No hay duda de que el manejo adecuado de la ortografía es un karma para muchas personas. Gabriel García Márquez entre ellas. Era una vaina personal.
"Nunca pude entenderlo —lo citó Gerald Martin en Una vida, la biografía—. Uno de mis maestros trató de darme el golpe de gracia con la noticia de que Simón Bolívar no merecía su gloria por su pésima ortografía. Otros me consolaban con el pretexto de que es un mal de muchos. Aún hoy, con 17 libros publicados, los correctores de mis pruebas de imprenta me honran con la galantería de corregir mis horrores de ortografía como simples erratas".
No pudo nunca con ella, tanto que sugirió abolirla por completo. Hecho que sí puede dudarse.Esa sugerencia la emitió en el Congreso de la Lengua realizado en Zapatecas, México, en 1997.
Entonces propuso enterrar las haches "rupestres", firmar un tratado de límites entre la ge y la jota. "Me atrevería a sugerir ante esta sabia audiencia que simplifiquemos la gramática antes de que la gramática termine por simplificarnos a nosotros. Humanicemos sus leyes, aprendamos de las lenguas indígenas a las que tanto debemos lo mucho que tienen todavía para enseñarnos y enriquecernos, asimilemos pronto y bien los neologismos técnicos y científicos antes de que se nos infiltren sin digerir", dijo el Gabo ante su público, que incluía al propio rey español, Juan Carlos de Borbón.
Abogaba por no "meter en cintura" a la lengua, sino "liberarla de sus fierros normativos para que entre en el siglo venturo como Pedro por su casa".
Hizo más propuestas. Negociar con los gerundios, a los que llamó bárbaros, los qués, que nombró endémicos, el dequeísmo, al que le dijo parasitario, y pidió devolver al subjuntivo presente el esplendor de sus esdrújulas: "váyamos en vez de vayamos, cántemos en vez de cantemos, o el armonioso muéramos en vez del siniestro muramos".
Dijo al fin, que se jubilara la ortografía, que era un terror humano desde la cuna, y se burló de los usos de la "b" y la "v". "¿Y qué de nuestra be de burro y nuestra ve de vaca, que los abuelos españoles nos trajeron como si fueran dos y siempre sobra una?".
Las propuestas que lanzaba el autor de Cien años de soledad, lo precisó él mismo en su discurso en Zacatecas, eran "como botellas arrojadas a la mar con la esperanza de que le lleguen al dios de las palabras".
La Real Academia de la Lengua Española no le hizo caso, por más Nobel de Literatura que fuera, pero lo escuchó un poquito, porque 13 años después de su petición, hizo algunos ajustes, como suprimir los acentos en demostrativos como este y esta, y a la "b" le llamó solo be, ya no be grande, para no confundirla con la be pequeña.
La poeta Piedad Bonnett explica que, tal vez con lo único que no estuvo de acuerdo con García Márquez fue con esa propuesta de la ortografía. Para ella él lo dijo porque también tenía algo de provocador y, en el fondo, piensa la escritora, Gabo ni siquiera lo creía de verdad.
No obstante el drama de García Márquez con la ortografía, en la escritura no tuvo ningún problema. Tenía el talento, conocía las reglas y, sabía también, cómo romperlas.
La poeta señala que el novelista de Aracataca tenía una fe en las palabras, en que podía luchar con ellas hasta decir lo que quería. "Él se relacionaba con el lenguaje con el suficiente respeto y con la suficiente frescura, que tenía la posibilidad de transgredirlo. No le importaba transgredir la norma y hasta inventó palabras. Hay una cosa que a mí me parece divina de lo que él hace y es la manera como incorpora los colombianismos, con naturalidad, sin purismos. Sin academicismos".
Transgredía y hacía juegos y retaba al lector.
La fuerza de las palabras
Jorge Franco, autor de El mundo de afuera, cree que el lenguaje es, precisamente, la columna vertebral de sus obras. "Por supuesto que son fuertes sus personajes, sus historias y sus temas son innovadores, pero es el lenguaje el que le da mayor valor a su obra".
Por eso, porque la fuerza reside en las palabras, en la sintaxis, en el lenguaje, es que "existe impedimento en llevarlas con éxito al cine. Porque hay asuntos que son imposibles de trasladar a las imágenes".
Franco considera que la literatura de Gabriel García Márquez resulta contagiosa, por su narración envolvente. Su sintaxis tiene música por dentro.
También llamó la atención sobre la puntuación. La de El otoño del patriarca, por ejemplo, obra en la que no existen muchos puntos aparte, colmada de frases largas, exige gran esfuerzo de parte del lector.
Y en cuanto a los recursos estilísticos, destacó en primer lugar el uso de la hipérbole —exageración de la verdad—: "Pero mientras este (José Arcadio Buendía) conservaba su fuerza descomunal, que le permitía derribar un caballo agarrándolo por las orejas (...)".
En segundo lugar, el del símil o comparación y la metáfora, tal vez como "herencia de Faulkner, autor a quien admiraba". Y añadió Jorge: "a veces, las comparaciones que hacía de sus personajes o de sus características tienen que ver con animales: "Un gitano corpulento, de barba montaraz y manos de gorrión"".
Anécdotas
Una vez, en relación con la aparición de Crónica de una muerte anunciada, Argos le preguntó sobre tres expresiones no colombianas. Él aprovechó la columna en que le respondió para aludir al idioma. Comentó dos cosas importantes sobre el de los colombianos:
La primera: "Para mí, el mejor idioma no es el más puro, sino el más vivo. Es decir: el más impuro".
La segunda: "Los colombianos, que en los últimos tiempos hemos ganado tan mala fama en el mundo por tantas razones distintas, tenemos desde hace años la de hablar el castellano más puro. Dormimos en falsos laureles, pues en realidad hablamos por la calle una lengua muy bella, rica y útil, pero la que nos ha dado la fama no es ésa, sino la que recitan como loros nuestros académicos polvorientos y nuestros presidentes embalsamados".
El 23 de abril es el día del idioma, pero también puede ser el día de Gabo, que tan bien lo supo usar.
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