No aguantaron: cierran la última casa familiar del parque Lleras
La prostitución, la inseguridad, el comercio de drogas y el bullicio hicieron que la última habitante de una casa familiar decidiera desplazarse.
Periodista egresado de UPB con especialización en literatura Universidad de Medellín. El paisaje alucinante, poesía. Premios de Periodismo Siemens y Colprensa, y Rey de España colectivos. Especialidad, crónicas.
Hace treinta años, cuando Virgelina* llegó al Parque Lleras, la rumba y el comercio no eran la único. Y mucho menos la prostitución, las drogas y la inseguridad se insinuaban siquiera como una de las marcas que años después empezarían a identificar al sector y que lo harían invivible para ella, al punto que decidió despedirse.
Ella, de 82 años, ya no está para trotes tan duros. Se siente metida en un infierno. Afirma que es la última residente de una casa familiar en la zona y aunque trató de mantenerse por apegó al pasado, a lo acogedora de su vivienda y a todos los recuerdos que inundan su alma por la vida con su esposo y su única hija, ya se le llenó la taza. No va más su vida en un Lleras que no es ni sombra de lo que fue cuando sus sueños se trasladaron para este sitio con árboles y con una convivencia soñada entre los vecinos.
“Este era un barrio pacífico, amable para vivir. Había muchas familias, uno salía a caminar por las mañanas y en la nochecita, nos conocíamos y conversábamos”, cuenta Virgelina envuelta en una aureola de modales que riñen con el bullicio de los carros y las canciones de las discotecas, con los escotes y las minifaldas que caracterizan a las jóvenes de la ciudad que trabajan en el comercio sexual al frente de su casa, en sus barbas, y con la inseguridad, que aunque aún no la ha tocado a ella, siempre es una amenaza latente en el ambiente.
“He hablado con la Policía pero ellos me dicen que no pueden hacer nada, porque la prostitución es un trabajo, imagínese le dicen trabajo, y para uno con esta edad es difícil eso”, expone Virgelina, que anunció que pronto se irá a vivir a otro lado, un poco más lejos del bullicio, de las escenas que no van con su dignidad ni su ética de la vida y en donde al menos pueda salir a caminar sin miedos y sin indignarse con las escenas de la esquina o del mismo frente de su casa.
Lo que extrañará
Su partida podría ser hoy o dentro de un mes o dos. No pasará de este año, asegura. Todo es afinar detalles de a dónde se irá y a quién le arrendará su casa, que es una casona de 230 metros con solar, patio interno, varias piezas, recibidor, sala y cocina y muros decorados con óleos y acuarelas, algunos de los cuales ella considera arte y otros “muy bonitos pero nada especiales en lo artístico”.
Tiene, por ejemplo, un óleo que le compró por 25 mil pesos a la mamá de Doris Gil Santamaría (exreina colombiana que fue secuestrada por las Farc junto a su esposo y ambos murieron en un enfrentamiento con el Ejército en 2003), una escultura de la Divina Pastora (la Virgen cargando un siervo), un Moisés de Miguel Ángel que su esposo (fallecido hace 15 años) le trajo de Buga, y dos sillas isabelinas, entre otras obras a las que ella les da valor.
Pero más que esas obras, extrañará las misas en las iglesias de la Divina Eucaristía y San José, a los artistas pintando en la zona verde y la convivencia que había. “Esto era muy pacífico, pero por algo todo mundo se fue yendo, por acá no queda ninguna casa habitada, solo la de otro señor más arriba, mi casa ya nadie la querrá para vivir, seguramente se arrendará para oficinas, pero bajo mis cláusulas, que no me vayan a motar un motel o algo así”.
Virgelina asegura que la vivienda tiene más de 60 años. No es una casa antigua, pero aún tiene el piso con los baldosines rojos y amarillos que caracterizaron las de la segunda mitad del siglo XX y seguramente los pisos de encima fueron construidos años después. Las ventanas son anchas, abarcan casi todo el muro y en la decoración priman las vitrinas con vajillas y porcelanas, hay lámparas y candelabros y se siente un aire de solemnidad al interior.
Sin duda causa desazón la tristeza de esta octogenaria mujer por su partida del lugar en el que un día se sintió a sus anchas y feliz y donde vivió momentos familiares de especial recordación, como los decembrinos junto a su esposo y su hija. Ella dice que se siente víctima de desplazamiento forzoso y aunque le han dicho que las cosas pueden mejorar en el ambiente del sector, no tiene mucha fe.
Ante ello dice una verdad: “mientras el dólar por acá les rinda tanto, los gringos no se van a ir, van a seguir llegando cada vez más, eso no lo puede controlar nadie”. Y ni modo de contradecirla.
(*)Nombre cambiado por petición de la protagonista