La medalla olímpica ganada por el haltero de Zaragoza, Antioquia, fue el justo premio a su disciplina y al sacrificio de muchos años.
Arrodillado y llorando. ¿Cuántos momentos de su vida se le cruzaron, en ese instante, a Óscar Albeiro Figueroa Mosquera, mientras intentaba digerir lo que acababa de protagonizar en la tarima de Río: ganar un esquivo oro que buscó, incansablemente, como si estuviera “barequiando”, por dos décadas.
Barequiar fue quizás lo primero que escuchó hablar en su natal Zaragoza, Bajo Cauca antioqueño, donde vivió apenas once años y donde su padre, Isaac, le enseñó a conseguir el sustento.(Lea aquí: Óscar Figueroa, un antioqueño desplazado por la violencia)
De la mano de su madre Hermelinda y tres hermanos más, Óscar fue llevado a Cartago, donde una prima de ella los esperaba para empezar una nueva vida, lejos de lo que la sabia mamá decía: “aquí -en Zaragoza-...
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