La música no se detuvo inmediatamente aunque el sonido era inconfundible. El rostro del cantante country Jason Aldean mostraba confusión pero no atinó a dejar de cantar, solo hasta que los disparos se hicieron más fuertes y seguidos decidió parar en seco y correr por su vida.
Esto fue lo que terminó de sacar del trance a los cerca de 22.000 asistentes al Route 91 Harvest Festival, que sobre las 10:00 p.m. disfrutaban la parte final del show del día, que ya totalmente conscientes del tiroteo se entregaron en el frenesí de pánico incontrolable para intentar ponerse a salvo de las balas que caían en ráfaga sin que nadie viera al tirador por ninguna parte.
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Más de 24 horas después, los hechos posteriores a esta masacre, que deja, al cierre de esta edición, un balance de 59 muertos, más de 527 heridos y se consolida como la peor que ha sufrido Estados Unidos en su historia, son similares a los ocurridos en los últimos hechos terroristas que golpearon el mundo, como el atropello de Las Ramblas en Barcelona o las explosiones en la Arena de Manchester, Inglaterra.
En cuanto ala responsabilidad, las autoridades apuntan a Stephen Paddock, de 64 años, como presunto autor material de la masacre. El hecho también fue atribuido al Estado Islámico, con el argumento que el hombre se habría convertido al califato unos meses atrás.
Es en este punto en que, políticamente hablando, la tragedia se vuelve delicada para la administración de Donald Trump que, aunque no tardó en manifestar su solidaridad en Twitter, evitó mencionar la palabra terrorista.
Posteriormente, en su primera aparición en público, y cuando se tenía conocimiento de más detalles, insistió en no llamar a Paddock terrorista y mencionar el tema de las armas. El tirador tenía tres armas de largo alcance en su habitación.
A juicio de Emilio Viano, profesor de Política Internacional de la American University of Washington, este escenario se muestra molesto para Trump y todo su discurso ante el terrorismo y el control de las armas.
“Es posible que sea incómodo porque este hombre no pertenece al estereotipo de terrorista del que Trump siempre habla y que sustentó en su veto migratorio, que incluía países árabes”, explicó.
Además, sostiene que para Trump será “difícil” admitir “que puede ser otro tipo de persona un terrorista y que por ello nadie podía sospechar del tirador de Las Vegas”.
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No encaja con ISIS
La teoría que señala a Paddock de pertenecer al Estado Islámico no concuerda del todo. Si bien existe la posibilidad que haya querido “probarse” para el califato perpetrando esta masacre, el modus operandi de las últimas acciones incluyó pocas armas y se priorizó el uso de explosivos (Manchester) y vehículos (Barcelona y Niza).
A eso se suma que el FBI descartó cualquier vínculo del hombre con la organización.
En teoría, este grupo terrorista solo cuenta con un ataque registrado ese país, en la discoteca Pulse en Orlando, ocurrido en 2016, que dejó 50 muertos.
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Sin embargo, la investigación del autor de este atentado, Omar Mateen, de ascendencia afgana, orientó las hipótesis del ataque más cerca de un crimen de odio contra la comunidad Lgbti que a un atentado religioso.
Es más, según las cifras de la Liga Antidifamación de Estados Unidos, la mayoría de incidentes terroristas en Estados Unidos, entre 1993 y 2017, han sido cometidos por supremacistas y racistas. Un 43% del total.
Es por eso que la lupa se empieza a desplazar hacia otro tópico espinoso en Estados Unidos: el control de armas y el incremento en los tiroteos.
Según el Mass Shooting Tracker, una organización que documenta estadísticamente los tiroteos en el país del norte, en lo que va de 2017, se han perpetrado 338 eventos como este, que dejan 465 muertos.
El año pasado se contabilizaron en total 383 tiroteos, lo que llevaría a pensar que esta cifra puede ser superada antes de finalizar este año, un mal balance para el presidente Trump que no ha cumplido su primer año de mandato.
Para ello, hay que volver a las 10:00 p.m. del domingo, en la habitación del piso 32 del hotel Madalay Bay desde donde Paddock, armado con un rifle con francotirador, empezó a disparar contra la multitud al otro lado de la calle.
Durante unos 10 minutos, el hombre disparó sin tener un blanco fijo, con ráfagas, a una multitud que buscaba refugio infructuosamente en el espacio abierto donde se estaba realizando el concierto.
