Cuando se iba a morir, el maestro Rodrigo Arenas Betancur empezó a despedirse, como si ya lo supiera. Entonces llamó a Otto Morales Benítez, su amigo, y le dijo que ya había cumplido su itinerario. Benítez le respondió que no se moría, porque su obra estaba en el viento, en el aire. En la calle.
Después de 18 años, su obra también está en su casa, pero no haciéndole el quite a la muerte. Más bien, muy cercana al olvido.
Era un artista de una obra vasta. En ese lugar de madera hay alrededor de 400 bocetos. Algunos con hongos. Moldes para esculturas hay unos 200. Muchos de ellos deteriorados, de los que no se sabe si saldrá una réplica. En esculturas, ya hechas, hay unas 50. Unas cuantas con una que otra pérdida o un detalle para restaurar. Manuscritos hay muchísimos, porque el maestro era un gran escritor y llevaba bitácoras escritas a mano. De esas hay gavetas y gavetas, llenas. También sufren por la humedad, como los 2.000 ejemplares de libros escritos por él o sobre él.
Cuando todavía estaba vivo, María Elena Quintero, su esposa, le decía que porqué no iban mirando qué hacer con todo eso cuando él se fuera y "él decía, esa es una tarea que te va a tocar a vos". Le tocó, con sus hijos, que son cinco. Dos de ella, tres con su primera pareja. "Me dejó bien enredada, porque qué hace uno aquí".
Lo primero que hicieron, a finales de los años 90, fue crear la Fundación Arenas Betancur. Lo primero que lograron, que el Congreso de la República aprobara una ley, la 748 de 2002. El artículo primero, del proyecto de ley: "La República de Colombia exalta la memoria del maestro y escultor Rodrigo Arenas Betancur, quien dedicó su vida al cultivo de los valores artísticos, siendo reconocido como la más importante expresión de la plástica y orgullo del pueblo antioqueño y colombiano en general, su vida se instituye como uno de los símbolos del arte nacional".
La ley proponía la construcción y dotación de un centro cultural educativo en Sabaneta para enseñar artes y hacerle homenaje al escultor. El presupuesto de la Nación podría ser de hasta mil ochocientos millones de pesos. El gobierno, a través del Mincultura, adquiriría las obras. Sabaneta cedió en comodato el terreno.
El artículo 3 fue el único que se cumplió: comprar una obra y ubicarla en Fredonia, lugar donde nació el artista.
Lo demás se quedó en el papel, porque, explica María Elena, la ley es de honores, y después de preguntar, de mandar cartas aquí y allá, la respuesta es que no es de obligatorio cumplimiento. Se lo dijeron, finalmente, el año pasado. En una carta de antes, en 2006, del Mincultura, se lee que "en la citada ley de honores al momento de su promulgación no se previó la viabilidad presupuestal y el consecuente impacto fiscal".
Ni siquiera lograron la estampilla hasta por 30 mil millones para garantizar el funcionamiento y eso que María Elena envió cartas al entonces gobernador Aníbal Gaviria (2004-2007) y al que le siguió, Luis Alfredo Ramos (2008-2011), que son quienes debían presentar el proyecto a la Asamblea para su aprobación.
"La estampilla es un impuesto. Por eso pienso que políticamente no lo hacen porque eso tiene un manejo muy especial, que por una causa tan desinteresada como esta, nadie hace fuerza".
Primera idea que se cayó. Las otras son incluso más difíciles: el maestro alcanzó a decir que le gustaría un museo en su casa en Caldas, como un antioqueño del camino. Lo difícil es que es mucho más caro: hay que comprar las obras, además de la casa. En la familia han hecho cálculos: unos 9 mil millones de pesos, sin contar que hay que clasificar, restaurar, construir.
Porque la obra es de María Elena y sus hijos. "No podemos donarla porque es el patrimonio de mis hijos, pero qué pasa, si la donáramos, el que la recibiera tendría que hacer una inversión muy grande para poderla mostrar, entonces, ¿quién se le mide a eso?".
Muy difícil
El problema es que mientras el tiempo pasa, la obra más se deteriora. Las condiciones de cuidado no son las adecuadas. Ellos no tienen ni la capacidad económica, ni el conocimiento para conservar. Además, dice ella, le parece que es una obligación del Estado conservar el patrimonio.
Rodrigo Arenas es fundamental en la historia de la escultura de Antioquia y de Colombia. Está en toda la geografía, casi. "Su obra no es solo importante, sino necesaria, porque en su momento fue, si se quiere, el artista que lideró los procesos de memoria. Es una versión tridimensional de los mitos fundacionales de esta sociedad colombiana", expresa el curador Óscar Roldán.
Sus esculturas todavía están en la ciudad y en Colombia y a veces pareciera que su nombre se muere cada vez. Es necesario dinamizarlo en los estudios, que la historia del arte se ocupe de él, añade Roldán, mientras el profesor de escultura de la Universidad de Antioquia, Ramiro Correa Villa, señala que "estamos en mora de hacerle un homenaje. A las administraciones municipales les ha faltado intervención para recuperar esos patrimonios. Eso es un patrimonio de Antioquia y de Colombia".
Si la obra corre peligro, no hay que escatimar esfuerzos compartidos. Como patrimonio, entonces, debe ser un trabajo conjunto que incluya a la empresa privada, a los gobiernos municipales y departamentales, a la Nación y, por supuesto, a la familia.
El maestro Arenas no está muerto, mientras su obra esté en el viento, en la calle. Mientras se le recuerde. Mientras su obra esté y se pueda mirar.
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