Betania, el pueblo antioqueño que se volvió famoso por un ‘machu picchu’ que se inventaron en TikTok
La búsqueda del supuesto machu picchu paisa convirtió este tranquilo pueblo del Suroeste en un hervidero turístico. Ahora tienen el desafío de convertir esa insólita popularidad en bonanza para sus habitantes.
Soy periodista porque es la forma que encontré para enseñarle a mi hija que todos los días hay historias que valen la pena escuchar y contar.
Julio, el fotógrafo, va sentado adelante y está preocupado. No sabe si al llegar al destino encontrará un lugar que le inundará el lente de color y belleza o un peladero que lo pondrá a tragar saliva a la hora de encontrar una fotografía que sirva para ilustrar esta nota.
Pero Edison Suárez, el anfitrión y guía, sí tiene claro qué es lo que hay a mitad de esa carretera polvorienta, aunque elige que sea sorpresa, que el primer contacto con el machu picchu paisa esté desprovisto de cualquier idea preconcebida.
El Santuario de Machu Picchu, la ancestral ciudad inca construida a los 2.430 metros en los andes peruanos, fue redescubierto a finales del siglo XIX. El machu picchu de Betania, en el Suroeste antioqueño, fue inventado en 2023.
Edison dice tener clara la fecha en la que comenzó la locura: el 30 de marzo, a raíz de un reportaje que realizó Antioquia es Mágica, la estrategia de promoción turística de la Gobernación, en el que quiso mostrar algunos lugares de interés de este pueblo custodiado por cafetales. Pero no fue el reportaje lo que desató lo que ocurrió después.
En las semanas siguientes empezaron a aparecer videos en TikTok e Instagram, muchos de sus autores fueron hijos y nietos de finqueros de la zona que llegaban de paseo y también algunos influenciadores que se toparon con Betania y que encontraron la forma de hacerse un resquicio en el saturado mundillo de las recomendaciones exóticas por redes sociales. Tenían un lugar poco conocido y se les ocurrió un nombre que les prometía hacerse viral.
Luego de cruzar desde el parque principal, en un cuarto de hora, una vía angosta adornada con casas pequeñas y animales soñolientos el carro se detiene frente a un valle verde oscuro, un reguero de montañas colonizadas por palos de café hasta donde alcanza la vista, y que se hacen inabarcables a medida que se asciende al mirador, un conjunto de cuatro terrazas unidas por escalas (el verdadero Machu Picchu tiene 700 terrazas) y hechas con cemento y piedra que a simple vista simulan la milenaria técnica constructiva de la piedra seca.
Julio está más tranquilo. Su lente ya encontró parte de lo que fue a buscar y ahora va de una terraza a otra retratando rostros caricontentos.
No hay machu picchu ni nada que se le parezca. Muchos de quienes ascienden al mirador lo entienden rápido y cambian su búsqueda, llenan sus ojos con lo que sí encuentran: un paisaje natural con una panorámica de 360 grados; la vista de los picos de los Farallones del Citará coronados por el cerro San Nicolás (el punto más alto de Antioquia), cerros que aparecen y desaparecen como monjes fantasmales entre la masa nubosa que impone la corriente del Chorro de Chocó; un museo con forma de guitarra; un camino ancestral por el cual pasaron durante siglos los emberas en su tránsito interminable hacia el Chocó y Panamá; y un rumor de aguas cristalinas valle abajo.
Pero los hay también quienes descuelgan las escalas buscando la salida del pueblo, afanados con cara de desengaño, mirando hacia los lados tratando de entender cómo fue que los tiktokeros lograron disfrazar de paraíso oculto aquel mirador medio achilado y convencerlos de viajar hasta allí a conocerlo.
Antes de que Instagram y TikTok se convirtieran en la agencia de viajes del mundo, Martín Caparrós escribió una frase que le escuchó a un anciano en un bar de algún pueblo en los confines del mundo: el turista nunca sabe dónde estuvo; el viajero nunca sabe adónde va, pero acepta adentrarse, perderse, para averiguarlo. Hoy tiene más vigencia que nunca.
¿Y este gentío de dónde salió?
La historia tiene gracia. En 2005 Corantioquia le propuso a varios municipios juntar recursos para construir algunos caminos en puntos estratégicos que sirvieran para hacer pedagogía ambiental y para sacarle algún provecho turístico. En Betania eligieron como sitio un mirador a orilla de la carretera que descuelga hasta la vereda El Pedral Arriba, bañada por las aguas del río Pedral y en cuya rivera nació el municipio como un caserío a finales del siglo XIX.
