Son 22 kilómetros cuadrados y la desesperación está en todas partes. Esa es Nauru, una isla del Pacífico ubicada a 3.000 kilómetros de Australia, donde esta nación mantiene a los solicitantes de asilo que fueron interceptados en el océano cuando intentaban llegar a tierra firme para pedir refugio en el país.
No lograron su cometido. Se quedaron atrapados y viven en tiendas de campaña o comunidades con otros refugiados como ellos. Son de Bangladés, Birmania, Lebanon, Irán, Sri Lanka, Siria o Somalia y se fueron de sus países por las guerras, la falta de oportunidades o la persecución contra los católicos.
Kazem* es uno de ellos, un iraní que se convirtió del islam al cristianismo. “En mi país, si haces eso, lo primero a lo que te enfrentas es a la tortura y a la prisión. A la larga, te enfrentas a la muerte”, cuenta. Él escapó junto a su esposa y desde 2013 está en la isla esperando asilo.
Personas como Kazem huyeron porque sintieron que no podían seguir sumidos en el conflicto, pero, aunque se alejaron de las balas, ahora viven en el encierro de Nauru. Sin embargo, conocer las historias de su vida pasada es complejo, así lo explicó a EL COLOMBIANO Christine Rufener, sicóloga de la organización Médicos Sin Fronteras (MSF) que trabajó en la isla desde noviembre de 2017.
Pero Rufener ya no está junto a los refugiados. El gobierno australiano ordenó que se retiraran de Nauru en octubre de este año al considerar que no necesitaban sus servicios. En sus cálculos está que cerca de 600 personas están en la isla necesitando atención psicológica y la mayoría de ellos llevan hasta cinco años en el lugar.
“Están en un limbo donde no quieren morir, quieren una oportunidad, pero no sienten que vaya a llegar”, comenta. Estos refugiados han tenido la oferta de regresar, incluso con dinero, y las rechazan. ¿La explicación?: “La gente no se siente segura, quieren estar en Australia y su única posibilidad era quedarse esperando en Nauru. Ahora llevan cinco años de espera”.