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Corren tras un balón esquivo

DE 100 CHICOS que sueñan con ser futbolistas, uno llegará a consolidarse. Medellín, Nacional y Envigado muestran sus procesos formativos.

  • Corren tras un balón esquivo | Jaime Pérez | Los equipos que trabajan inferiores cazan talentos de tres maneras: por recomendación de los entrenadores de los muchachos en sus lugares de origen, por convocatoria y por las escuelas de fútbol.
    Corren tras un balón esquivo | Jaime Pérez | Los equipos que trabajan inferiores cazan talentos de tres maneras: por recomendación de los entrenadores de los muchachos en sus lugares de origen, por convocatoria y por las escuelas de fútbol.
11 de diciembre de 2010
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Acandí sueña con llegar a ser futbolista profesional. Tiene quince años y desde que tenía siete quedó envenenado con eso del fútbol. Su abuela, Encarnación Caraballo, es la "culpable" de que él no quiera ser otra cosa en la vida.
Ella, quien lo ha criado, lo llevaba a ver partidos en la cancha de La Paz, en Envigado, en dos años que estuvieron viviendo en este municipio para trabajar y así gambetear la miseria que siempre les salía al paso en ese pueblo del Golfo de Urabá.

¿Que diga su nombre? Para qué voy a decir que se llama Rubén Rey Pertuz, si en unos cuatro años, cuando los narradores lo mencionen o los hinchas quieran celebrarle una voladora o enrostrarle un yerro, lo llamarán con el nombre de su pueblo, así como a un tal Germán Gaviria lo llamaban Carepa hasta el mismo día en que le cayó un rayo.

Sabe que llegar a primera división es difícil, aunque no sabe cuánto. Para su bien, ignora que en el Envigado Fútbol Club, institución a la que llegó hace seis meses y por eso se quedó sin colegio, sólo uno de cien muchachos llegan a cumplir su sueño, según datos del gerente Deportivo, Felipe Paniagua.

Pero lo más difícil tal vez no sea eso. Es, sin duda, vivir alejado de la familia. Extraña a la abuela Encarnación y a la tía Mariena y a sus primas, con quienes vivía junto al mar. Y extraña el Golfo. "Ustedes, los del interior, creen que uno porque vive allá se acostumbra a verlo y le parece todo igual. Pues no. Con decirle que no veo la hora en que termine el torneo de la Liga para quedar en vacaciones y viajar" y llenar sus ojos con ese paisaje sin límite. Si su equipo clasifica a la final, no podrá irse antes del 20 de diciembre. "Si Dios no quiere que la juguemos, entonces tal vez me vaya desde el 15, pero yo quiero jugarla porque ahí está mi puesto". Si la juega y, mejor aun, si la gana, quizás no sea tan desesperante el suspenso y no se quede sin uñas en enero esperando que se produzca la bendita llamada del Envigado diciendo: "haga maletas, Acandí, porque debe volver al club a seguir su formación". "Aunque, qué va -comenta-, uno más o menos sabe si lo van a llamar otra vez, por todo lo que hizo en el año".

El tedio puede tragarse a un muchacho como Acandí. Al igual que la mayoría, no tiene televisor para ver telenovelas o jugar play durante las horas muertas, y si no fuera por un mp3 que le trajo la tía Shirry de Panamá, en el que muele música toda la tarde y parte de la noche, reguetón y vallenatos más que todo, usted sabe, no sabría qué hacer. "Ahí lo estoy cargando para poder oír después del entrenamiento, que es de cuatro y media a seis y media", me dice después de almorzar, mientras ve a dos compañeros pasarse un viejo balón en el corredor de la sede. A veces lee periódicos, porque la abuela le repite en sus llamadas telefónicas que debe leer mucho.

Nacido el 15 de febrero de 1995, mide un metro con 82 centímetros. Fue precisamente su estatura la que hizo que un entrenador de su tierra, el profe Harold Mena, lo ubicara una vez de arquero, haciéndole abandonar su puesto de volante creativo. "En los cuatro años que llevo en el arco me siento tal vez más cómodo que antes".

Acandí vive con otros 24 muchachos en cuartos dispuestos bajo las tribunas del Parque Estadio, es decir, el escenario en el que el Envigado juega de local. Muchachos de regiones disímiles. Carlos Andrés Rivas es de Carepa; Óscar Altamar, de Santa Marta; Breiner Ramos, de Tarazá...

