Uno piensa lo que ha leído, lo que ha visto y lo que ha vivido. Fatal que la experiencia personal haya sido parcializada. Fatal que no tengamos ojos para otras perspectivas. La mayor madurez a la que puede llegar el ser humano es la de ser sensible a lo plural, aceptar que todos tenemos motivaciones y raíces para sentir y expresar de formas distintas la experiencia de la vida.
El pensamiento plural pone en segundo plano los intereses personales, desinfla los egos y los protagonismos, en aras de la objetividad. No se trata solo de aceptar y respetar los otros puntos de vista, sino de ser capaces de ponerse en los zapatos de otros y, más que esto, tener la valentía de cambiar las propias convicciones y sentir las ajenas como propias, cuando se perciban valederas y legítimas. Es el cruce de percepciones el que puede llegar a una síntesis, a una decantación más amplia, a un espectro plural.
Lo normal es que seamos sesgados, que tengamos la mirada para donde nos enseñaron a mirar. Lo exótico y complejo es la apertura mental. Ser plural no es nada fácil. Exige bajarse del mojón en el que estamos anclados, tener garra y valor para saltar la inercia de la cultura en la que nos incrustaron el camino a recorrer. Es simple expresarlo, pero son pocas las personas que dan cuenta del privilegio de escuchar y discernir desde diversas orillas. Si observamos, son rostros frescos, serenos, que inspiran confianza; son espíritus libres, y no se sorprenden por los cambios que puedan acaecer alrededor de sus convicciones. El radicalismo, en cambio, cicatriza el rostro y la mirada.
En la utopía de promover el pensamiento plural, es decisivo el papel de los medios de comunicación. En ellos está esa oportunidad, pero también la atracción fuerte de la radicalidad, del sesgo, que puede ser para cualquier lado. Para bien o para mal, los medios forman opinión y generan cultura. Por eso, no deberían tener líneas excluyentes de pensamiento; serán tan ricos y maduros, cuantas más voces tengan en su formato.
Por eso el ejercicio de la comunicación tendrá que ser independiente, no puede estar amarrado a un solo pensamiento; desde cualquier formato -la televisión, la radio, la red, la prensa escrita- debe ser plural. Cuanto más diversa, mayor madurez tendrán los conceptos que nos iremos formando sus audiencias.
Cosa difícil, porque en su mayoría esos medios están en manos de grandes capitales, quiere decir, de grandes intereses, y es más factible que en ellos el rendimiento empresarial pese más que la objetividad. Por eso, los pocos que logran mantener esta condición merecen todo el respeto y el reconocimiento.
Ahora que pasamos el umbral de una etapa decisiva para la historia del país, la escena de la paz, es el momento para mostrar nuestra capacidad con un pensamiento plural, incluyente, panorámico, con capacidad para asimilar y transformar otras perspectivas, otros puntos de vista. Es la oportunidad de mostrar hasta qué nivel hemos llegado a construir pensamiento plural, que sabe potenciar lo bueno de todos los lados, unir perspectivas exitosas y desechar corrientes brumosas que confunden y anclan muros de distanciamiento. Lo complejo es que para formarlo hay que tenerlo, porque, como bien dice el refranero popular, nadie da lo que no tiene. Si somos radicales, formamos espíritus radicales.