Pico y Placa Medellín
viernes
0 y 6
0 y 6
En el año que termina, la pandemia del coronavirus con sus cuarentenas y confinamientos preventivos puso en evidencia, entre otras cosas, la delicada situación de salud mental que la sociedad atraviesa, no solo en el país sino en el mundo.
El incremento de las enfermedades mentales ha generado una alarma en áreas específicas del conocimiento y la atención profesional en salud como la medicina, la psiquiatría y la psicología, así como en algunos contextos como el educativo, el familiar y el cultural; y aunque se ha tratado de hacer frente a dicho fenómeno desde su especificidad, dando infinidad de explicaciones y “tratamientos”, el problema se hace cada vez más evidente.
La pandemia ha traído a colación la exacerbación de una realidad que estaba en nuestro ambiente, pero que a pesar de estar ahí sigue siendo un tabú, pues de las enfermedades mentales no se habla como se debería, se estigmatiza, se juzga, se desconoce y se reduce a algo de la voluntad y otras intenciones, limitándose la educación al respecto y un abordaje que vaya más allá de la intervención puntual en episodios de crisis.
Aunque se han formulado múltiples propósitos de los diversos agentes gubernamentales por intervenir la salud mental en nuestro medio, la paradoja es perceptible cuando las cifras de los desórdenes mentales siguen aumentando, y lograr concretar políticas públicas consistentes y de acceso a toda la comunidad de manera interdisciplinaria muestra un camino con muchos vacíos.
La salud mental remite a un estado de completo bienestar físico, mental y social según la Organización Mundial de la Salud (OMS), que incluye bienestar subjetivo, autonomía, competencia, dependencia intergeneracional y reconocimiento de la habilidad de realizarse intelectual y emocionalmente.
Si ella se encuentra presente en las personas, estos tendrían la capacidad de reconocer sus habilidades, hacerle frente al estrés normal de la vida, trabajar de forma productiva y fructífera, irradiar confianza y seguridad a su núcleo familiar, contribuir a sus comunidades, lo cual sumando esfuerzos, favorecería las diversas dinámicas socioculturales.
La pandemia ha traído consigo múltiples factores estresores de forma abrupta, que han permeado todos los escenarios posibles, y la manera de hacerle frente a aquella ha evidenciado las grietas que tenemos en políticas públicas, guías de acceso y cobertura en términos de prevención y promoción de la salud mental. A esto se le suma un sistema insuficiente que pueda intervenir de manera interdisciplinaria dicha problemática.
Las personas han tenido que hacer uso de sus propias condiciones particulares para hacerles frente a los efectos del miedo, el aislamiento físico y social, la enfermedad, la muerte, los generadores de estrés económico y social y todo esto con una perspectiva aún incierta.
La salud mental es un tema de todos, pues abarca todos los ciclos vitales e impacta el desarrollo de una sociedad, enfrenta a los seres humanos a la incapacidad de realizarse a nivel personal, familiar y profesional, altera las interacciones y los vínculos y pone en juego el deseo de existir.
Uno de los retos del próximo año es que el Estado y la sociedad, además de tener los diagnósticos y políticas de salud mental, reúnan y ejecuten el acceso y cobertura de esas políticas.
La construcción y aplicación de acciones que impacten para bien la vida de las personas, que nos lleven a desplegar mecanismos de afrontamiento ante la adversidad, es una tarea y un compromiso de todos.