Antioquia

El Carnero es otro tesoro de Medellín

Se trata de un manuscrito de dos siglos que fue donado al Archivo Histórico de la ciudad y que narra hechos ocurridos entre 1797 y 1841.

Periodista egresado de UPB con especialización en literatura Universidad de Medellín. El paisaje alucinante, poesía. Premios de Periodismo Siemens y Colprensa, y Rey de España colectivos. Especialidad, crónicas.

14 de mayo de 2021

Cuenta el historiador Roberto Luis Jaramillo que hace 180 años murió en Medellín José Antonio “El Cojo” Benítez, un escribano tal vez con ímpetus de historiador y de cronista, que al final no fue ni lo uno ni lo otro, pero que le dejó a Medellín un gran legado: El Carnero de la Villa, un manuscrito en el que quedaron registros de acontecimientos o aspectos políticos, religiosos y administrativos de la vida local, entre los años 1797 y 1841, en plena época de la Independencia.

Para sorpresa de todos -menos de los historiadores, que sí conocen el documento de tiempo atrás-, este ejemplar sobrevivió a dos siglos y se conserva casi intacto gracias a que fue pasando por varias generaciones de familias que lo cuidaron y lo custodiaron; la última hace poco lo donó a la ciudad para que lo incluyera en su patrimonio.

De su autor se sabe poco porque no hay biografías. Por un retrato en acuarela que le hicieron en 1835, cuando tenía 67 años, se deduce que nació en 1768. Su muerte la reseñó el historiador Jaramillo en una transcripción del ejemplar que hizo hace 33 años con autorización de la última familia que lo poseía. Según sus palabras, Benítez “murió confesado, comulgado y extremauntado con el ceremonial de su tiempo; y el hijo cura le hizo velorio, funeral y entierro”, de lo cual dejó constancia en la partida siguiente: “El trece de octubre de mil ochocientos cuarenta y uno se dio sepultura en el cementerio de esta ciudad al cadáver del señor José Antonio Benítez, viudo de la Sra. María Micaela López; se le administraron los sacramentos de la penitencia, comunión y extrema unción. Francisco de P. Benítez. Cura”, tal como reza en el libro XIX de defunciones, folio 72, del Archivo de la Parroquia de La Candelaria.

Una vez donado a la ciudad, El Carnero de la Villa quedó bajo custodia del Archivo Histórico de Medellín, que funciona en una casona patrimonial ubicada en el Centro, en la calle Colombia entre Giradot y El Palo, donde se convirtió en uno de los tesoros más preciados a nivel histórico y patrimonial y donde será restaurado y digitalizado para consulta y para que todos los ciudadanos tengan acceso a su contenido.

Loco y desordenado

Al decir que “El Cojo” Benítez no fue ni historiador ni cronista, Jaramillo, el transcriptor de El Carnero, expone que en realidad el texto no aborda con todo rigor los acontecimientos que se narran y tampoco tiene un hilo conductor, sino una revoltura de hechos y acontecimientos que se cuentan, incluso sin relación de continuidad, con desorden e imprecisiones, que él mismo, al pasarlo a libro, tuvo que hacer anotaciones para que los lectores no quedaran confundidos o mal informados.

“En realidad no fue un escritor, sino un escribano o amanuense, que relató hechos sin adornos ni profundidad ni con un estilo propio”, dice el historiador.

No por ello el documento pierde valor, pues a pesar de que en el orden hay cierta locura, tampoco eran meras notas cotidianas o anécdotas, sino registros de lo que el autor consideraba importante ya que él, como escribano del Cabildo, participó en muchos de los acontecimientos que relata, como la fundación de nuevas parroquias, nombramientos en cargos o la creación de colegios nuevos, como el Provincial Fray Rafael de la Serna.

