Gilberto Martínez no es ateo: nació ateo. Esta característica, aceptémosla innata, en la que él hace énfasis, la ha ido cultivando a lo largo de su vida.
Sentado en una de las sillas de mimbre que heredó de su madre, en la sala del apartamento situado en el piso 12 de un edificio del Centro de Medellín, este hombre de teatro toma una bebida aromática en un pocillo decorado con numerosas letras equis. Su vida, al lado de Gloria Tobón, compañera y cómplice de sus aventuras teatrales —y de las otras— está dominada por lo académico. Leer, reflexionar, escribir. Está convaleciente de una enfermedad y, sin embargo, no se concede descanso en estos asuntos.
«Al menos ya puedo escribir en el computador, lo que he venido escribiendo, por días, en mi mente». Le dijo a su actriz Magda Meneses la semana pasada, según cuenta ella.
Hace unos minutos señaló un cuadro de la pared, autoría del maestro del teatro Enrique Buenaventura, quien fue su amigo, y contó que el caleño pintó ahí a su esposa; luego renegó por la falta de profundidad en el tratamiento de los temas y por la pobre investigación en temas de arte, en periódicos y revistas —“¿Acaso, los periodistas saben que Óscar Collazos, el escritor nacido en Buenaventura, fue actor mío? Estuvo conmigo en El Triángulo. Con él presentamos Todos eran mis hijos, de Arthur Miller—. Más tarde habló de los montajes teatrales que han hecho sus colegas y también de los suyos.
Ahora está contando asuntos de su vida. Dueño de gran histrionismo, gesticula y hace ademanes. Se lleva las manos a la cabeza, como asombrándose de nuevo por una situación asombrosa de ayer, se tapa con ellas la cara para esconderse de un dolor bárbaro ya sufrido, ya pasado... Todo de acuerdo con sus luces.
“Mi formación jesuita, en el colegio San Ignacio, ¡me mató! —comenta, al hablar de su agnosticismo—. Con decirte que, en cierto momento, veía al diablo por todas partes. —Ríe con todos los dientes y sigue diciendo—: por tal motivo, me encerré por tres meses en mi pieza a leer obras de Soren Kierkegaard, Jean-Paul Sartre y otros existencialistas. Al salir, fui a decirles a los profesores que Cristo no existía”.
Después, con los años, fue sintonizando su agnosticismo con las ideas de Bertrand Russell, desde una fría lógica. A entender, como el inglés, que las religiones parten del miedo, por ejemplo ese de su infancia que lo tuvo viendo al diablo por todas partes. Recurriendo a las estadísticas, reconoce un 50 por ciento de probabilidades de que Dios exista, pero, yendo un poco más lejos, dice que no es un asunto que le importe en absoluto.
Los fantasmas
Desde niño se fue instalando en él otra característica: la franqueza. Con llaneza le preguntó a Ángela Arango, su mamá, por qué lo había traído al mundo. Ella le contestó que no preguntara esas cosas.
Nacido en Medellín, en 1934, Gilberto Martínez pertenece, quién habría de creerlo después de leer estas líneas, a una familia de monjas y de curas y, en todo caso, de católicos férreos. Y, para no dilatar lo que podría ser la apretada presentación de alguien que no la requiere, digamos que es uno de esos seres versátiles de quienes uno a veces lee por ahí, destacado en el arte, la ciencia y el deporte.
Es pionero del teatro moderno y organizado de la ciudad. Fundó la Escuela de Teatro, que funcionó en un espacio del Teatro Pablo Tobón Uribe que, por cierto, siendo secretario de Educación, contribuyó a que fuera una realidad. Ha conformado grupos de teatro, como El Triángulo, El Tinglado y la Casa del Teatro. Ha sido actor, dramaturgo y director de escena...
«El que solo de teatro sabe, ni de teatro sabe. ¿Quiere enterarse que tengo en mi mesa de lectura? Novela negra».
En ciencia, como su padre, Luis, estudió medicina en la Universidad de Antioquia. Y muy pronto cursó una especialización en cardiología en Estados Unidos y México. Cuando volvió al país, el corazón le había crecido: era generoso y se compadecía de los pacientes pobres y a duras penas cobraba por las consultas. De ese modo, renunció a conseguir plata. Cerró el consultorio y se dedicó, más bien, a la enseñanza y al trabajo en Policlínica en los años setenta, cuando en Medellín había alto número de heridas y muertes a cuchillo.
«Los teatreros hablan de romper la cuarta pared. Ni saben qué es. Acabo de romperla con la Balada de la P y No abras el baúl cuando llegues».
Pero primero fue el deporte. Estuvo sumergido en la natación por años. En los 50 fue campeón municipal, regional, nacional, bolivariano y suramericano... Estudió para técnico de ese deporte en el que no se percibe el sudor y comentó esa disciplina en EL COLOMBIANO.
¿Cuál viento ha alentado las velas del barco de Martínez para que le rinda tanto la vida? No se ha detenido a pensar en eso. No es de quienes le buscan causas a todo.
«Se han preguntado acaso los periodistas, por qué Jairo Aníbal Niño, que fue actor en nuestros grupos, se fue para Bogotá y jamás volvió a hablar de Medellín?»
Tantos años con Gloria y todavía están de luna de miel. Que cómo se conocieron. Eran los años sesenta. Ambos vivían en el Centro. Él, cerca al Parque del Periodista; ella, por Palacé, detrás del Hotel Nutibara. «Desde la primera vez que lo vi, quedé lista».
Ella, que había sido monja, un día se atrevió a abordarlo para comunicarle su atracción. Él, al verla arrimársele, le preguntó si estaba enferma, si le dolía algo. Cuando ella le manifestó el tipo de “mal” que la aquejaba, el “mal de amor”, la locuacidad y el dominio de sí del teatrero quedaron tras bastidores. Y le habló de la Luna, el Sol y las estrellas, mientras recobraba el aliento.
Juntos emprendieron el teatro de la vida y la vida del teatro. De ese de carpas y revolución, de los sesenta y setenta, al ese otro con intenciones estéticas que vino después, siempre sin renunciar a lo político y a la experimentación.
¿Unida a un ateo, comunista y teatrero? La presión de su la madre de Gloria no cesó hasta que se casaron por lo civil, hace 20 años, en la Casa del Teatro.
Los más cercanos critican que él mantenga solo. Gloria les contesta: «¿Solo? Gilberto nunca está solo. Él siempre está acompañado por sus fantasmas».