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Talentos huyendo de las balas

ESTUDIANTES DESTACADOS, AMENAZADOS por bandas, han tenido que irse de Medellín y comenzar otra vida. Así es su drama.

  • Talentos huyendo de las balas | Manuel Saldarriaga | Ubicar a muchos niños que dejaron el colegio por razones de seguridad no es tarea fácil. Sobre todo porque, a raíz del riesgo que corren, nunca dejan un teléfono ni una dirección.
    Talentos huyendo de las balas | Manuel Saldarriaga | Ubicar a muchos niños que dejaron el colegio por razones de seguridad no es tarea fácil. Sobre todo porque, a raíz del riesgo que corren, nunca dejan un teléfono ni una dirección.
08 de agosto de 2010
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Antes de llegar a la esquina, de camino al templo cristiano, Jhonatan* sintió como si del cielo llovieran disparos. Habrán sido más de quince. Tas, tas, tas, tas...

Aguantando la respiración, se ubicó con la espalda pegada a los ladrillos. A través del rabillo del ojo, escondido detrás del recodo de la pared, Jhonatan alcanzó a ver que hacia él venía, a toda carrera, un joven que parecía un espantajo embadurnado con sangre.

Pero apenas vio que el herido se acercaba, Jhonatan también arrancó a correr. "Yo sabía que si le disparaban a él, también me disparaban a mi, de pasada".

Aunque Jhonatan no vio nada, sí lo escuchó todo y ese fue tal vez su pecado. A sólo dos metros de donde estuvo tratando de parecer invisible, miembros de una banda del barrio Popular 1 de Medellín, acribillaron a dos muchachos a las 8:15 de la mañana de un sábado.

"A uno le dieron 13 tiros. Ese era muy evidente que estaba muerto, porque tenía un tiro acá -y se señala la sien-. Al otro lo intentaron subir en una camioneta, pero como no lo querían llevar, lo montaron a la fuerza", testifica.

Pero eso no fue todo. El viernes anterior había ocurrido un incidente similar. "Mi primo estaba mercando con la mamá, y entonces pasaron los muchachos de los combos. Y cuando lo vieron ahí dijeron que se lo iban a llevar para matarlo".

Luego de una discusión, en una especie de juicio callejero, alguien reconoció que el primo de Jhonatan era "sano" y que era mejor dejarlo ir.

"Le dijeron que, si lo volvían a ver, lo mataban. Entonces mi familia pensó llevárselo para donde una tía, muy lejos de ahí, pero no se pudo. No está estudiando ni está haciendo nada, está encerrado".

Jhonatan tiene 16 años de edad y era la esperanza de su colegio para los exámenes que hace el Instituto Colombiano para el Fomento de la Educación Superior (Icfes). Era la carta de mostrar.

Era el único, de 2.100 estudiantes, clasificado a la tercera ronda de las Olimpiadas del Conocimiento, unas competencias de habilidades que organiza la Secretaría de Educación de Medellín y a las que se presentaron este año 2.117 alumnos de diferentes centros.

Era de esos raros ejemplos que a su edad solía dedicar los sábados a Dios, sin realizar actividades seculares, como se lo dicta la Biblia.

Jhonatan es tímido. En su rostro se dibuja una nariz prominente, como de águila, y un bozo desabrido que apenas comenzó a brotar. Inacabada dejó una ponencia que preparaba para el Bicentenario de la República de Colombia, con la cual los profesores esperaban su mejor verbo.

Pero doña Patricia, su madre, no tuvo los nervios para soportar más balaceras, con las que allá se desayuna y se come. En mayo pasado y mientras ella hacía mercado en un barrio contiguo, una bala perdida se le incrustó en el pie. Esa fue la primera alerta.

Jhonatan lleva ocho días viviendo en un municipio a varios kilómetros de Medellín. Frente a un computador y con el Álgebra de Baldor como testigo, se duele de no haber podido volver a la loma que lo vio crecer, la misma donde hoy se bifurca el camino de dos guerras.

