Captagón. Una droga sintética que lleva a la euforia; despista el hambre, la fatiga y el frío, y aumenta la fuerza y la destreza en escenarios como una batalla. Captagón. El estimulante que en Medio Oriente, sin hacer demasiado ruido, superó el número de incautaciones de los opiáceos. Captagón. La fuente perfecta de financiación para los actores del conflicto en Siria, y el narcótico de sus soldados y víctimas.
Su base, la fenetrilina, servía en la Alemania de 1961 como medicamento para niños con trastornos de atención. Pero más tardó en ser prohibido por su carácter adictivo y sus efectos sobre el sistema hepático, que en entrar al mercado negro con uso recreativo.
Los primeros en hacerlo fueron los búlgaros. El mundo se entibiaba con la caída del Muro de Berlín. En ese país exsoviético se desmantelaban las grandes empresas estatales, buena parte de ellas de la industria química y algunas, incluso, eran exportadoras de captagón.
Por la cooperación política y técnica entre Bulgaria y Siria, durante la Guerra Fría muchos sirios estudiaron química en Bulgaria y establecieron contactos que, si bien abrieron el mercado entre ambos países, también trazaron el camino del tráfico ilícito.
“Con una gran fuerza de trabajo técnicamente capacitada, y sin empleo, los químicos búlgaros se volcaron a fuentes ilegales pero lucrativas de financiación. La principal fue la de pastillas de captagón hacia Siria y el resto de Medio Oriente, por la ruta de Turquía”, detalla Bejamin Crabtree, experto en tráfico de drogas y crimen organizado.
Él elaboró una radiografía del comercio fluctuante de esta droga, luego de entrevistar a más de 20 agentes de la ley y con datos actualizados de incautaciones (ver infografía).
Entre los años noventa y comienzos de este siglo los centros de producción de captagón fueron Bulgaria y Turquía. Pero un incremento en los controles estatales trasladaron el negocio a Siria.
Siria entra al negocio
En ese país, según encontró Crabtree, el negocio se disparó en 2011, coincidiendo con el inicio del conflicto entre el régimen de Bashar al Asad, los rebeldes y demás actores locales y foráneos que se enfrentan con variados intereses.
Cuatro fenómenos hicieron de Siria un caldo de cultivo para el negocio del captagón: la ausencia de un Estado en zonas ocupadas por la oposición; la exigua veeduría nacional e internacional donde el Gobierno tiene presencia; la urgencia de hallar formas de financiación o de subsistencia en medio de un conflicto que dejó al 85,2 % de la población en la pobreza extrema, y un mercado creciente entre más de 10 millones de migrantes que huyen del conflicto.
Pese a las limitaciones para aplicar la ley en ese país y a las dificultades para recopilar la información oficial, el investigador halló que el número de incautaciones de la droga son incluso superiores a las de otros países de la región en mejores condiciones sociales. “Esto indica que el problema es mucho mayor de lo que se ve”, advierte. Solo en 2015 fueron incautados 24 millones de comprimidos en Siria (ver Informe).
Llama la atención que para otras drogas, como la heroína de origen afgano, la inestabilidad y el conflicto han tenido la trayectoria geográfica contraria: se ha ido de zonas de conflicto en Turquía y Siria.
Las redes de traficantes en Medio Oriente prefieren un entorno más estable. No obstante, los principales mercados de destino para el captagón son los países de la península arábiga, es más, los migrantes que intentan cruzan a Europa son un público, según detectó Crabtree.
El captagón, sin duda, es historia aparte.
La historia aparte
La producción y el tráfico de captagón se han convertido en una fuente perfecta de financiación para los actores del conflicto en Siria. La simplicidad y naturaleza móvil de las instalaciones de producción, y los conocimientos químicos limitados que se requieren, son ideales (ver Paréntesis).
Según detectó Crabtree en su investigación, la producción de una píldora ronda los 15 centavos de dólar, y es rentable, pese a que su precio en el mercado varía dependiendo del país: cuesta entre 5 y 10 dólares en Siria; hasta 29 dólares en Jordán, y 50 en el sur de la Península Arábiga.
Desde Siria, también ayuda la proximidad a los principales mercados de destino. Y se suma la creciente demanda dentro del país ofrece fuentes de ingresos altamente rentables con un bajo riesgo de interceptación, por las debilidades en la aplicación de la ley.
Ahora bien, en ese país no solo el crimen organizado se beneficia de este tráfico, sino actores estatales y no estatales disímiles (ver recuadro). Se destaca el Estado Islámico (EI), que no deja rastro de su participación en ese mercado.
“Ser vistos apoyando activamente el tráfico les significaría graves implicaciones en sus esfuerzos de propaganda”, destaca Sergio Moya, coordinador del Centro de Estudios de Medio Oriente, en Costa Rica. Agrega que el grupo deja ver esfuerzos ocasionales para demostrar que está contra el narcotráfico: en marzo de 2016 ejecutó a cinco traficantes y habría intentado destruir plantaciones de cannabis descubiertas en su territorio.
La teoría de Crabtree es que, por la caída de los precios del petróleo, los actores del conflicto en Siria necesitan acceder a fuentes nuevas y fácilmente explotables de financiación. El captagón cumple con ese propósito y tiene un efecto perverso: los soldados y rebeldes que la consumen se convierten en máquinas de guerra sin escrúpulos.
Pero hay más: “seis millones de migrantes sirios refugiados en países vecinos son una comunidad de riesgo para el consumo de drogas y actúan como mulas para pagar sus viajes a países europeos”, apunta el experto.
El captagón, por ejemplo, les quita el cansancio, la sed, y justo ahora, cuando se aproxima un crudo invierno en Medio Oriente, podría volverse elemento de necesidad.
En suma, hay una guerra, una droga y consumidores en todos los bandos. Lo que menos beneficia a los traficantes es que se asome la paz.
Una droga de guerra
En todos los países en conflicto de África y Medio Oriente donde ha estado Camilo Kuan, experto en salud pública y drogas, las anfetaminas son más comunes de lo que se cree. “En el norte de Siria, en la frontera con Turquía, en las zonas musulmanas de África, se cortan los alimentos, el suministro de gas y de agua. La gente siente miedo y debe hacer grandes desplazamientos, por lo que las drogas se vuelven el mejor amigo de los guerreros y de los sufrientes”, apunta.
De acuerdo con Hassan Turk, experto en Medio Oriente, los grandes movimientos de población, por las migraciones derivadas de conflictos armados, propician formas de transportar las drogas.
“Ahora es más fácil que antes. Entre migrantes y refugiados sirios hay inocentes, pero también terroristas y traficantes, que aprovechan una frontera muy débil con Turquía para movilizar un mercado negro que no percibimos”
Cuando se forme algún tipo de arreglo de paz en Siria será crucial desmantelar actividades ilícitas, como el captagón. Sin eso claro, concluye Crabtree, “el narcotráfico creará inestabilidad a largo plazo y actuará como un impedimento a la paz y al desarrollo”.
Sin una adecuada intervención de los gobiernos, el captagón seguirá siendo un monstruo invisible de Medio Oriente. Las consecuencias son indefinibles a largo plazo. Y Siria ya las sufre a diario.
50
dólares puede llegar a costar una píldora de captagón en el sur de la Península Arábiga.