“Yemen es un país que nadie mira, un conflicto que nadie observa, salvo cuando hay un incremento muy grande del numero de combates o de muertes”. Este es el relato de Agustín Galli, sociólogo y coordinador de campo de Médicos Sin Fronteras (MSF) en Yemen, quien está en la ciudad de Hajjah hace tres meses. El país está inmerso en una guerra civil desde 2015 y noviembre ha sido uno de esos momentos en los que la violencia aumentó: tan solo durante las dos primeras semanas del mes, al menos 600 personas fallecieron en medio de los combates entre la coalición del gobierno –respaldada por Arabia Saudí y Emiratos Árabes)– y los rebeldes, quienes tienen el apoyo de Irán.
Para Galli el país tiene necesidades a todo nivel: el sistema de salud está mal, la población vive en una situación de pobreza, según la ONU 14 millones de personas están en riesgo de hambruna y el rial yemení perdió más de dos tercios de su valor con relación al dólar. Es tal la crisis que el pasado viernes, el mediador de la ONU para Yemen, Martin Griffiths, anunció durante el Consejo de Seguridad de este organismo su intención de realizar unos diálogos de paz. “Este es un momento crucial”, aseguró Griffiths.
Sin embargo, encontrar el fin del conflicto no es una tarea fácil. El sociólogo Galli explica que el país vive “una guerra civil de largo plazo. Estamos hablando de grupos absolutamente dispares, un conflicto interno y un escenario de guerra entre Arabia Saudí – aliado histórico de Estados Unidos– e Irán por el control de Medio Oriente. Es un round más entre las potencias”.