Decir que NO es uno de los retos más grandes que tenemos como padres. Es la vorágine de un sistema que nos trata de convencer que las frustración y la tristeza son cosas que hay que evitar a toda costa. Si un niño llora hemos fallado. Si sonríe somos exitosos. La ironía es que si nos descuidamos, terminamos por convertirnos en seres manipulables, los títeres de nuestros hijos, y a pesar de que en sus caras haya una sonrisa o una expresión de satisfacción no necesariamente estamos construyendo su felicidad, mucho menos su carácter.
Dosificar la negativa no siempre es fácil. Depende de la circunstancia que tenemos como padres, de la vida de nuestros hijos, la etapa que atraviesan, la personalidad. Lo mismo las reacciones. ¿Qué tan preparado estamos...