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Salgamos del problema del remake (nueva versión de una película), para concentrarnos en lo que verdaderamente importa. Es verdad que estamos ante una historia que ya ha sido contada, en 1937 y en 1954 por George Cukor y en 1976 por Frank Pierson. Pero en estos tiempos de memes viralizados, es tonto descalificar una obra de arte porque no sea “original”. Incluso la reflexión debería comenzar por preguntarnos cuál es el potente combustible de una historia para que, a la manera de los clásicos, sea capaz de hablarles con éxito a distintas generaciones de espectadores.
Tal vez lo que ocurre es que Nace una estrella narra una situación que todos quisiéramos vivir, ya sea desde el lado del artista que descubre el talento silvestre en el que nadie se había fijado, o desde el lado de la desconocida que se vuelve estrella de un día para otro. Esta versión cuenta con una fortaleza todavía mayor, que es virtud de Bradley Cooper como director: construir el relato de tal manera que el artificio sea lo más sutil posible, para conectarnos más fácilmente con las emociones expresadas en pantalla. Por eso lo que vemos es a una Lady Gaga de cara lavada que haciendo de Ally, la chica que canta canciones de Édith Piaf cuando sale de trabajar, a lo mejor está interpretándose un poco a ella misma antes de ceder ante la permanente exposición mediática que exige la industria. Por eso también Bradley Cooper se niega a doblar o hacer lipsync y canta con su voz en las escenas de conciertos, rodadas en verdaderos festivales de música sin ayudas digitales, lo que de inmediato se percibe. Claro que de nada habría servido todo esto si no se creara una química entre ambos, que hace que nos convenzan de cada emoción: de su enamoramiento, de su pasión, de los celos y de las ganas de herir al otro cuando pelean.
Los actores que dirigen suelen lograr grandes interpretaciones de su reparto. Lo de Cooper, sin embargo, es notable, pues además de su soberbia actuación, despoja al relato de todo lo que no es esencial para concentrarse en una afirmación rotunda: soo se hace arte que vale la pena cuando es sincero, cuando en realidad surge de la necesidad imperiosa de contar algo. Tanto él como Lady Gaga han tenido que lidiar con adicciones y demonios a lo largo de su carrera, y eso hace que confiemos en sus palabras cuando hablan de la emoción de crear una nueva canción o de la pena que sienten por los bochornos que les hacen pasar a sus seres queridos.
Puede que algún respiro en la decisión de narrar casi todo con primeros planos, con esa leve inclinación hacia arriba, como la que tendríamos viendo a alguien en una tarima, habría sido menos agotador para el espectador. Pero también es cierto que justo eso permite que el contraste sea mayor cuando el plano se amplía frente al público que los ovaciona. El público ama a quien se le entrega.
En tiempos de youtubers que fingen espontaneidad, Bradley Cooper nos recuerda que incluso relatos ya conocidos vuelven a hablarnos al oído, cuando se narran con el corazón en la mano.