Casi todos los Objetivos de Desarrollo Sostenible están relacionados con lo que sucede en los sectores rurales del mundo. Algunos de ellos, de manera muy directa: El fin de la pobreza, hambre cero, vida de ecosistemas terrestres, agua limpia y saneamiento. La implementación de tales compromisos globales abre para Colombia múltiples oportunidades que conllevan retos de una enorme magnitud.
Entre las oportunidades está el desarrollo de empresas agropecuarias para el mercado de exportación y para el interno. La opción de atender los mercados locales con énfasis en la soberanía alimentaria de las comunidades permite fortalecer la agricultura familiar y de pequeñas empresas y hacer más racional el uso de recursos, de transportes y distribución. A medida que se consoliden los grupos asociativos de productores y los mercados locales empiecen a usar tecnologías de información, ya asequibles, se perfeccionarán los sistemas de producción, de transformación y de mercadeo, con un impacto positivo en las economías campesinas.
El reto mayor está en el necesario cambio de mentalidad de buena parte del sector productivo del campo. Cada finquero deberá entender que, inherente a la función social de su propiedad, está la responsabilidad del cuidado de ese pedazo de nación que le ha sido dado proteger para las generaciones venideras. Ello requiere darle a cada finca un enfoque holístico, en lo que cada elemento, aguas, suelos, biodiversidad, animales, estén integrados. Y en el centro de esa forma sistémica está la gente, las familias y las comunidades asociadas a las empresas, grandes o pequeñas. El objetivo es que este proceso de transformación del campo lleve a un mejor nivel de vida de la población rural y propicie su bienestar y progreso.
Requisito para lograr esas metas de crecimiento es la consolidación de una cultura del campo, respetuosa del otro y del medio, que entiende su entorno y sus posibilidades.
El ejemplar sector rural holandés, del que debemos aprender, está soportado en lo que ellos llaman el triángulo de oro: Un sector empresarial dinámico, innovador, fuerte en lo tecnológico y en mercadeo; un conjunto de universidades y centros de investigación en estudio permanente de la problemática y de las oportunidades de las empresas, y un gobierno que apoya y entiende la economía del agro y por ende actúa en su promoción.
La debida transformación de lo rural tiene que apoyarse en una educación pertinente y en garantizar el aprendizaje en jóvenes y adultos. A esa transformación también van a contribuir las nuevas tecnologías: El internet de las cosas y de los animales, los sensores, la mayor capacidad para el almacenamiento y análisis de datos, la inteligencia artificial, la robótica, los sistemas de educación por realidad virtual harán parte de la vida del campo, así como lo es hoy la telefonía celular, que en un corto tiempo llegó a todos los rincones del país.
Lo rural va más allá de lo agropecuario. En Colombia, con su extraordinaria diversidad de regiones y culturas, existen oportunidades para otras actividades económicas en el campo, como el turismo de naturaleza, las gastronomías locales, los mercados artesanales. Todas ellas dependientes del cuidado de nuestras identidades culturales regionales y de nuestra maravillosa naturaleza. Son compromiso y tarea, de todos los que al campo estamos vinculados, hacer realidad el agro colombiano que vislumbramos como posible.
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