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La literatura se quedó sin Eco

El filósofo dedicó su vida a las letras, desde distintas disciplinas. Un espíritu crítico.

  • Las columnas de opinión de Eco se publicaban los sábados en EL COLOMBIANOFOTO ARCHIVO

    Las columnas de opinión de Eco se publicaban los sábados en EL COLOMBIANO

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20 de febrero de 2016
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Se murió Umberto Eco. A los 45 días de haber cumplido 84 años, diez meses después de que su última novela, Número cero, se publicara, y 36 años luego de que su libro más conocido, El nombre de la rosa, se hubiese leído por primera vez.

Eco nació en Alejandría, Italia, el 5 de enero de 1932. Era semiólogo, filósofo, filólogo, escritor. Experto en semiótica.

Lea aquí las columnas de opinión de Umberto Eco publicadas en EL COLOMBIANO

Había adelgazado en los últimos años por una dieta, le contó al periodista Juan Cruz, para El País de España, que lo alejó del whisky, él que a veces almorzaba con whisky, y de otros excesos.

“Todo lo hace con eficacia y buen humor, y rápidamente –escribió Cruz en esa entrevista en abril de 2015–. Lleva en la boca, casi siempre, el tabaco apagado con el que seguramente huye del tabaco. Tiene una inteligencia directa, no rehuye nada ni hace circunloquios. Acostumbrado a pesar de las palabras, las dice como si le vinieran dadas por un ejercicio intelectual que tiene su reflejo en los pasillos superpoblados de esta casa que se parece al paraíso de los libros”.

Los libros de él, por supuesto, eran el paraíso de otros. Aunque desde joven fue un filósofo reconocido, su fama traspasó fronteras con El nombre de la rosa, que se tradujo en 47 idiomas, y que en 2011 Eco mismo reescribió para, se dijo en un comunicado entonces, agilizar algunos pasajes y refrescar el lenguaje.

Lea aquí: El legado que deja Umberto Eco

El periodismo, comentó en la entrevista de Cruz, lo llevaba consigo, él que también era periodista. Desde los años 60 escribió críticas del oficio. Número cero era volver a ese tema tan importante, y relacionarlo con temas del ahora, que lo emocionaban.

Le parecía grave la crisis del periodismo que, para él, empezó hace 5o años. ¿Por qué es tan grave?, le preguntó Cruz. “Porque es cierto que, como decía Hegel, la lectura de los periódicos es la oración de la mañana del hombre moderno. Y yo no consigo tomarme mi café de la mañana si no hojeo el diario, pero es un ritual casi afectivo y religioso, porque lo hojeo mirando los titulares, y por ellos me doy cuenta de que casi todo lo había sabido la noche anterior. Como mucho me leo un editorial o un artículo de opinión. Esta es la crisis del periodismo contemporáneo. ¡Y de aquí no sale!”.

Era él, a sus muchos años, un hombre que iba a la vanguardia. Se la llevaba bien con la tecnología, y su ser crítico estaba intacto. Algunas de sus frases se han vuelto, si no estilos de vida y reflexión, conceptos para recordar de cuando en vez.

Muchas disciplinas

Era de esos hombres de quienes se hablaba por cosas tan simples como que su Umberto iba sin H, o para estudiarlo en clase, como un referente fundamental de muchas carreras, de filosofía a periodismo.

Para Daniel Hermelín Bravo, profesor de Comunicación de Eafit, es uno de los referentes más importantes en el área de semiótica, dándole un estatus como campo de estudio. Además, agregó, desde la semiótica dio un giro interesante al aplicarla a la literatura, no solo como estudioso, sino como escritor. “De ahí es de donde salen novelas tan importantes como El nombre de la rosa o Baudolino. Él hace todo un trabajo juicioso semiótico y lo aplica para escribir”.

Eco acercó la semiótica, con su trabajo, a muchas personas, no solo los especialistas. Así era su trabajo: complejo, pero accesible. El filólogo se destaca, sigue Hermelín, por combinar ciencias del lenguaje y de la cultura, para entender las culturas de élite y las populares.

La lista de trabajos pasa por las novelas –hay que tener El péndulo de Foucault y La isla del día de antes–, muchos ensayos –como Nadie acabará con los libros–, artículos de periódico, textos académicos e, incluso, volúmenes para niños.

Sus 84 años le alcanzaron para hacer eco, como su apellido, de un mundo completo que estaba en su cabeza.

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