Para ir de su casa a la escuela tenía que pasar muchos charcos. "Siempre que había uno para saltar yo lo hacía, me creía Supermán y los brincaba. Así llegaba a cualquier lugar. Y mire, luego se volvió mi profesión y lo que me ha dado más alegrías en la vida", dice Gilmar Mayo Lozano, el hombre que hoy dice adiós.
Para muchos, el atletismo es Gilmar. Su sonrisa gigante, sus piernas de garza, sus romances y desencuentros con las medallas, y hasta esos destartalados carros vinotintos con una calcomanía con su nombre, hicieron de Gilmar más que una figura pública.
"El atletismo me dio todo en la vida. Me dio una familia, una carrera, una casa y ahora me da una forma para seguir después de la competencia", explica Gilmar quien hoy, en el Gran Prix Internacional de atletismo-Ximena Restrepo, formalizará su despedida de la alta competencia.
Aunque nació en Pailitas (Cesar) hace ya 40 años, su infancia la pasó en Quibdó (Chocó). Allá, entre los barrizales y pedazos de manga desgastada de la cancha de La Normal empezó a mostrarse como atleta.
"Estaba en la escuela y la conocíamos como la pista de atletismo. Mis entrenadores, Enith Cuesta y Guillermo Valencia, me vieron la técnica para saltar cuerda, que lo hacía frente a mi casa. Así se dieron cuenta de que tenía talento", sostiene Gilmar, quien fue niño, pero nunca pequeño. "Desde los 12 medía 1.80", dice entre risas.
En 1990, el mítico entrenador Eduardo Paz hace que deje los pantaneros de Chocó y lo trae a Medellín, aunque todavía era especialista en salto triple, y apenas empezaba a incursionar en el de altura, ese que lo llevó a ser el único suramericano por encima de los 2.30 metros.
Su palmarés es tan largo como sus piernas. En su pecho colgaron las medallas de oro de los Centroamericanos y del Caribe, Suramericanos y Bolivarianos, así como los títulos de campeonatos iberoamericanos y continentales. Además, estuvo en dos finales de mundiales.
Precisamente, recuerda a la perfección la noche del 6 de agosto de 1997, cuando llegó a la final del Mundial de Atenas. "Fue mi mejor momento, tuve grandes saltos y pude estar más arriba. Terminé décimo, aunque con la misma altura del quinto. Estuve a nada de meterme en el podio", dice Mayo, quien también es crítico y recuerda su peor día en su carrera deportiva.
"No solo yo me acuerdo, todos lo hacen y hasta me lo sacan en cara. Fue en los Bolivarianos de Arequipa-95, cuando no llegué a la competencia. Pero es algo que ahora les enseño a mis alumnos. Tienen que tener todo en la cabeza, no solo cómo saltar".
Hace cuatro meses está en Urabá, como un buscador de talentos para el salto. Ya es entrenador. Esta tarde, de forma oficial, hará su retiro. "Pero eso sí, me retiro sin saltar". Único, genio y figura...
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