“Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón; que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro. Lo dejo suelto, y se va al prado, y acaricia tibiamente con su hocico, rozándolas apenas, las florecillas rosas, celestes y gualdas”... “Lo llamo dulcemente: “¿Platero?”, y viene a mí con un trotecillo alegre que parece que se ríe, en no sé qué cascabeleo ideal”. De “Platero y yo” de Juan Ramón Jiménez.
No puedo creer que a usted al leer este pasaje no le aparecieron instantáneamente en su mente los ojos negros de Platero, o no “vio”, como si estuviese allí, como Platero coqueteaba con las flores y se acercaba a usted en feliz carrerilla. ¿No le provocó...