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LA ABUELA BAILA UN TANGO

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22 de junio de 2013
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Cuenta el poeta Óscar Hernández que no hace mucho tiempo alguien le preguntó a la pintora Dora Ramírez cuántos años tenía. Ella contestó con una sonrisa: "Los que debe tener una mujer de mi edad".

Es una de las tantas frases célebres que se le atribuyen y que alguien debería coleccionar. Las dice sin tener que quebrarse la cabeza para inventarlas. Sin solemnidad. Sin siquiera cambiar el tono de su voz. "Hace poco conocí un lago que llegaba hasta la orilla…" La gente que la escucha se queda mirándola en silencio. A veces el coro de risas estalla media hora después.

Las frases de Dora Ramírez son como sus cuadros: ella misma. "Yo no empecé a pintar con la ambición de hacerme famosa o popular, solo empecé a pintar. Eso fue como en los años 50 o 60; yo vivía en el centro e iba al Instituto de Artes Plásticas, y estuve estudiando seis años, pero nunca se me pasó por la mente ser una artista profesional".

Así recuerda la época en que iba a las clases de los maestros Eladio Vélez, Rafael Sáenz y Aníbal Gil con la idea de poder llegar a ser en la vida ella misma, lo que ella quería: un propósito difícil de alcanzar en su época para una señora de su condición, madre de familia y egresada del Colegio de las Hermanas del Sagrado Corazón. Débora Arango ya lo había intentado unos años antes y había pagado un precio muy alto.

Pero Dora Ramírez eligió su propio camino y aprendió el oficio de la pintura como si estuviera aprendiendo a bailar. Porque siempre ha creído que el que hace algo en cualquier oficio logra en su tarea la recompensa de la libertad. Para ella es la mayor recompensa que los seres humanos podemos alcanzar. Y cuando sus hijos crecieron, armó su caballete en mitad de la casa y dio rienda suelta a su pasión.

Juan Diego Mejía la recuerda caminando por un corredor con aire de ama de casa que riega sus matas, "pero no lleva en sus manos una regadera con agua sino un pincel, y su delantal tiene manchones de los colores de sus muebles".

Así hizo su obra, rodeada por sus hijos, pintando en los corredores, en los patios, en el comedor, en medio de la agitación dulce de la vida familiar.

Yo la recuerdo cantando bambucos con su hija Dora Luz en los corredores de Ziruma; pintando en medio de las llamas la cara sonriente de Carlos Gardel; ensayando los primeros compases de "Aire de tango", el musical en que ella, su hija y sus nietas se convirtieron por amor a Manuel Mejía Vallejo en las prostitutas más hermosas de Medellín.

Dora Ramírez baila tango desde que era una joven que iba a veranear a la casa de campo de sus padres situada en los cerros donde hoy se levantan los barrios de la comuna Nororiental de Medellín. Le enseñó un electricista de Manrique que fue a la casa a reparar un cortocircuito.

Y esta semana bailó un tango en la celebración de sus noventa años en Otraparte. Los años que debe tener una mujer de su edad.

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