan tocar y acariciar porque la escultura, así como la música es para excitar al oído y la pintura a los ojos, la escultura es para excitar el tacto”, apuntó Botero el 15 de septiembre de 1986, día de la inauguración, cuando una romería hizo fila para tocarle las nalgas a la recién llegada escultura.
En 1987, sin embargo, se inauguró el centro administrativo La Alpujarra y el núcleo de la administración pública se concentró en esa zona del centro de la ciudad.
En 1995 otro visitante de peso irrumpió el marco del parque con la instalación de una de las principales estaciones del metro. Para muchos esta estructura le quitó brillo y lo convirtió en una zona de tránsito.
Hoy, pocos vestigios sobreviven de la grandeza del parque: a las estatuas de Berrío y de la Gorda las secunda el Desafío de Rodrigo Arenas Betancourt. Los edificios Henry y Constaín también resisten los azotes del nuevo modelo de ciudad que pasó su corazón financiero a un lugar más refinado.