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El telegrama no ha muerto en Colombia

En Colombia envían más de un millón al año. ¿Por qué sigue funcionando en plena era digital?

  • ilustración elena ospina
    ilustración elena ospina
19 de diciembre de 2015
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“Gire o lo doy”. Era el mensaje del telegrama de Inés Gallego a su esposo, Fabio Restrepo, apodado el Genio, que había ido a trabajar a Bogotá y llevaba días sin “acordarse” de enviar dinero a la casa.

“Delo y gire”. Fue la respuesta de este hombre, que mantenía las ocurrencias a flor de labios... y de lápiz. Ocurrencia que fue transmitida en clave morse.

El telegrama era entonces, hace más de veinte años, un medio de comunicación frecuentado.

Ahora, cuando muchos lo creen extinto, hay que decir que sobrevive, aunque sea cierto que fue destronado por el twitter, ese hijo suyo que le heredó el laconismo.

Sobrevive, no con el esplendor de los tiempos anteriores al Internet, pero con una salud mucho más que precaria.

De acuerdo con la presidenta de la empresa estatal de Servicios Postales, la única que lleva y trae telegramas en el país, “hoy en día es un medio alternativo. 4-72 continúa ofreciendo este tradicional servicio a personas naturales y jurídicas”.

Y explica que “la compañía, por ser el operador postal oficial, está obligada a brindar a todos los ciudadanos el servicio público de correo en los 1.102 municipios de Colombia”.

Jorge Humberto, hijo del Genio, escritor de cartas de amor y editor de la revista de música La Vitrola, es quien recuerda tales telegramas. Y que su padre siguió evocando esta anécdota el resto de su vida. Y tampoco olvida los muchos que él mismo mandó. Se fue a trabajar durante muchos años a Venezuela, en clubes sociales y restaurantes, y debía enviar a casa estas comunicaciones escuetas para saludar y contar que estaba bien.

“El telegrama era barato y rápido”, explica. “Las llamadas telefónicas no eran fáciles ni baratas. Con decir que me tomaba hasta quince días poderme comunicar con la casa. Así que póngase a pensar: no había celulares, ni correo electrónico, ni WhatsApp, ni redes sociales, y las cartas se demoraban varios días en llegar a su destino, el telegrama era el medio más usado; era el rey de las comunicaciones”.

Los telegramas eran lacónicos... y siguen siéndolo. Primero, porque su cobro se hacía por el número de palabras. Ahora, porque la extensión máxima es de 160 caracteres.

Los remitentes se veían obligados a no usar artículos, preposiciones ni conjunciones, y mucho menos adjetivos.

Viaje prorrogado para martes 22. Vuelo 415. Besos.

Con frecuencia, el telegrafista asesoraba a las personas para que su mensaje no quedara confuso.

En esos viejos telegramas había un recuadro situado en la parte superior derecha del rectángulo de papel, con un letrero de advertencia:

«El texto de este telegrama se transmitió igual al original. Para dar cumplimiento a lo establecido en el reglamento internacional telegráfico».

Como indio cherokee

Johanna Sánchez, encargada de este servicio en la oficina principal de 4-72, la empresa estatal de correos y envíos, en Medellín, situada en el Barrio Caribe, cuenta que estos mensajes ya no los escriben de esa manera chistosa como hablan los indios en las películas del Oeste gringo.

Un texto patético como aparece en un telegrama publicado en el blog Verba Volant, escripta manent, que a su vez lo tomó de sietedias.co, dice:

«Mejorando notablemente Alegrome triunfo bachillerato Luz Marina Abrazos».

Los telegramas ya no son tan lacónicos, porque ya no los cobran por palabra. Está bien que existe una extensión límite de 160 caracteres, pero “si la persona se inspira un poco más”, como dice Jhoanna, no hay problema: se lo reciben de todos modos.

Nancy Madrid, funcionaria de esa misma empresa, fue digitadora de telegramas en otros años. Cuenta que le consta que a veces, abogados, peritos o secuestres, más que inspirados, escriben hasta diez páginas en sus notificaciones, porque les da por transcribir casi toda la demanda.

“En todas las oficinas de la red postal nacional existe el servicio de telegrama”, dice Jhoanna Sánchez.

En ellas reciben el mensaje. Le entregan al cliente un formato para que lo llene a mano. También puede escribirse en un trozo de papel cualquiera. La encargada de la oficina lo recibe, comprueba la claridad del texto y lo almacena con todos los demás que lleguen en el día.

Los empaca en costales que ellos, los funcionarios de esa empresa, llaman sacas, y los envía a la central, ubicada en Bogotá

Allá, unos digitadores —que vienen a ser los telegrafistas de hoy—, lo transcriben en computador que denominan Yentis.

