A pesar de que en el país hay 55 estaciones que monitorean los movimientos de la corteza terrestre las 24 horas del día, predecir un terremoto es prácticamente imposible. Cada día, la Red Sismológica Nacional de Colombia registra entre 1 y 10 sismos que generalmente no superan la magnitud 3 en la escala Richter y son casi imperceptibles para los seres humanos.
Pero en cualquier momento las tensiones acumuladas en el interior de la Tierra se liberan y producen rupturas repentinas en la capas superiores, que si son lo suficientemente fuertes pueden derrumbar edificios, cobrar víctimas mortales y dejar en ruinas a pueblos enteros. Eso fue lo que sucedió el sábado 16 de abril en la provincia de Manabí, al noroeste de Ecuador.
Hasta ahora, el terremoto de 7,8 grados de magnitud ha cobrado un saldo de 480 muertos, 231 desaparecidos y 4.560 heridos, y el mundo se pregunta si Ecuador estaba preparado para un movimiento telúrico de semejante fuerza.
Las pérdidas materiales no dependen únicamente de la magnitud del terremoto (la escala Richter mide el tamaño del sismo únicamente en su punto de origen), sino también de la profundidad del epicentro, la distancia hasta la población más cercana, la constitución geológica del subsuelo y la calidad de las construcciones.
Por eso, aunque el terremoto de Japón de 2011 fue de 9 grados de magnitud, el sismo de Haití de 2010, de magnitud 7, dejó 20 veces más víctimas mortales.