Pero el mirador de los Farallones del Citará no llamó la atención de casi nadie. Así que estuvo 18 años acumulando maleza, mientras algunos avivatos le fueron desvalijando las barandas de protección y hasta las piedras.
Así estaba hasta que en julio de 2023 el pueblo explotó. Motivados por los sugestivos videos publicados en la red social china sobre el machu picchu paisa miles de personas llegaron en estampida.
Betania es un pueblo de unos 10.000 habitantes, quiere decir que toda su población cabe dos veces, y con holgura, en el Jardín Botánico de Medellín. Es un pueblo que desde hace al menos 80 años depende en un 90% de la producción de café y tan tranquilo que en un día normal de semana sus calles parecen en cuarentena y en el parque se escucha el tintineo de las cucharas que revuelven azúcar al tinto.
Por eso el desconcierto fue mayúsculo cuando el municipio se fue llenando de carros, buses y chivas ruidosas que colapsaron el ingreso al pueblo y sus vías; cuando los diez hoteles y hospedajes se quedaron sin camas y los escasos cuatro restaurantes no tuvieron comida para tantas bocas ni las tiendas surtido suficiente para atender a tantos turistas que se regaron como hormigas dulceras.
Aturdidos por un fenómeno que jamás imaginaron vivir intentaron espabilar y responder cómo pudieron. Los que tenían o encontraron algo que vender: cerveza, café, refrescos, comida, mecato, artesanías corrieron desde el pueblo para apostarse en el mirador. Algunos finqueros entendieron rápido la movida que tenían que hacer y, en tiempos de crisis en producción y precio del grano, aprovecharon para ofrecer hospedaje y experiencias en verdaderas fincas cafeteras.
Los empresarios y comerciantes del modesto sector turístico del municipio intentaron marcar el paso y proponer algunas rutas, organizar unos guiones para dar a conocer a Betania, su historia y atractivos. Pero ya en Medellín también varias agencias se frotaban las manos para asumir el liderazgo del inesperado boom y armar sus propias excursiones al improbable destino turístico.
Con el paso de los meses el aluvión de turistas amainó un poco. Pero todavía la mayoría de los que pisan Betania en busca del machu picchu llegan siguiendo los consejos de redes sociales, ya sean jóvenes como Sara y Johan, una pareja de veinteañeros que viajan desde Medellín en moto ligeros de equipaje a cualquier lugar que les parezca aesthetic (lo que sea que eso signifique); o como los Obando, una familia de quince que se repartió en tres camionetas y viajó 540 kilómetros desde Popayán, específicamente para conocer el machu picchu, confiando el destino de las vacaciones anuales en el antojo que los videos de TikTok despertaron en la sobrina quinceañera.
Eso no se llama así
Un estudio de la agencia de mercadeo estadounidense MGH determinó que el 35% de los usuarios de TikTok en Estados Unidos –la bicoca de 40 millones de personas– visitaron un lugar que no conocían luego de ver un video en la red social. De manera que Betania no es el único lugar al que la viralidad lo convirtió en objeto súbito de deseo de turistas. De hecho, ya en varios países han estudiado el fenómeno.
En marzo de 2022, la revista especializada Journal of outdoor recreation an tourism publicó un estudio titulado “El efecto TikTok en el desarrollo de destinos: Famosos de la noche a la mañana, ¿y ahora qué?”. El estudio encontró patrones en casos similares ocurridos en China donde la popularidad repentina y la falta de preparación desencadenó colapso en la infraestructura, déficit de servicios, conflictos sociales, hacinamiento y problemas contaminación.
En Betania, en solo unas cuantas semanas, tuvieron un pequeño sorbo de esto con el colapso de las vías y algunos problemas de convivencia por el ruido al que fueron sometidos los campesinos en las veredas, acostumbrados toda la vida a la tranquilidad y al silencio.
El remoquete de machu pichu también les sabe a cacho a muchos. Es infaltable el tema de debate entre tinto y tinto en el parque, pero parece existir consenso en que este nombre tiene que dejar de hacer carrera para identificar a Betania, y en cambio tiene que salir a relucir todo lo que lo define: la calidad del café (existen más de 20 marcas), sus historias ocultas y la importancia de ese complejísimo, críptico y todavía inexplorado ecosistema que conforman los Farallones del Citará. Edison lo reconoce, pero también en su necesario pragmatismo como coordinador turístico sabe que el nombre prestado es una fórmula efectiva para seguir vendiéndose en redes.