Allá mismo redireccionan los que van para la región de Antioquia y Chocó, por decir alguna de las que comprende el país (las otras son Occidente, con oficina principal en Cali; los Llanos Orientales y Tolima, en Bogotá; el Eje Cafetero, en Manizales; la región insular, en San Andrés; Oriente, en Bucaramanga, y el Caribe, en Barranquilla), los envían por correo electrónico a la central en Medellín, donde los imprimen en papel que queda cerrado con bordes de agujeros, los cuales, al desprenderlos, permiten leer lo que hay en su interior.

Soldados y socorristas

“Cuando me casé, recibí un telegrama de felicitaciones y de buenos deseos en mi vida de casada”, cuenta Silvia Valencia, empleada de esta compañía de correos en la oficina de Envigado.

En esta sucursal, revela, son pocas las personas que envían un telegrama.

Juana Mejía, empleada de un call center, cuenta que tuvo un novio, no hace más de dos años, que le enviaba telegramas, con la nueva tecnología.

“La primera vez que lo recibí, me sorprendí. Un cartero llegó a mi casa. Preguntó por mí y dijo que debía salir a firmar el recibido”.

Su novio, siguió diciendo ella, no estaba lejos.

“Estaba aquí mismo, en Medellín, pero se le ocurrió esa idea, que me pareció maravillosa”.

Y al solicitarle que nos mostrara algunos de esos mensajes, ella fue concluyente:

“Se los devolví todos, cuando terminamos. Y borré todas las fotografías donde estábamos juntos”.

Y Odilis Ríos, una costeña residente en Envigado, cuenta que en esos tiempos cuando el telegrama era el rey, los enviaba y recibía con frecuencia. Cuando los parientes se alejaban de casa; o para dar pésames por las muertes de conocidos o para celebrar algún bautizo, para felicitar a una amiga en un cumpleaños...

Los soldados envían telegramas. El Estado colombiano les paga el servicio, sin restricciones. Así, su madre, los hermanos y las novias reciben papeles en abundancia en los que les llegan noticias de dónde están y cómo han pasado, si requieren dinero o útiles de aseo e, incluso, confiesan si el amor sigue a prueba de balas.

También les subsidia este servicio a los jerarcas de la Iglesia Católica, a los presos y a los integrantes de la Cruz Roja.

Ellos envían sus mensajes y la cuenta por los costos de envío se la pasan al Ministerio de las Tecnologías de la Información y las Comunicaciones.

Notificaciones judiciales

“Quienes más usan el servicio son los abogados, los fiscales; el sector judicial en general. Acostumbran hacer sus notificaciones y citaciones, para que de estas quede constancia de envío y recibo, cuenta Adriana María Barragán López, la presidenta de la empresa postal.

Y la funcionaria antioqueña, Jhoanna Sánchez, dice que en los centros urbanos, un telegrama tarda un día en llegar a su destinatario, porque los mensajeros se ubican con la nomenclatura.

“Los telegramas llegan lejos, agrega. A veces, a pueblos o veredas situados a cientos de kilómetros de la ciudad más cercana. Los mensajeros deben usar los medios de transporte habilitados en cada lugar: carro, mula, embarcación... lo que sea.

”Después, los encargados de la oficina postal del lugar deben recurrir a los mecanismos disponibles en cada sitio para que los destinatarios se enteren de que les llegó un telegrama.

”Haciendo llamados a través de la emisora local o mediante perifoneo, en los que anuncian que ya llegó el correo a la vereda. Otras veces, los sacerdotes se encargan de comunicarlo en los avisos parroquiales...

”Como sea, tienen que hacerles saber a los destinatarios, que tienen un mensaje y deben ir a reclamarlo”.

En muchos casos, también se trata de notificaciones de los bancos, como el Agrario, a los morosos, recordándoles que tienen que pagar las cuotas del préstamo.

Jhoanna señala que, por fortuna, en los pequeños poblados, casi todas las personas se conocen y se llevan el recado. Es poco frecuente que el telegrama se quede sin llegar a su destinatario.

No tienen la agilidad de las redes sociales ni del correo electrónico. Sin embargo, todo indica que el telegrama existirá por un largo tiempo más. Y todo, porque, como dice Jhoanna Sánchez, “hay cosas que definitivamente deben seguir siendo físicas y no virtuales”.

millón cien mil telegramas enviaron los colombianos de enero a agosto de este año.
pesos mínimo y 6.600 pesos máximo cuesta el envío, según el destino.
telegramas se enviaron entre agosto y septiembre de 2015 en la regional Noroccidente.
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