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NO ES SOLO CUESTIÓN DE IMAGEN

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04 de agosto de 2012
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Es una obviedad: las encuestas son la foto del momento. Y, admitámoslo, el punto en el cual se hizo la de Ipsos fue particularmente malo para Santos. Aun estaba caliente el fiasco de la reforma a la justicia, en la que el Gobierno metió hasta el fondo las de andar, y además se vivía en plena efervescencia la asonada del Cauca. Así que la del 20 de julio estuvo lejos de ser una semana ordinaria para la Casa de Nariño.

Por eso, al analizar las encuestas es indispensable mirar la tendencia. Es la perspectiva, no la instantánea, la que facilita una mejor comprensión. Y aquí la caída es brutal. En términos de favorabilidad, Santos baja 26 puntos, del 73% al 47%, en dos años. Es decir, cae un 38%. En pocas palabras, hoy dos de cada cinco ciudadanos que tenían opinión positiva del Presidente ya no la tienen. Lo mismo ocurre con la satisfacción con su gestión: el 54% está insatisfecho y hace dos años era solo el 28%. Hoy es el doble de entonces y algo más de uno de cada dos ciudadanos está insatisfecho. En cumplimiento de las promesas no le va mejor. El 39% cree que ha cumplido y a los cien días esa percepción era del 60%. El porcentaje de quienes no creen que Santos cumple sus promesas ha aumentado en un 65%. Y si la lectura ciudadana sobre la gestión del Presidente es negativa, peor es la percepción sobre el futuro: el 68% de los colombianos, siete de cada diez, cree que el país va por mal camino.

El sondeo de Ipsos, para que no se diga que es cuestión de la firma encuestadora, confirma lo que ya había dicho hace algunas semanas la de Gallup.

De manera que más allá de la caída en popularidad del Presidente, el panorama no es bueno. No se trata, como parecen creerlo en Palacio, de un problema de comunicación. No niego que ahí hay dificultades, por supuesto. A pesar de que vive obsesionado con la imagen, el Gobierno no logra que los ciudadanos reconozcan sus logros. Deberían preguntarse por qué.

En mi opinión, el problema es doble: por un lado, esta administración tiene una enorme dificultad para ejecutar. Excepto por un primer año con logros en la agenda legislativa, no hay mucho más para mostrar.

Por el otro, el liderazgo de Santos tiene falencias sustantivas. Primero, no define con claridad los objetivos. Ya sabemos que no quiere ni será un continuador de la obra de Uribe. Las rupturas en materia de relaciones con Chávez, legalización del narcotráfico y búsqueda de la paz con las Farc parecen definitivas. Pero ¿cuál es la alternativa? ¿En realidad quiere ser un “traidor a su clase” y “hacer chillar a los ricos”? ¿O prefiere ser un “reformista” de la “tercera vía”?

Segundo, es débil. Su comportamiento es incompatible con cualquiera de esos propósitos. Ninguno de ellos se consigue intentando dejar satisfechos a todos o, disculpen la palabra, reculando cuando se presenta un obstáculo o una reacción de algún sector de la opinión pública.

Tercero, no es transparente. En la reforma a la justicia se lavó las manos olímpicamente, a pesar de la enorme responsabilidad de su administración en la creación, desarrollo e impulso de ese monstruo espantoso. Y todo el mundo está convencido de que hay diálogos con las Farc, aunque se diga que no.

Finalmente, no es confiable. Mucha gente cree que Santos se eligió con las banderas de Uribe y con la promesa del continuismo y se ve decepcionada. El uribismo, esa “cosa del pasado”, cree que ganó las elecciones pero no gobierna. Que, de hecho, Santos gobierna con y para el liberalismo. Y los que no son uribistas están desconcertados con la ambigüedad de su comportamiento.

Al país no le conviene que a Santos le vaya mal. A nadie, salvo a los criminales, les conviene que a Santos le vaya mal. Pero con un año difícil por delante, el escenario no es alentador. Y si en la Casa de Nariño siguen creyendo que la cosa es solo problema de comunicaciones, teniendo como tienen todos los medios nacionales a su servicio, el totazo de las encuestas dentro de un año será, ahí sí, demoledor.

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