Según el Instituto Nacional de Medicina Legal, el barrio Popular 1 es la tercera comuna donde más se cometieron asesinatos durante el primer semestre de 2010 (hasta el 31 de mayo) con un total de 77. Sólo lo supera Manrique con 92 y San Javier con 119.

El año pasado, la Policía Nacional desplegó un ejército de más de 800 hombres, que hoy custodian calle a calle la zona. Y pese a que los negocios volvieron a abrir sus puertas, luego de dos años de tensión, aún el terreno -pobre y superpoblado- se muestra como centro de las acciones de tres combos que nunca se disiparon: "La Galera", "La Silla" y "La 38".

El sector al que llaman La Galera, una calle espiralada en cuyo corazón está sembrada una institución educativa con más de 1.000 alumnos, ha sido epicentro de combates diurnos y nocturnos entre delincuentes.

Desde hace seis meses que instalaron una unidad de Escuadrón Móvil de Carabineros (Emcar), los combos dejaron de andar armados a plena luz del día y ahora los asesinatos los cometen de manera selectiva.

La noche del viernes 6 de agosto de 2010, mientras se escribía este informe, se produjo un desplazamiento de 56 familias de La Galera, por un ultimátum que lanzaron, al parecer, miembros de "La 38".

Y es que los colegios no son ajenos a los avatares que han traído consigo los grupos armados. "Es un conflicto externo que finalmente se vuelve interno. Por varias razones. La principal, porque muchos jóvenes tienen familiares y amigos que hacen parte del conflicto", dice una profesora del sector.

"No hay condiciones para aprender. Me dicen: 'profe, tuve que amanecer debajo de la cama porque mi casa está en medio de los tiroteos de terraza a terraza'", agrega.

Sólo en la Institución Educativa Nuevo Horizonte, dejaron de matricularse este año 700 estudiantes, no necesariamente por amenazas directas, sino por el mismo temor de permanecer tan cerca de las escaramuzas de los combos.

Escondido dos meses
Cada ocho días, a doña Magnolia* la ven pasar por la calle -algo clandestina, sigilosa- con un atado de papeles entre sus manos.

La anciana, quien ya bordea los 75, no parece despertar sospechas entre los miembros de la banda que cierto día sentenciaron a muerte Santiago, su nieto de 12 años de edad.

A paso lento, culebreando las callecitas caídas, Magnolia arrastra esa facha encorvada y pertinaz hasta un colegio que queda a diez minutos de su casa. Una vez allí, saca las hojas que lleva amarradas con un caucho. Luego, cruza palabras con la rectora, otras con un par de profes y regresa, de nuevo, con otro mamotreto.

Aquel paquete misterioso contiene los talleres de inglés, matemáticas y español, que resuelve Santiago en los cuatro muros de su casa, de los cuales no sale desde hace dos meses.

Santiago cuenta su historia como lo que es, un niño. "Un 'pelao' que vivía por acá y que se pasó para el barrio de la guerra de allá, comenzó a decir que yo era un 'caliente', que yo era un 'carrito'", dice Santiago.

¿Qué es un carrito? "Es como uno llevar información de lo que aquí hablan al otro lado", dice. El término "carrito" también se usa en los barrios para referirse a los menores que transportan drogas y armas.

Quince días después de que eso ocurriera, dos hombres en motocicleta, pararon a Sonia, la hermanita mayor de Santiago y le dijeron que no querían volver a verla.

Desde ese día, la niña empacó sus cinco vestidos y se fue para un municipio del Oriente de Antioquia, donde seguramente terminará tercero de bachillerato. "Nosotros estamos en el centro de las bandas. Si los muchachos salen pa'rriba, malo; si salen pa'bajo, también malo", dice el padre de los dos muchachos, un obrero de la construcción.

Lo triste del caso es que, tanto Santiago como Sonia, eran de los alumnos más sobresalientes de la institución. En la Comuna 13, es decir, al otro costado de la ciudad, en dirección al Occidente, los maestros, con lágrimas en los ojos, han visto irse estudiantes con capacidades similares.

