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Muy pocos directores de cine saben filmar de hermosa manera una escena de baile. No sólo se requieren las mismas habilidades de una secuencia de acción (entender los tiros de cámara más adecuados, conseguir una edición ágil sin confundir al espectador, saber combinar los acercamientos a los rostros de los protagonistas con planos generales, transmitir emociones fuertes) sino que además se necesita un sentido de la elegancia, del ritmo, que no cualquiera posee. Disfrutar la escena en que el príncipe y Cenicienta se encuentran por segunda vez, hace pensar en lo afortunada que fue la elección de Kenneth Branagh como director de esta nueva versión del cuento clásico.
La secuencia es tan agradable de ver, ofrece tanto goce estético con esos escenarios fastuosos y brillantes, con la variedad de vestimentas que usan los invitados, con el extremo cuidado que se aprecia en cada detalle de utilería, que para ese punto de la película poco importa que Branagh haya preferido mantenerse fiel a la trama que conocemos gracias a la película de animación de 1950, en lugar de escoger un punto de vista más moderno, como algunos le critican. ¿Quién dijo que la única forma de renovar los clásicos es volviéndolos contemporáneos y que el príncipe y Cenicienta, por ejemplo, se tengan que conocer en Tinder? Branagh honra la versión original de Disney en muchos detalles como que el vestido de Cenicienta pase de rosa a azul, que Ella (mejor no saber cómo hicieron el juego de palabras con su nombre en la versión doblada) adopte a una familia de ratones o que aparezca la versión esponjada y real del gato Lucifer. Y cuando no lo hace, cuando agrega o cambia alguna cosa, como en ese momento en que decide que su Cenicienta se rebele de su destino y salga a galopar por el bosque, o con esa subtrama en que el príncipe necesita casarse con una princesa extranjera por el bienestar del reino, la sensación es que la variante encaja bien, que suma cosas interesantes sin necesidad de que la imagen que todos tenemos de Cenicienta se desvirtúe.
El guión de Chris Weitz le da a la película unos toques de comedia que le quitan trascendencias postizas a la trama y permiten que siempre estemos viendo un cuento de hadas, algo que no es real, que no pretende serlo pero que tampoco tiene ningún conflicto de personalidad siéndolo. Branagh aprovecha toda su trayectoria como director teatral para crear ambientes y escenarios que quitan el aliento, incluso cuando están diseñados por computador (lo que demuestra que aprovechó la experiencia en “Thor”) con el apoyo del gran Dante Ferreti (ganador de 3 premios Óscar como diseñador de producción) y de la legendaria diseñadora de vestuario Sandy Powell, que aquí se luce como siempre y además complementa la creación de Cate Blanchett como esa madrastra que se comporta terrible sin convertirse en una caricatura.
Kenneth Branagh con “Cenicienta” prueba lo que sabíamos de niños. No importa si nos cuentan el mismo cuento cada noche, siempre que nos lo cuenten bien.