En la tarde, después de almuerzo, Acandí se tira en la cama de algún otro a hacer pereza con los demás y a hablar sandeces. "No es raro que se nos pase el tiempo aquí contando historias de la casa o del pueblo de cada cual", cuenta el arquero.

En casa hogar
Jackson Valencia está en las mismas que Acandí. Es el primo de Jackson Martínez y hace parte de las divisiones inferiores del Deportivo Independiente Medellín. Tiene dieciséis años y es volante de marca o lateral. De él, el entrenador Víctor Luna dice que tiene gran proyección, lo cual se traduce en que posee buenas posibilidades de llegar a ser un gran futbolista profesional. Él es un tipo serio y reconcentrado, que se lleva bien con los otros once muchachos que habitan en la vivienda del sector del Estadio, que en esta institución llaman casa hogar. Oriundo de Tutunendo, corregimiento de Quibdó, Jackson pasa su tiempo libre leyendo, más que todo la Biblia, pues es cristiano, pero no de los que acosan a los demás para que sigan su mismo credo, sino un cristiano tolerante, tranquilo. También lee libros de mensajes positivos. "Hace poco -comenta la trabajadora social del Club, María Isabel Morales- le presté El alquimista", de Paulo Coelho, la novela que da la idea de que cuando alguien tiene un sueño, el mundo entero conspira para que lo alcance.

Y a veces, cuando está solo, el joven chocoano vuelve a pensar en las frases que el profesor Luna les lee en libros semejantes antes de partidos o entrenamientos.

En casa club
"Ibarbo vivió aquí, con nosotros", cuenta orgullosa doña Irma Moncada. Su casa del barrio Simón Bolívar, de Itagüí, es una de las diez que tiene el Nacional en el Valle de Aburrá. Actualmente tiene siete muchachos: Elmar Santos, Alexánder Ibarra y Guiójer Ávila, de Acandí; Alexis Paternina y Ricardo Sabaleta, de Sincelejo; Ariel Torres de San Andrés (isla), y Álbin Domínguez, de Apartadó. Culturas diversas, dueñas de una alegría desbordante. Se cuentan historias de sus pueblos, menos Torres, que al decir de Hugo León, el hijo de doña Irma, es muy amable, aunque serio y no habla más de lo preciso.

"Yo no sé ni qué música oirán -dice doña Irma, lo único que les digo es que la oigan a volumen moderado, que ellos, por ser costeños, les gusta oírla a todo taco y se les dañan los oídos". Vallenatos los costeños y reggae el isleño, es lo que escuchan en sus celulares.

"Extrañamos la familia. Llevamos seis meses sin verla -revela Alexis-. Ese es el principal sacrificio que nosotros hacemos por alcanzar nuestro sueño". También, el estar privándose de parrandas, vicios y trasnochos, contrario a lo que hace la mayor parte de los jóvenes.

"Ahora tenemos la modalidad de tenerlos alojados en casas de familia -cuenta el entrenador Norberto Peluffo, quien se desempeña como director de Canteras del cuadro verde-. Nos parece que es una buena modalidad, la de tenerlos en familias, con padres e hijos, que los cuidan, les brindan un ambiente cálido, les inculcan valores e imponen normas. Hay incidentes propios de la edad, pero eso es normal: a veces nos llama una mamá a contarnos que equis muchacho no quiere comer verduras; otra, a decirnos que Fulano ya tiene novia y quiere mantener más tiempo afuera".

Doña Irma, por su parte, confiesa que en el club le llamaron la atención a ella porque les servía mucha comida a los jóvenes. Ella recuerda que contestó: "como yo he criado mis hijos y sé que los muchachos de esa edad no se sienten llenos nunca..., pero acaté la orden y les sirvo con medida". La medida que exigen los nutricionistas.

En otros años, Nacional tuvo casas en las que vivían los muchachos solos, como en el Medellín, bajo el cuidado de profesionales y personal de cocina y aseo; no en viviendas de familia. "No sabemos qué es mejor, pero, por ahora nos parece bien como están", dice Peluffo, a quien también le tocó vivir en una casa parecida cuando llegó a Medellín hace más de tres décadas persiguiendo su sueño, procedente de Bucaramanga, teniendo menos de 18 años. Nacional no tenía sitios de alojamiento. "Creo que yo era el único muchacho que venía de afuera". Vivió con universitarios hasta que, tras firmar un contrato, consiguió apartamento. "Pero eso era muy distinto en esa época: a mí sí que me tocó comer arroz con salchicha".

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