Lo difícil es seguirles el rastro. "El año pasado se fue Katherine, una niña líder de quinto de bachillerato que hacía parte de un proyecto de Ecuación Sexual con la Alcaldía", dice una de las maestras del Instituto Juan XXIII, del sector La Quiebra.

Allá se libra una confrontación similar a la del Popular 1, que se hizo más hostil en mayo. "El año pasado no hubo deserciones, pero en 2010 ya se nos han ido unos 300 alumnos", confirma la coordinadora docente.

Entre los que se fueron y no dejaron teléfonos para ubicarlos, están dos mellizos de primaria a quienes llamaban "los nerd" porque no hacían sino "comer libro". "También Andrés Camilo, músico y teatrero. 'Juangui', del movimiento de danzas, se fue de Medellín". Y así, las historias parecen interminables.

Pero, ¿qué tan generalizada es la situación? Ricardo Toro, uno de los funcionarios de la Personería de Medellín que más ha estudiado el tema, dice que quien niegue el fenómeno está siendo impreciso y que quien diga que hay una estampida en todos los colegios, también. Toro aclara que no hay estadísticas precisas porque algunos consideran que visibilizar dicha realidad podría enlodar la imagen de la institución.

Sin embargo, en plata blanca, la Secretaría de Educación de Medellín tiene sus propios números, a los que habría que analizar con salvedades. El año pasado, se reportaron 216 casos de niños que se cambiaron de colegio por razones de orden público.

En 2010 la cifra se cuadruplicó y llegó a 938, con corte a 31 de julio. Sin embargo, vale aclarar, reconoce Martha Lucía Aguilar, la directora de Planeación de la Secretaría, que el dato es ingresado por los rectores, a quienes en muchos casos no les informan el motivo del retiro. Los amenazados se van sin decir nada, a veces, sin siquiera tener tiempo de retirar los papeles. Y aquí es donde viene el número grueso. Según ese mismo reporte, este año se movieron de colegio 10.500 alumnos por diferentes motivos.

Lo revelador de la cifra es que las cuatro primeras comunas con casos son las mismas que concentran el mayor número de homicidios históricos. En su orden: Comuna 1 (Popular 1, tercera en homicidios); la 3 (Manrique, segunda en homicidios con 92); la 13 (San Javier, primera en homicidios con 119); y la 6 (barrio Doce de Octubre, séptimo en homicidios con 67, pero que el año pasado estuvo varios meses en primer lugar).

El Municipio ha volcado toda su capacidad para garantizar cupos a estudiantes con inconvenientes de seguridad, valiéndose del apoyo de la Policía y la Fiscalía. En este aparte, los funcionarios advierten que casi todos los niños que abandonaron un pupitre, han encontrado asiento en otro lado de la ciudad. Sin embargo, como lo ilustra José J. Villalba, directivo de la dependencia de Educación, hasta el momento no se ha producido la primera judicialización alrededor de las más de 100 amenazas que han denunciado los profesores.

Un dato del Cuerpo Técnico de Investigación de la Fiscalía: en 2009 asesinaron, en diferentes circunstancias, a 114 jóvenes que estaban estudiando. Este año van 74.

Esta historia termina en la sala de una casa, muy lejos del Popular 1. Ahí está Federico, un joven de 15 años, que si bien no era el más cerebro, estaba trabajando, con un compañero, en un documental sobre los niños trabajadores. A los dos los amenazaron y desde eso se perdieron el rastro. El uno no sabe dónde está el otro. Habían compuesto una canción de rap, que cantaban en los buses. La letra, dice Federico, es así: " Siempre me he preguntado qué diablos es lo que ha pasado, en este mundo desgraciado, anhelado y odiado, ahora los niños son los despreciados, por qué se están matando, no le encuentro explicación, es porque no han estudiado".

*Nombres cambiados por seguridad de las fuentes. EL COLOMBIANO reportó a la Secretaría los casos que aquí se consignan

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