Sebastián Trujillo, subsecretario de Bibliotecas, Lectura y Patrimonio de la alcaldía de Medellín, destaca que El Carnero entró a representar “uno de los documentos más importantes del Archivo Histórico, pues aunque Benítez no hizo una gran investigación, las páginas dan para investigar muchas costumbres del momento en el que él vivió, la relación de la gente con la Iglesia y sobre cómo se movían los temas de la política”, por lo cual es un documento al que se le da un alto valor patrimonial.

Añade que El Carnero alcanza a registrar la transformación política, social y religiosa de hace dos siglos, y que los documentos de esa época son escasos, pues muchos desaparecieron con el tiempo: “Como son tesoros, ya sea pequeños o grandes, en lugares como el Archivo Histórico es donde deben estar, por su carácter único, en un espacio de investigación y conservación”.

Feo y sin grandilocuencia

“En la noche del día 16 de abril, al amanecer del año mil ochocientos treinta y seis sucedió la desgracia de haberse incendiado la casa del balcón frente a la Plaza Mayor en la acera de la Casa Municipal del señor Juan Uribe Mondragón, con pérdida de considerables intereses en el almacén de ropas comerciables, oro en polvo, moneda de plata, que todo se resolvió, alhajas de mucho valor en espejos, cristales, locería (...). Contaminó el fuego a la casa del balcón lindante del Señor José María Lalinde, causando grande estrago en el edificio que quemó hasta la mitad”.

Para ilustrar, digamos que este es uno de los relatos que incluye el manuscrito, en el que es notable la simpleza de la narración, pero que cuenta un hecho que, seguramente en su momento, fue importante para la ciudad.

El historiador Jaramillo, que al transcribir El Carnero se convirtió en el biógrafo del autor, expresó: “Benítez escribía sus noticias sin mucho adorno retórico y en prosa común y corriente, por lo general era incapaz para el escándalo, lo picante y el humor”.

Lo describió físicamente -basado en la pintura que de él hizo Manuel Hernández y que “El Cojo” anexó al manuscrito- como un hombre muy feo.

“Un Adonis no sería (...). Era feo, de cabeza muy grande y frente estrecha, cejas crespas, ojos brotados, orejas parabólicas, labios comunes y corrientes, narices algo remachadas y olletonas (...), la mano izquierda lisiada (...), hombros y espalda como de contrahecho y, como sabemos, cojo”.

Tras su muerte, El Carnero de la Villa quedó en poder de su familia y luego pasó a manos de Estanislao Gómez Barrientos, un abogado también ordenado sacerdote y que al morir se lo heredó a un sobrino suyo del mismo nombre, historiador, quien lo cedió al también historiador y pedagogo José María Mesa Jaramillo, de quien luego pasó a su hija Blanca Mesa, hasta terminar bajo la custodia de Juan Fernando Mesa Villa, que lo cedió al Municipio.

Felipe Vargas, quien tendrá la función de restaurarlo (ver Origen), asegura que será una labor de filigrana debido a la importancia del documento, pero destacó el buen estado en el que se mantuvo, a pesar del tiempo.

“Es posible que haya que desencuadernarlo, hacer un diagnóstico folio a folio, porque hay muchos tipos de papel, varias clases de tintas, muchas técnicas y colores y hay que evaluar el grado de deterioro de cada uno de los materiales”, explica el experto, quien no se atreve a adelantar lo que tardará el proceso.

En todo caso, El Carnero de la Villa ya viajó dos siglos, y algunos meses será poco para recuperar la calidad de los tiempos de su nacimiento, un día cualquiera de 1797, cuando “El Cojo” Benítez hizo su primera reseña, que dice así:

“El dicho Mariscal Robledo siguió con su Gente y el Capellán Presbítero Parra para arriba, para adelantar la Conquista; pero el Conquistador Sebastián Belalcázar, que venía de Popayán, envidioso de Robledo, lo atacó junto al Río de Arma y lo ahorcó colgándolo de un árbol, y este fue su desgraciado fin de Robledo”