De todos modos, encontrar una forma diferente, propia, para ofrecer a Betania como destino turístico no parece ser opcional. Primero porque llevan meses caminando por una línea gris que puede ser peligrosa. Machu Picchu, además de ser un Patrimonio de la Humanidad declarado por la Unesco es una marca blindada por Perú desde 2021. Y una cosa es que la gente monte sus videos llamando así al mirador para ganar vistas y likes y otra cosa es que eventualmente en la construcción de su plan de turismo desde la administración municipal cedan a la tentación de incluir el nombre, un camino que podría llevarlos a un lío legal.
Y segundo, porque si realmente quieren que esos 15 minutos de fama se conviertan en una bonanza prolongada para el municipio tienen que organizar la casa.
Perderse en la perla del Citará
Salvo que la sesión de fotos y videos se prolongue tercamente, en un día soleado la visita al mirador difícilmente se extiende por más de diez minutos. Y no es que falte paisaje para retener a los visitantes, lo que falta es sombra. El alcalde Diego Arley Guerra dice que llevará el turismo al segundo renglón económico del municipio. Pero para lograrlo necesita, además de un plan a largo plazo, pulir de manera urgente la deslucida joya que se ha encargado de atraer turistas al pueblo. Asegura que entre sus prioridades está la construcción de la segunda etapa del mirador que incluirá baterías sanitarias, barandas de seguridad, accesibilidad universal y un kiosko.
Eso sería lo elemental, porque la tarea es mucho más compleja. Eso también lo sabe. Dice el mandatario que es consciente de que el turismo masivo es una moneda de dos caras y que lo último que quiere es repetir la historia de pueblos como Jardín, donde los nativos terminaron desplazados por la especulación inmobiliaria y el encarecimiento del costo de la vida. O qué decir de Guatapé, asfixiado por la mala planificación y maniatados por el dilema de vivir mayoritariamente del turismo y no tener ni agua potable por el colapso de la infraestructura de todos los servicios.
Propone, por ahora, crear una junta reguladora de precios que evite abusos y excesos. Es un comienzo. Este año esperan consolidar nuevas rutas. Los caminos son variados. Está la ruta hacia la vereda El Contento donde es posible subirse a una vieja pero confiable garrucha utilizada durante décadas para mover toneladas de café. Llegar a las cascadas de San Antonio y Bella Vista implica subirse a otra garrucha a 450 metros del suelo y sortear parajes agrestes en un jeep desde el parque. Y están, por supuesto, los chorros de Tapartó, en límites entre Andes y Betania. El salto de agua más caudaloso que brota de los Farallones del Citará.
La ruta principal, por ahora, arranca en el parque educativo y sigue hacia el mirador, desde donde se puede descender en carro o a pie hasta el Museo Jesús María Restrepo Vélez, un caserón en forma de guitarra que alberga reliquias, piezas arqueológicas y una misteriosa colección de trece cristos tallados en bronce con símbolos y gestos inquietantes. De allí el camino finaliza en el río Pedral y sus aguas transparentes rodeadas de piedras gigantes que forman piscinas naturales.
Pero una vez tomada la decisión de perderse en la perla del Citará –como llaman a Betania– las rutas y posibilidades se amplían y se bifurcan.
Betania ha sido un imán de historias insólitas. En Pedral Arriba, la misma vereda del original museo y el río cristalino, y conocida por ser una de las veredas más conservadoras y católicas de la región, nació el que es, quizás, el guerrillero más enigmático en la historia del país: Braulio Herrera, alto dirigente de la Unión Patriótica, quien se salvó del exterminio marchando al exilio y regresando en 1987 para comandar a las Farc en la guerra contra los paramilitares por el control del Magdalena Medio. Pero la selva, la atrocidad de la guerra y el poder lo enloquecieron y empezó a ejecutar a sus subalternos, más de 80, confiando en un imán que supuestamente le indicaba quiénes eran infiltrados basándose en supuestos estímulos eléctricos que los cuerpos de los traidores emitían. Una especie de coronel Kurtz, de Apocalypse Now, en carne hueso. Estas historias y esos parajes que no hacen parte de las rutas formales, y que se ocultan de los paseos afanados, tampoco caben en videos virales de 60 segundos. Hay que perderse en los lugares con la decisión de un viajero que busca más que otro video para subir a TikTok.