Jamás se podrá conocer lo que pasaba por la cabeza de este hombre retirado y adicto al juego en los momentos antes de pegarse un tiro para evitar su captura, y lo que pretendía hacer con las 10 armas de largo alcance que se encontraron en su habitación.
Sin embargo, para Rodrigo Córdoba, presidente de la Asociación Latinoamericana de Psiquiatría, es claro que alguien con su comportamiento encubre o ha anidado una enfermedad mental.
“Son trastornos de personalidad, de hace tiempo atrás, que no tienen ninguna capacidad de culpa ni de restauración y que tienen conductas repetitivas”, explicó.
Recalcó el experto que el ambiente que rodea la sociedad norteamericana sería un combustible para que este tipo de personas alimenten un deseo de matar personas.
Se trata de una sumatoria entre la violencia cotidiana (videojuegos o televisión), la falta de controles para conseguir las armas y la defensa de estos objetos.
“A mi juicio, hay una serie de patologías mentales que están subdiagnosticadas y de las que no hay detección temprana”, concluyó el psiquiatra.
¿Control por fin?
Saber si esta será la vencida para que Estados Unidos mejore su política de regulación en el acceso a las armas de fuego es imposible.
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Aunque el calibre de la matanza en Las Vegas es un llamado de atención fuerte al público, no es diferente de otras ocasiones como en Columbine, en 1999, que dejó 13 muertos o Virginia Tech, en 2007, con 33 fallecidos.
Aparte, el panorama se vuelve menos alentador sabiendo que en la Casa Blanca se encuentra un republicano ultraconservador, cuya base electoral para aspirar a una reelección es esa población defensora de la Segunda Enmienda (que otorga el derecho al porte de armas).
La posición de Trump es clara. En rueda de prensa, la portavoz de la Casa Blanca, Sarah Sanders, esquivó el tema y consideró “prematuro” abordarlo de inmediato.
“Lo más probable es que no pase absolutamente nada, porque el presidente no se va a atrever a regular. Este tipo de atentado llega a los medios y el Congreso. Dependerá de ellos”, consideró Marcos Peckel, experto en temas de terrorismo.
Sebastián Bitar, internacionalista de la Universidad de Los Andes asegura que el tema podría rebotar en contra: “Las personas más radicales contra el control de armas dirán que lo que se necesita no es restringir, sino ampliar la conversación sobre cómo usarlas”.
Es cierto que este diálogo podría girar estérilmente alrededor del clásico refrán conservador norteamericano de “La única forma de parar a un tipo malo armado es con un tipo bueno armado”, sí hay espacio para abarcar el espectro sociológico y psicológico del problema.
Después de todo, no se consigue nada limitando el acceso a las armas para quienes tienen antecedentes judiciales, cuando tiradores como Paddock o los adolescentes de la masacre de la escuela Columbine, en Colorado, tienen una hoja de vida limpia.
Es probable entonces que, al conocer de antemano que no ocurrirá nada de fondo, el tema pueda volverse desde ya un asunto de campaña para Trump, que querrá incentivar el sentimiento de sus electores (la mayoría vienen del sector rural) para reponerse de los golpes en temas como la reforma a la salud y la fiscal, y para los demócratas, que intentarán desestabilizar uno de los fortines republicanos de siempre, como es la Asociación Nacional del Rifle.
Quitando todo el análisis político, quedan de frente los fríos datos de la violencia con armas en Estados Unidos
Acorde con las cifras del Gun Violence Archive, en incidentes con armas, que incluye tiroteos, robos, accidentes y demás, han muerto este año 11.652 personas en 46.597 incidentes. Un número que puede sonar abismal pero que muestra un descenso frente a los fallecidos en los últimos años (15 mil en 2016, 13 mil en 2015 y 12 mil en 2014).
La suma de este fenómeno y del fantasma del Estado Islámico genera el efecto base del terrorismo, en el que lo importante no es a cuántos maten, sino que la gente se sienta insegura, un efecto que sin duda ha quedado nuevamente en el público después de lo ocurrido en Las Vegas.
18
armas más se encontraron en la residencia del tirador, Stephen Paddock.
1,2
tiroteos se están produciendo al día en Estados Unidos, según la MST.